Columna de Rodrigo González: C’mon C’mon, Siempre Adelante: Lazos de Familia

Estamos ante una versión reposada y contenida de Joaquin Phoenix, bastante más soportable que su modo salvaje tipo Guasón. Por el contrario, la naturalidad en las actuaciones es tal vez la fortaleza más evidente de esta película dirigida por Mike Mills.



La tradición de los tíos cinematográficos tiende a situarlos en el sector de los personajes desagradables. Uno se acuerda inmediatamente de la tía Petunia en Harry Potter o del malvado Scar de El rey león. Por su puerto, también contamos con tan buenas personas como el tío Ben de Spider-Man o la tía Em y el tío Henry de El mago de Oz. No deja de ser una sintomática coincidencia que el personaje principal de C’mon c’mon: Siempre adelante le lea pasajes de este clásico literario estadounidense a su sobrino mientras se mueven por el país.

Johnny, interpretado por Joaquin Phoenix, pertenece al bando de los tíos buenos. En este caso, de los buenos para nada: solterón, cerca ya de los 50, algo rechoncho y encantador a pesar de sus defectos, Johnny le dará un inesperado destino a sus desordenados días en esta película, estrenada en la plataforma Prime Video (ex Amazon Prime). Estamos ante una versión reposada y contenida de Phoenix, bastante más soportable que su modo salvaje tipo Guasón. Por el contrario, la naturalidad en las actuaciones es tal vez la fortaleza más evidente de esta película dirigida por Mike Mills.

El realizador de Mujeres del siglo XX cuenta esta historia en un muy bonito blanco y negro y además cuenta con la delicada banda sonora compuesta por los hermanos Aaron y Bryce Dessner, guitarristas del grupo The National. Con tales recursos, C’mon c’mon estaba en claro peligro de caer por el despeñadero de las autoindulgencia y la estética vacía. Por suerte las actuaciones salvan el tinglado y, lo que es más, lo transforman en un retrato sensible de las vidas en medio de los pequeños y grandes inconvenientes cotidianos.

La anécdota central del filme exige algo de sacrificio de parte de Johnny, un periodista radiofónico neoyorquino que viaja por el país entrevistando niños. Les pregunta sobre sus expectativas del futuro, acerca de su familia y en última instancia los deja hablar lo que quieran. Probablemente todo sea parte de un documental aún en proceso. En medio de eso es que su hermana Viv (Gaby Hoffmann), que reside en Los Ángeles con su hijo Jesse (Woody Norman), le pide que se haga cargo del chico por algunos días.

El niño tiene 9 años, es muy inteligente y al mismo tiempo algo malcriado. Lo triste del asunto está en las razones de Gaby para dejarlo con Johnny: debe ir a la ciudad de Oakland para cuidar de su esposo Paul (Scott McNairy), víctima de un episodio maníaco-depresivo que lo tiene al borde de la internación. La labor se extiende más de lo esperado y a Johnny le piden que vuelva a Nueva York. En ese momento decide llevarse a Jesse no sin antes consultarlo con la madre. La idea es que lo acompañe en su trabajo de entrevistas.

El punto de no retorno de la dispersa vida de Johnny es esa decisión: por primera vez toma las riendas de algo que es un desafío y comienza a construir un futuro que él y Jesse puedan recordar con cariño. Entendemos que hasta el tío más infantil de la familia puede madurar de la mano de un sobrino despierto, consentido y finalmente más parecido a él que lo que ambos imaginan.

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