Alejandra Costamagna: “La visibilidad de las escritoras contemporáneas no es el mayor problema hoy”

Alejandra Costamagna. Fotografía: Gonzalo Donoso.

La narradora chilena vuelve a las librerías con una reedición de su novela “Dile que no estoy”, del 2007, vía Seix Barral. En conversación con Culto, habla cómo fue el proceso de escritura y reencuentro con el material. También de feminismo y la posición de las escritoras chilenas en el canon.


En días donde la pandemia vuelve a golpear con fuerza a Chile, una lectura que Alejandra Costamagna (1970) está dándole vueltas es curiosamente Diario de la pandemia, un volumen de ensayos y crónicas publicados originalmente en la Revista de la Universidad de México, el 2020.

“Leerlos es repasar lo que vivimos como si fuera una pesadilla en carne viva, que no acaba y no acaba. Es un libro de memorias en el que, sin embargo el presente, el pasado y el futuro están abismados. Y eso resulta muy vertiginoso. ‘Ansiedad’, de Mariana Enriquez es de una lucidez que encandila. A pesar de lo duro, vale la pena leerlos todos. Leerlos como un mosaico de mundos rotos”, dice convencida a Culto.

Pero el motivo de nuestro llamado es otro. Por estos días, una obra suya ha vuelto a los escaparates de las librerías, presenciales y digitales.

No era la primera que se intentaba reeditar. En 2017, cuando se cumplieron 10 años de su publicación, la editorial independiente Estruendomudo alcanzó a sacar una reedición, incluso, con presentación. Pero al poco tiempo, cerró sus oficinas en nuestro país.

“El libro quedó varado, con ejemplares en bodega que no alcanzaron ni a llegar a librerías. Entonces surgió la idea de volver a ponerlo en circulación con Planeta, que había sido su lugar de origen”, cuenta la narradora. En aquella ocasión, lo que iba a salir a la calle y no salió era su novela clásica del 2007, Dile que no estoy.

Pero la vida da vueltas, y finalmente la novela acaba de ser reeditada vía Seix Barral, uno de los sellos de Editorial Planeta.

No encajar

La novela narra las vivencias de Lautaro, un joven aspirante a pianista quien tiene una particular y conflictuada relación con su padre. El progenitor, en Santiago, le pide a su hijo –quien vive en Calbuco, región de Los Lagos–que vuelva a la capital. Entre medio, Lautaro busca poder encajar en un mundo que parece no estar hecho para él.

A Costamagna le tomó poco más de tres años escribirla: desde fines de 2003 a mediados de 2007, en un período en que la periodista solía viajar mucho en buses.

“Por esos días, por trabajo, viajaba todos los meses a Antofagasta en bus. En esos trayectos fueron cristalizando las ideas. No tenía celular y esos viajes eran desconexión, lectura y escritura. En algún momento apareció Calbuco en mi ruta y el lugar calzó con el libro que ya vislumbraba. Me instalé un tiempo allá y la novela se fue armando entre viajes y viajes por tierra”.

“También aplané calles en Santiago, revisé prensa de la época y apelé a una memoria que fue mezclando momentos y espacios. La Gran Avenida, el Conservatorio, algunos bares de Santa Rosa, Chiloé, Temuco, el centro de Santiago y otros microespacios se cruzan en una temporalidad que va desde los 80 a los primeros años del siglo XXI”, añade la escritora.

-¿Cuál era tu rutina de escritura?

-Al principio, se fue armando entre viajes. Esta fue una novela de buses, con mucha escritura y corrección a mano. Y una vez que la tuve más amarrada, que ya di con el tono y la respiración del texto, escribía cada vez que tenía un espacio libre. Generalmente de noche, en una pieza con una ventana que daba a la calle.

- ¿Por qué decidiste escribir esta historia?

-Mirado con distancia, pienso que uno de los títulos que barajé al principio podría dar señales de lo que movió la escritura. “Cuadrar las cosas” era ese título. En dos de mis novelas anteriores (En voz baja y Cansado ya del sol) había trabajado sobre los afectos quebrados, el vínculo entre intimidad e historia y la tensión entre hijas y padres. Eran asuntos a los que me había acercado desde mi experiencia de género y bajo parámetros biográficos intervenidos hacia la ficción. Y ahora me daba vueltas la posibilidad de interrumpir esas genealogías. De pensar en las resistencias a procrear y ser hijos sin hijos en un entorno quebrado. Ver qué pasaba ahí con los mandatos de masculinidad y con la torcedura de esos imperativos desde la perspectiva del hijo. Del sujeto raro, no machito, con una sensibilidad quizás demasiado a flor de piel.

Alejandra añade: “Ese no encajar del personaje, ese sentirse fuera de foco, ese deslumbramiento con una música que no calza en los parámetros de lo correcto, en fin, ese no cuadrarse con el estado de las cosas tenía ciertas resonancias con el país de los 90. O sea, los años del amarre de la institucionalidad heredada de la dictadura, de la compulsión por el consenso, de los pactos de silencio, de los acuerdos tendientes a la impunidad y, en fin, de la naturalización del vínculo entre democracia y neoliberalismo extremo”.

- Aparece harto la música, como una especie de telón de fondo, ¿qué relación tienes con ella?

-Escribir es también poner el oído en alerta. Me interesan mucho el ritmo, el pulso y el tono en los textos. Hablo como lectora y como escritora. La música y la cadencia son fundamentales. Eso, que es un asunto del orden del lenguaje, se cruza en este caso con el tema. El personaje es aspirante a pianista y piensa con una estructura particular: unos pensamientos insonoros, como dirá en algún momento. Eso por un lado. Pero la música aparece también como una excusa para hablar de la tensión entre lo culto y lo popular, entre lo alto y lo bajo, entre la emoción y la razón, entre el sentimiento y el sentimentalismo o entre el deseo y el fracaso. Y, claro, está mi fascinación por Felisberto Hernández, que es como la música de fondo de la novela. No solo porque era escritor y pianista de provincia, sino por esa idea de una cabeza que se piensa sola, que revuelve pensamientos inútiles y muchas veces indeseados, “como un padre dejaría a un hijo revolver el agua con una varita”.

-En general esas historias familiares han sido una constante en tu trayectoria, ¿es algo que has buscado o simplemente se dio?

-Cierto, son una constante esas historias familiares rotas. Pero no las busco. Si lo miro con distancia, creo que esos núcleos quebrados aparecen como una resistencia a ciertos patrones conservadores de la estructura familiar. Porque la familia mirada con esa lógica de lugar sagrado explotó hace rato. Y escribir sobre esos ámbitos es constatar que la intimidad y lo doméstico son también asuntos políticos. Los microespacios operan con estructuras de poder, de silenciamiento, de torceduras y dislocaciones.

- ¿Cómo fue la experiencia de reencontrarte con tu escritura de hace 14 años?

-La volví a leer, y a diferencia de lo que ocurrió con En voz baja, por ejemplo, que me llevó a escribir otro libro al momento de reeditarlo porque me sentí ajena a esa escritura (no así a su historia), acá hubo una cierta afinidad con la respiración de la novela original. Yo soy otra lectora, otra persona, pero curiosamente me reconozco en esa voz y también en esa historia.

“Vayamos emparejando la cancha”

A través de su cuenta, Alejandra Costamagna es una activa usuaria de Twitter. En ella plasma sus opiniones, y uno de los temas que nunca deja de lado, es el feminismo. Junto a otras autoras, a punta de buenos libros, lanzamientos constantes y proyectos editoriales han ganado un espacio importante en las letras nacionales, anteriormente un terreno casi exclusivo de varones.

Ante la mayor participación de las mujeres en el mundo de libro, hay también una mayor visibilidad. Entonces, para Costamagna eso ya no es un punto a resolver. “La visibilidad de las escritoras contemporáneas no es el mayor problema hoy. Las redes sociales, la apertura de ciertos espacios, algunas editoriales comandadas por mujeres y disidencias hacen que el foco pueda alumbrar a las escritoras como no ocurrió antes”.

Entre las nuevas editoriales encabezadas por mujeres, Costamagna cita algunas. “La trastienda, La secta, Asterión, Banda Propia, Bastante, Bisturí 10, Cástor y Pólux, Catálogo, Cuadro de Tiza, Cuarto Propio, Cuneta [desde ahora], Ediciones Macul, Espigadoras, Das Kapital, Emergencia Narrativa, Garceta, Invertido, Kindberg, La Bonita, Laurel, Libros del Cardo, Los Libros de la Mujer Rota, Moda y Pueblo, Mujeres de Puño y Letra, Mundana, Neón, Noctámbula, Sa Cabana, Saposcat o Simplemente Editores, por nombrar un puñadito”.

-¿Y cuál sería el mayor problema para las escritoras entonces?

-El problema, para mí, está en algo quizás más estructural que parte por la baja presencia de mujeres y disidencias en los programas educacionales, porque ahí se forman los cánones, las visiones del mundo y las naturalizaciones. Ahí es donde se invisibiliza y se anula un corpus. El porcentaje de lecturas sugeridas en los programas escolares de quinto básico en adelante es cercano al 30% de autoras en contraste con un 70% de autores. Entonces el problema está en ese canon que sigue siendo escandalosamente sesgado.

- ¿Es difícil ser escritora en nuestro país?, ¿hay más ventajas para los hombres?

-Sí, por las razones que mencioné en la pregunta anterior, y que además tienen que ver con cómo se ha invisibilizado y ninguneado a las escritoras que nos antecedieron. Justo hace unos días fue lanzada la colección Biblioteca Recobrada, de Ediciones Alberto Hurtado, coordinada por Lorena Amaro, con la publicación de libros de Marina Latorre, Rosario Orrego, Inés Echeverría y María Flora Yáñez, prologados por escritoras contemporáneas. Ojalá esos libros circulen mucho, sean comprados por las bibliotecas públicas, se lean en los colegios y vayamos emparejando la cancha. De eso se trata.

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