Columna de Marisol García: Mejores discos 2022: Listas como colores
Las listas con los mejores discos del año ofrecen un atajo útil en la puesta al día de una producción musical inabarcable incluso para especialistas. Son, sí, parciales, predecibles, anglocéntricas, y probablemente poco sinceras sobre las preferencias íntimas de quienes las elaboran y se deben a un prestigio
Podremos decir que no las necesitamos, pero caeremos en ellas tarde o temprano, como con las comedias románticas o los carbohidratos.
Las listas con los mejores discos del año ofrecen un atajo útil en la puesta al día de una producción musical inabarcable incluso para especialistas. Son, sí, parciales, predecibles, anglocéntricas, y probablemente poco sinceras sobre las preferencias íntimas de quienes las elaboran y se deben a un prestigio. Pero también están ahí para estimular la escucha desde un filtro que no es sólo el promocional: los nombres de estrellas, principiantes, nihilistas y reincidentes quedan, cada fin de año, momentáneamente en igualdad de condiciones cuando es su obra la que los antecede. Una lista confiable no confunde popularidad con propuesta ni cantidad con distinción. Eso explica que en el panorama de selección de los mejores discos de 2022 no aparezca Harry Styles pero sí (el tanto más sombrío) Father John Misty; o que el pop de Grace Ives, una cantautora a cara lavada y ropa sin combinar, consiga elogios tan entusiastas como aquel que complementa el apabullante diseño visual que distingue a Rosalía.
Hubo un tiempo en que los mejores discos del año aparecían en selecciones contundentes, inequívocas. Otra era, ya extinta, de una prensa musical en papel tan viva como hegemónica, que en los años 90 podía decretar el giro del eje de la tierra si alguna de sus bandas preferidas (R.E.M., My Bloody Valentine, Radiohead, Primal Scream) publicaba un álbum, o convertir en cumbre inapelable el debut de un nombre hasta entonces desconocido, como por ejemplo sucedió en 1994 con Dummy, de Portishead.
Internet les ha complicado las cosas a los prescriptores del gusto ajeno: las escuchas se han vuelto antojadizas, diversas, impredecibles. Tienta diagnosticar la muerte del canon. Sin embargo, un paseo por las listas de mejores discos del 2022 en aquellos medios con la mejor cobertura en música permite esbozar un molde: a casi ninguno le falta el tributo a la pista discotequera que Beyoncé levantó en RENAISSANCE ni deja de otorgar el merecido crédito al desvío de dos integrantes de Radiohead en The Smile.
Sello de aprobación para el imperecedero formato de cantautora intimista y propuesta distintiva (Beth Orton, Angel Olsen, Mitski, Sharon van Etten); y aplausos convencidos al esfuerzo común de dos músicos afroamericanos tan diferentes como Kendrick Lamar y The Weeknd por darles a sus respectivos álbumes una guía conceptual. Bajo la pauta, cierta sorpresa: aunque sólo sea porque su fenómeno es ineludible, la atención hacia Bad Bunny y Rosalía parece estar abriendo los oídos del mundo desarrollado a propuestas que hasta hace poco quedaban privativamente entre latinos: Silvana Estrada, Carla Morrison e ILe son mujeres que articulan en castellano canciones de colorido vínculo entre tradición y avanzada, y frente a las que la colombiana Lucrecia Dalt obliga a buscar un espacio aparte: su álbum ¡Ay!, magnífico, es avanzada descolocante para quien no se resigna a descartar de una vez a los géneros estancos, los segmentos de mercado y la idea obsoleta del “número 1″ como joya de la corona.
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