Ver especial


La noche del 4 de septiembre de 1970 fue una fiesta inolvidable para los partidarios de la revolución. En su cuarta postulación presidencial, el candidato de la Unidad Popular, Salvador Allende, había triunfado. Era una ventaja relativa, con un 36,6 % de los votos, pero representaba una victoria absoluta a nivel moral: después de décadas de esfuerzos por conquistar el poder, las fuerzas de izquierda lo habían logrado. Comenzaba entonces la apasionada y frustrada vía chilena al socialismo, una experiencia inédita en el mundo.

Desde su primera elección en 1952, cuando conquistó el 2% de los sufragios, Salvador Allende había adquirido experiencia y autoridad política: en 1958 resultó segundo detrás de Jorge Alessandri. Solo los distanciaron 30 mil votos, una cifra menor a los sufragios que se llevó Antonio Zamorano, conocido como el Cura de Catapilco. Seis años después Allende secundó a Eduardo Frei Montalva, en una elección en que la derecha no presentó candidato y decidió apoyar a la DC.

Desde fines de los 60, los partidos de izquierda miraban hacia el horizonte común de la revolución, aun si el debate en la forma y la velocidad de llegar animaba encendidas disputas, con la Revolución Cubana como un poderoso referente. En ese escenario, Salvador Allende fue el candidato que logró unir al Partido Comunista, colectividad que apoyaba la vía electoral, y el Partido Socialista, que en 1967 se había declarado a favor de la vía insurreccional.

Con un programa que prometía la creación de una economía centralizada, profundizar la reforma agraria iniciada por el gobierno de Frei y el control de las empresas de interés social en manos del Estado, Allende superó a Alessandri en 40 mil votos. Tercero quedó el candidato de la DC, Radomiro Tomic.

Su victoria relativa debía ser ratificada por el Congreso, y para ello negoció con la Democracia Cristiana. El partido de la flecha le ofreció el respaldo a cambio de firmar el Estatuto de Garantías Constitucionales. De este modo, dos meses después de la elección, Allende sería proclamado por el Congreso.

El país había llegado a la década del 70 con problemas insolubles de pobreza, desigualdades sociales y una economía estancada, asfixiada por la inflación. “Entonces si se cruza el problema social, las muchas necesidades y los pocos recursos para atenderlas, y el problema económico, que era el modelo que estaba empezando a fallar, eso generó un ambiente propicio para lo que ocurrió”, dice Julio Pinto (1956), Premio Nacional de Historia, académico de la Usach y editor de Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular.

¿Históricamente, qué representa el triunfo de Salvador Allende?

Representa muchas cosas. A nivel mundial fue la primera y única vez en que se trató de construir una sociedad socialista, pasar del capitalismo al socialismo, por una vía institucional, por una vía pacífica. Eso no se había intentado nunca antes, no se intentó nunca después, porque la misma izquierda en gran parte pensaba que era imposible, porque había intereses muy poderosos que iban a hacer cualquier cosa con tal de impedir eso. Lo que ocurrió a la larga en Chile de alguna forma confirmó esa hipótesis. Pero como propuesta, como experimento, fue algo inédito y por eso atrajo mucha simpatía a nivel mundial.

Yo creo que la reacción internacional al Golpe del 73 no habría sido la que fue si no hubiera sido vista esta experiencia como un intento de hacer las cosas por las buenas y que terminó en tragedia. Así que por un lado yo pondría ese factor que hace de esta elección algo histórico a nivel mundial. En términos nacionales, fue la culminación de medio siglo de luchas y de esfuerzos populares por intentar mejorar su condición de vida y su calidad de ciudadanos y ciudadanas por la vía institucional.

En Chile nunca se planteó de un modo muy decidido la vía armada o la vía guerrillera para instalar el socialismo. Hubo grupos que sí lo plantearon, como el MIR y ciertos sectores del Partido Socialista, pero hasta 1973 nunca hubo ningún intento serio de levantar una guerrillera. La trayectoria histórica de la izquierda y de los movimientos sociales chilenos era más bien una trayectoria pacífica, institucional. Y Allende marca la culminación de eso. Podemos decir que lo que partió con Recabarren culminó con Allende, y culminó -si uno lo mira en septiembre de 1970- exitosamente. Se había logrado llegar a la Presidencia de la República, por esa vía. Entonces era un momento de realización de expectativas y de luchas que tenía muchas décadas detrás, por eso también la euforia, y la reacción emocional que desató ese hecho entre los partidarios de esa propuesta, no en la derecha ni en el centro. La larga espera había terminado.

Se vivía un momento de algarabía, como dice Moulian.

Moulian dice que la Unidad Popular tuvo de fiesta, tuvo de drama y tuvo de derrota. Y ese momento, el 4 de septiembre del 70, fue el momento de la fiesta: de repente se veía como si el cielo se pudiese tocar con las manos, para los partidarios de esa propuesta. Para los adversarios era al revés, era el principio del fin, después de eso era el abismo. Por eso también la polarización que se produjo y el desenlace que tuvo todo este proceso.

De todos modos era una mayoría relativa, con un porcentaje levemente inferior a 1964 (38,9 %)

La elección anterior fue a dos bandas y cuando el naipe se juega a dos cartas las proporciones no son las mismas. La elección del 70 fue una elección a tres bandas y muy marcadas, los famosos tres tercios de la política chilena de aquellos años y yo no sé si se hayan diluido del todo aún. Había tres candidatos muy claramente identificados con un sector y con propuestas muy concretas. Ya entonces hay una clase media más o menos fuerte que se identificó con la DC, y también hay que pensar que el voto popular se dividió, no todo el mundo popular es de izquierda, hay gente de pueblo que votó por Alessandri y por Tomic.

Para poner las cosas en perspectiva hay que decir que el nivel de participación en esa elección fue bastante alto, por lo tanto el 36,6 % de ese electorado no era poco. Si vamos a hablar de proporciones hay que recordar que en la elección parlamentaria de marzo del 73, en una elección a dos bandas, la Unidad Popular obtiene el 43 %, en momentos muy complicados y después de tres años muy difíciles. Entonces había un núcleo duro de apoyo que creció entre el 70 y el 73 y que estuvo dispuesto a jugársela por esa propuesta hasta el final.

Ahora, lo que se pregunta desde el otro lado, ¿puede uno plantearse cambios tan radicales como los que quería hacer la Unidad Popular con una minoría del electorado? Ese es uno de los grandes dilemas que la Unidad Popular no resolvió.

El resultado lo obliga a negociar con la DC y firma el Estatuto de Garantías Constitucionales. ¿Esto lo condicionó en alguna medida?

En alguna medida, porque se asumen compromisos que no se pueden pasar a llevar, pero yo creo que con o sin Estatuto de Garantías Constitucionales la apuesta de Allende y de un sector que lo apoyaba era mantenerse dentro de la institucionalidad, y eso implicaba que cambios más grandes iban a necesitar de un respaldo parlamentario mayoritario. La derecha siempre ha dicho que Allende nunca se propuso respetar eso, pero la verdad es que hasta que lo derrocaron lo respetó y si uno mira su trayectoria como dirigente político, la trayectoria del Partido Comunista, la izquierda había funcionado dentro de la institucionalidad durante 50 años y no se había planteado tomarse el poder por asalto.

Más allá o más acá de la firma del estatuto, había una voluntad en serio de apegarse a ese libreto. Otra cosa es que el proceso de la Unidad Popular desató energías y demandas sociales que muchas veces desbordan ese libreto y que al mismo Allende le costó controlar, y eso podría haber derivado en un desconocimiento de la institucionalidad por parte de un sector grande de la izquierda. Pero eso tampoco ocurrió.

¿La izquierda desbordó la calle?

Quien usó más la calle en la Unidad Popular fue la derecha, y la arremetida de la derecha contra el gobierno se inició en las calles, con la marcha de las cacerolas vacías y con los grupos de choque que tenía la propia derecha. La calle nunca fue un monopolio exclusivo de la izquierda, pero era parte de los componentes del paquete político de la izquierda para hacer valer sus propuestas. La política es así, hoy no estaríamos hablando de un proceso constituyente si no hubiera habido un desborde callejero como el que hubo a partir del 18 de octubre. Pero efectivamente había un componente de demandas y expectativas que se habían levantado, había muchas personas que tenían muchas esperanzas puestas en que realmente iba a haber cambios estructurales y que ojalá los hubiese rápido.

Había una percepción en parte importante de la izquierda de que la institucionalidad era un freno para eso, una especie de corsé que restringía lo que se podía hacer, entonces había presiones por parte del bando de la Unidad Popular no sé si de destruir pero sí de transformar la institucionalidad.

Así y todo, la apuesta y el compromiso de la Unidad Popular era hacer los cambios dentro de la institucionalidad vigente. Y la expectativa del propio Allende era si hacemos bien las cosas vamos a aumentar nuestra base de apoyo, en cierto momento vamos a lograr un porcentaje mayoritario y va ser más fácil hacer los cambios institucionales que se necesitaban.

¿Cómo fue la relación de Allende con los partidos de izquierda?

Fue compleja, porque los partidos de izquierda eran cualquier cosa menos homogéneos, había de todo. Los dos grandes partidos, el Partido Comunista y el Partido Socialista, estaban en posturas bastante diferentes, por no decir contradictorias. Al interior del propio Partido Socialista había sectores más cercanos a la postura de Allende, no todo el Partido Socialista se alineó con la vía armada como en cierto momento algunos lo hicieron. Pero aparte había otros, como el Partido Radical, que no era ni con mucho un partido revolucionario, que también se dividió en este período.

El MAPU, un partido emergente que venía de la DC y una de cuyas facciones terminó muy radicalizada y la otra no. Había mucha dispersión, mucha polémica, pero Allende, que tenía mucha experiencia política, sabía que sin el apoyo de los partidos no iba a llegar a ninguna parte. Su apuesta fue que él iba a ser capaz de administrar estas diferencias y tensiones sin romper lo que era fundamental, la unidad de la izquierda, y ahí está esta referencia típica a la muñeca de Allende. El creía que iba a tener la muñeca suficiente para ordenar la coalición y de alguna forma lo logró, porque hasta el 11 de septiembre del 73 no se rompió la Unidad Popular. Se discutió mucho, pero se mantuvo unida, hasta que vino el golpe y a todos les llegó por igual.

¿Qué ascendencia tenían Fidel Castro y la Revolución Cubana sobre Allende?

Allende era un hombre de izquierda, creía que había que terminar con el capitalismo y avanzar hacia el socialismo, era un marxista. Un marxista un poco burgués en su forma de vida, si se quiere, pero lo que él quiso hacer siempre lo tuvo claro. Y en ese sentido, él siempre apoyó los triunfos del socialismo a nivel internacional, por las vías que fuesen, y apoyó los gobiernos que intentaron realizar ese tránsito, el cubano, chino, el soviético.

Pero lo interesante es que en Chile él pensaba que esa vía armada no era factible, no habían condiciones, en Chile no había una tradición que hiciera eso posible. Y además él pensaba que no era necesaria, que había una cultura política tan particular que permitía hacer cambios de fondo sin llegar al enfrentamiento armado. Y algo que Allende siempre tuvo claro es que él no quería una guerra civil en Chile, y muchas de las cosas que hizo y que sus propios partidarios le criticaron tienen que ver con él quería evitar un escenario de guerra civil. Estaba todavía muy vívida la imagen de la Guerra Civil Española. Y él sabía que el costo de una aventura de ese tipo iba a ser altísimo y lo más probable es que se perdiera.

Algunos historiadores han puesto en duda la adhesión de Allende a la democracia liberal, y sugieren que su intención era transformarla en una especie de democracia popular.

Estamos hablando de lo que podría haber ocurrido más que de lo que ocurrió, y la historia trata de lo que ocurrió. Lo que ocurrió es que durante los mil días de la Unidad Popular nunca se transgredieron las libertades ciudadanas, a pesar de que esas mismas libertades se emplearon para finalmente derrocar a Allende. Nunca durante esos mil días Allende y la Unidad Popular incumplieron su compromiso de realizar los cambios dentro de la institucionalidad. Eso no ocurrió.

Otra cosa es que dentro del mundo de la izquierda hubo sectores más radicales que partieron con la conclusión que este camino era inviable, que iba a alcanzar un límite y que llegado ese límite había que pasar a otras vías, los propios partidarios de esas vías no lo ocultaban. De hecho el MIR, una vez que se produjo el golpe, dijo ven, nosotros siempre dijimos que esto iba a pasar y esto confirmó nuestros pronósticos. A lo mejor no era viable la vía de Allende al socialismo, pero ni Allende ni la Unidad Popular atentaron contra la democracia en ningún minuto mientras estuvieron en el poder. ¿Qué habría pasado después? Ahí ya nos internamos en el terreno de lo contrafactual, de la historia ficción.

Uno de los argumentos que se esgrimen es el uso de los resquicios legales.

Pero no eran resquicios, eran decretos, eran leyes que estaban ahí, eran parte de la institucionalidad, es decir, había una ley que era un decreto del año 1932 que permitía por razones de necesidad pública expropiar empresas que estuvieran conspirando contra el bienestar de la población. Uno podría decir claro, ahí hay una trampa porque se está forzando la institucionalidad, pero eso lo hacen todos los gobiernos, me gustaría que me mostraran un gobierno que no lo ha hecho. Pero que se hubiese puesto fuera de la ley o que hubiese conculcado las libertades públicas, eso no ocurrió.

Joaquín Fermandois piensa que la UP podría haber conducido a un modelo tipo Venezuela.

No sé, estamos de nuevo en el terreno de lo contrafactual. Esa es su proyección, pero es una de las alternativas de lo que podría haber ocurrido. Lo que ocurrió fue que la derecha y las Fuerzas Armadas dieron un golpe de Estado e instalaron una dictadura que no respetó ninguno de los elementos de la democracia y ninguno de los elementos de la institucionalidad vigente. Si nos vamos a poner en ese terreno, de quién es más democrático, yo diría que Allende no tiene que recibir lecciones de democracia de nadie.

¿Si Allende no salía electo, Alessandri estaba en condiciones de hacerse cargo de la situación social de entonces?

El programa de Alessandri de alguna forma trataba de profundizar lo que se había intentado entre el 58 y el 64 y que no había funcionado. Eso seguramente habría desatado reacciones y resistencias sociales que ese gobierno habría tenido que administrar. ¿En qué habría terminado eso? Quién sabe. Al final la solución pasó por el cambio radical de modelo, pero yo me atrevería a vaticinar que un modelo como el que se instaló en Chile, un neoliberalismo a ultranza, no podría haberse instalado bajo condiciones democráticas. Solo en un gobierno dictatorial podían haberse tomado las medidas que se tomaron, con la dureza que se tomaron para producir el cambio radical que la propia derecha terminó asumiendo que era la única solución a la crisis que se estaba viviendo.

¿Cuál es su balance de la experiencia de la UP?

Si uno tuviese que hacer una especie de balance histórico diría que fue un experimento muy audaz, yo soy una persona de izquierda, fue una experiencia muy valiosa, porque se intentó hacer un cambio muy serio para mejorar las condiciones de vida de las grandes mayorías de este país, sin pasar por la guerra civil. Éticamente fue un experimento que reivindico y rescato, pero la voluntad llega hasta cierto punto nomás. Cuando uno se enfrenta a las divisiones panzer, lo más probable es que las divisiones panzer ganen. Pero a veces en la historia ocurren imprevistos, el libreto a veces se rompe y esa es la gracia que tiene la historia, que nada está preestablecido, nada está predeterminado.

Ya el hecho de haberlo intentado yo lo considero valioso, pese a los costos enormes que implicó y pese a la profundidad y a la magnitud de las heridas que hemos tenido que asumir como resultado de eso.

¿Políticamente, qué significó el golpe para la izquierda? Ya en dictadura y diezmada, tuvo que rearmarse, replantearse y buscar nuevas alianzas para recuperar la democracia y eventualmente volver al poder.

Fue la destrucción de un proyecto de cambio social que se había venido armando durante décadas, y que se vio erradicado de cuajo con la intervención militar. ¿Cómo reaccionó? De diferentes maneras, todas autocríticas. Un sector, encarnado en una parte del PS y en los segmentos mayoritarios de los partidos de raíz católica (MAPU, IC), inició un proceso que finalmente desembocó en la “renovación socialista”: la valorización de la democracia perdida, pero también el paulatino abandono del proyecto de transición al socialismo. Cuando esos sectores se aliaron con la DC para hacer posible lo que tú llamas “la vuelta al poder”, el socialismo (al menos en el sentido de un modelo de sociedad claramente diferenciado del capitalismo) ya no era parte de su programa. El punto de llegada de estos sectores fue más bien una suerte de socialdemocracia, es decir, un capitalismo “humanizado” y de mayor sensibilidad social, pero capitalismo al fin y al cabo.

El otro sector, ejemplificado por el PC y algunos sectores del PS y el MAPU, a los que se sumó el MIR (que no había sido parte de la UP), optaron por una radicalización de sus posturas rupturistas, abrazando la vía armada como la única forma de enfrentar a la dictadura y retomar las banderas de la revolución socialista. Su autocrítica pasó por asumir que una vía pacífica al socialismo como la propuesta por la UP era imposible. Este sector terminó siendo derrotado en el plano armado, y soslayado políticamente por los partidos que eventualmente formaron la Concertación y pactaron con la derecha para hacer posible la transición.

Dicho de otra forma, el recuerdo de 1970 es definitivamente agridulce: un triunfo efímero que terminó en una derrota total (al menos desde el punto de vista de lo que la UP pretendía: transitar hacia una sociedad socialista).


Joaquín Fermandois recibió su primer sueldo en 1971. Lo recuerda bien. Entonces era un joven historiador egresado de la Universidad de Valparaíso y comenzaba su trayectoria profesional. Era el primer año de gobierno de Salvador Allende y los recursos parecían multiplicarse. “Uno tenía muchos billetes y a un joven le servían de mucho para lo que gastaba; con 22 años recién cumplidos estaba feliz. Yo veía eso en la gente, feliz con dinero en el bolsillo y con bajo desempleo en el país. Duró unos 9 meses, pero crearon un impacto grande”, relata.

Académico de la Universidad de San Sebastián y de la UC, el presidente de la Academia Chilena de la Historia subraya que entonces el país sufría de una pobreza endémica y un modelo de desarrollo que mantenía la economía estancada, con permanentes brotes inflacionarios. “Al embajador de Estados Unidos le extrañaba que la izquierda no hubiera sido más fuerte con un 60 % de pobres, según decía”, comenta.

Autor de La revolución inconclusa: La izquierda chilena y el gobierno de la Unidad Popular, Fermandois piensa que “el triunfo de la izquierda se debe a que desde fines de los 50 se había instalado como un bloque electoral poderoso, muy bien organizado, en relación siempre a cómo eran los demás partidos. Allende eso sí tuvo menos votos porcentuales el año 70 que el 64 (36,6% contra 38,9%), algo que hay que tener en cuenta. Sí tuvo la mayoría absoluta en las elecciones de regidores de abril del 71, el 51 por ciento contra el 49 agrupando a todos los que estaban en un lado y otro. Era un bloque electoral fuerte y si bien bajó después de esa alta cota del 71, se mantuvo sobre el 40% hasta el 73, eso es una parte importante de la historia. O sea, la ley de probabilidades de que en un sistema político así hubiera ganado una izquierda como la que había, era alta, desde 1958”.

Fermandois recuerda la progresiva radicalización que se vivió en los 60, en la política, las universidades y la cultura, una agitación que también llegaba a las Fuerzas Armadas. “O sea, hay un elemento subjetivo en la crisis, y el desarrollo económico y social de toda la década del 60, las administraciones de Alessandri y Frei, no fue muy diferente. Frei hizo muchas reformas, pero su cambio fue algo incremental. Eso sí, era una economía que crecía poco, y cada día se le pedía más, y no había claras fuentes de inversión. Entonces eso creó una posibilidad de quiebre, de un cambio más radical de sistema”, dice.

El triunfo se celebró como una fiesta, aunque era un triunfo relativo. ¿Cómo impacta a la izquierda?

Fue una ventaja mínima, menor que la que Alessandri tuvo sobre Allende el año 1958, fue el reverso del 58, aquella vez fue un 3% y aquí un 1,4 %. Apareció que el pueblo ganaba. Tuvo un efecto sobre la izquierda de coaligarla bastante; en términos organizacionales era bastante plural, en términos de ideas era relativamente homogénea; en términos de táctica como toda coalición se dividía continuamente, pero al final en las votaciones parlamentarias actuaba unida.

La UP tuvo que negociar con la DC y aprobar el Estatuto de Garantías Constitucionales, ¿a qué respondió ello?

Era una tradición chilena, no muy antigua. Comenzó recién el 46, cuando la elección del Congreso llegó a ser importante; y se negoció el 46, el 58 y punto. Porque el 52 Ibáñez ganó no por mayoría absoluta pero con tal ventaja, con el 47 %, que nadie dudó que ya había ganado. Entonces en 1970 vino esta negociación porque causó un tremendo shock. Vamos, alborozo en una parte del país, y shock en otro; eran muy visibles las dos caras de este triunfo. Un tercio del país estaba feliz y otros que se sumaron, porque decían sí, ya está bien que gobiernen, y a medida que pasaban los días de septiembre más gente se fue sumando, no por ninguna doblez, sino por estar con el triunfo, con el futuro, eso opera siempre.

Cuando se cree que algo está en la onda, está en la vanguardia, la gente se suma a eso, todo esperamos cosas del futuro. Eso sucedió.

¿Qué importancia tuvo el acuerdo?

El gobierno de la UP no le prestó mayor atención al acuerdo, pero tuvo alguna importancia. Bien mirada era una reforma que ponía garantías extra a la Constitución, una cosa que se discute ahora también, a la libertad de prensa, fortalecía el lado liberal que implica generalmente distribución de poder y vida pública libre, los medios de prensa pasaron a ser inexpropiables que, sumados más la existencia del Tribunal Constitucional, creó algún elemento de equilibrio. La izquierda estaba preocupada y por algo accedió. Allende negoció y se llegó a un acuerdo.

¿Fue algo más bien estratégico?

Yo creo que fue un acto político. Allende se lo dijo a Régis Debray claramente, que había sido algo táctico y que había que olvidarse de eso. Pero, claro, tenía una fuerza y no era fácil sobrepasarla. Allende creía que finalmente iba a lograr una mayoría parlamentaria y social y que iba a cambiar la realidad del país, y entonces el acuerdo no iba a ser obstáculo para el proyecto de la Unidad Popular, de crear una asamblea popular unicameral y cambiar mucho las reglas del juego.

Hasta el año 70 la izquierda se había movido dentro del sistema. ¿Con la elección, cambia la perspectiva?

Habían seguido la vía legal. No les quedaba otra tampoco. En Chile no era posible una revolución directa, armada. Podía existir un movimiento guerrillero urbano poderoso, pero difícil una revolución armada directa. El hecho mismo de que la izquierda se hubiera desarrollado por casi un siglo, la había acostumbrado a ese sistema, eso sí la identificó, un acostumbramiento a ese sistema, pero con el sueño de algo distinto que es lo que en el discurso la legitimaba. La parte ideológica, la idea de estar ante el fin de la historia, el comienzo de algo radicalmente nuevo en la humanidad, que ellos son portadores de ese sistema a instaurarse, y de que eso no era una utopía sino que existe en muchas partes del mundo, y a ese horizonte había que marchar, era una incitación muy fuerte.

La democracia siempre ha funcionado de modo que el que triunfa nunca triunfa completamente, y el derrotado no lo es del todo. En este caso, para la UP abandonar su programa era como impensable, no podía hacerlo. Entonces estaba como condenada a realizar el programa, y este no se iba a concretar sin crear una crisis institucional. Además, usó los medios semi-legales o francamente ilegales: las ocupaciones masivas, no todas promovidas por la UP pero aceptadas y que la ayudaban un poco, sobre todo las del primer año, las del 71. En el campo, ídem, aunque usó la reforma agraria de Frei, avanzó mucho más en términos de alentar las tomas, y la movilización, dominio de las calles, de las manifestaciones. Tenía gran parte de la televisión; el año 70 el candidato de la derecha no tenía televisión. O sea, la UP tenía una enorme capacidad comunicativa, por su estilo de hacer política, por los diarios que había, por las universidades, por medio de la cultura. Al comienzo hubo mucho de una política de hechos.

¿Cómo se comporta la izquierda en el gobierno?

Con una tremenda seguridad en sí misma, la idea de que esto es algo ineluctable, que hay que avanzar, con una discusión sobre la velocidad. Esta última por momentos dominaba el lenguaje de la izquierda, el debate del ritmo de la “revolución chilena”. Había dos sectores, los comunistas y los socialistas. Y el MIR, que era un grupo muy pequeño, pero los grupos armados, militarizados, en constante movilización, tienen un poder especial, y un mito. Lograron movilizar sectores pequeños pero lo suficiente como para hacerse sentir. Ahora, lo que diferencia a la revolución chilena o este proceso revolucionario como lo calificó Fidel Castro, que me parece un muy buen concepto para este caso, es que el líder no era el que manejaba la máquina, era el primus inter pares. Allende adquirió más respeto al ser elegido Presidente dentro de la izquierda, pero no dominaba, no como Lenin a su aparato, no como Ho Chi Minh al suyo, no como Castro al suyo; cada uno de ellos tuvo problemas con su aparato, pero lo controlaban. Allende, no; tenía que negociar, y siempre eran negociaciones en que restaba un tema crucial sin resolver. Es la gran diferencia entre este proceso revolucionario y otras revoluciones o procesos.

Ahora, la política económica, en un rasgo eminentemente populista, consistió en una tremenda inyección de dinero, mucho más grande de la que estamos viendo ahora. Además, se recibía esta atención mundial inusitada sobre un país pequeño y lejano, como que multiplicó el efecto dentro de Chile. No todos se daban cuenta de eso, pero fue importante.

¿A qué respondía ese interés?

En la imagen cultural moderna europea, la idea del buen salvaje es importante: allá en los extremos del mundo hay gente pura; es cosa de liberarlas, porque están oprimidas. Toda la izquierda europea quedó desilusionada con el caso (Alexander) Dubcek, la intervención soviética en Checoslovaquia, la Primavera de Praga, entonces vieron en Allende un Dubcek, el líder comunista que abrió el comunismo, un Gorbachev avant la lettre. Después yo me fui a Alemania, estuve estudiando un par de años, y lo presencié. Hasta a sectores conservadores les gustaba Allende. Estaba dividida la derecha europea en esto, pero demuestra lo profundo que caló la imagen positiva de la UP en Europa y América.

¿Hacia dónde conducía el modelo chileno?

Hacia un proceso revolucionario de tipo marxista clásico. Era lo que sabían hacer, era lo que creían. La izquierda chilena tenía una ideología radical, antisistema, una persuasión totalitaria o una fe absoluta en una sociedad mejor, pero que era básicamente parecida o igual a estas otras, la Unión Soviética, Cuba, Alemania Oriental. Era muy clave en la izquierda chilena decir “no vamos a transar”, no vamos a ser “reformistas”.

Ser reformista o socialdemócrata era el peor insulto que un izquierdista le podía decir a otro, el epíteto más terrible y que en la década del 60 lo liquidaba. Claro, se deba en un marco institucional de una sociedad abierta, y la oposición organizada logró afirmar una mayoría estrecha pero clara que le daba solidez a esas instituciones, pero no tanto como para lograr una salida constitucional.

¿La revolución entonces no se transaba?

Allende siempre decía que él no había transado, que sus compañeros de la época de la educación casi todos se habían hecho no revolucionarios, pero él seguía firme con la idea de la revolución. No hacer eso era la traición más absoluta; avanzaremos en paz o avanzaremos como sea. ¿Qué hubiera pasado si hubieran tenido la mayoría absoluta? Yo creo que el modelo venezolano, sencillamente, porque con mayoría absoluta podían tener un plebiscito a su favor, cambiar la Constitución y crear una realidad nueva. El modelo nazi, cuando dice uno dice eso, le dicen, “pero Allende no tiene nada que ver con Hitler”; de acuerdo, pero es el modelo clásico para demoler la democracia por métodos constitucionales, y como se hizo aproximadamente en Venezuela. Si hubiera sido sustentable eso por mucho tiempo, yo creo que no, no por mucho tiempo, pero ya entramos en el terreno de la hipótesis contrafactual.

¿Qué hubiera pasado si Allende no gana?

Me lo he preguntado muchas veces. Alessandri pudo haber ganado, perfectamente, 39 mil votos entre 2 millones 800 no es nada. Pero yo se lo pregunté ya hace años a gente de su campaña, qué iba a hacer Alessandri, no lo tenía claro y nadie me lo ha podido explicar. Y Tomic, si hubiera ganado, hacer lo que él decía era hacer la UP pero sin gran parte de su partido, no sé a dónde hubiera llegado, y si no hubiera hecho nada y hubiera seguido como Frei, le habrían echado mucho más en cara, “te comprometiste con algo que no has cumplido”. El caso de Alessandri, con menos de un tercio en el Congreso, sin elecciones a la vista, con un mítico plebiscito que iba a llamar pero que requería ciertas condiciones. En un autogolpe -hipótesis contrafactual- las FFAA no lo iban a acompañar o iba a nombrar a un general jefe de plaza; un día el general le iba a decir, “don Jorge quédese en Phillips en su departamento”, hasta que se diera cuenta de que estaba prisionero y el general en el poder. ¿Por qué? Porque eso estaba pasando en América Latina, en muchas partes. Nunca me he querido plantear eso, en el sentido de que si me lo planteo pienso que también hubiera terminado en una crisis, con cualquiera de los tres, es como Polonia en 1939, que no había alternativa alguna.

Alessandri tenía cierta habilidad, pero lo de la edad era cierto, una edad mental, una persona que se fue como encerrando en sí misma, no por falta de inteligencia ni de conocimiento, porque fue muy inteligente hasta el final. Pero le faltaba la agilidad política para entender los nuevos tiempos, y tuvo un comportamiento atroz la noche del 4 de septiembre: se fue a acostar sin decir nada. Yo voté por él, ¿cómo puede ser que no diga nada? Creo que la elección de Alessandri hubiera llevado a una crisis; lo mismo en caso de Tomic. A no ser de un golpe de genialidad en uno de ellos.

¿Cómo habrían reaccionado los partidos de izquierda si no hubieran llegado al gobierno?

En el gobierno estaban condenados a avanzar a un estado revolucionario. Fuera del gobierno, el PC habría tratado de sobrevivir y la mitad del PS se hubiera ido con el MIR a una confrontación, en el sentido de movilización, radicalizar la calle, en fin, un poco estallido de octubre pero de esa época, y lucha armada directamente porque el MIR estaba bien entrenado para eso, para la guerrilla urbana, algo había en los campos también. Eso habría sido con el pleno apoyo de Castro. Castro detuvo la lucha armada el 70, para las elecciones. Él se entendía muy bien con Allende y le dio una oportunidad; por eso le hizo saber al MIR que no hiciera nada, y Castro era una autoridad moral para esa izquierda.

¿Cree que había riesgo de una lucha armada?

Si hubiera perdido Allende sí, de todas maneras. Hubo guerrilla en todos los países de América Latina, entre el 60 y 70 y aquí también hubiera sido. ¿Qué habría pasado internamente? Ya es difícil decirlo. Pero mirando, yo no sé cómo habría podido sobrevivir Jorge Alessandri a 6 años así. Es cierto que no hizo grandes promesas, por eso perdió también, pero no había de dónde dar. Sigo creyendo que la única posibilidad era que la DC hubiera llevado otro candidato, que le hubiera quitado votos fuertes a Alessandri, y continuar Frei, la mitad de los votos de Alessandri no habían estado molestos con Frei. Por ahí podría haber habido una salida, pero después del 4 de septiembre los dados estaban echados. Y aunque hubiera tenido éxito el secuestro del general (René) Schneider y hubiera habido un golpe, ese régimen militar hubiera estado también en un callejón sin salida, no siendo más que una dictadura. La Junta del 73 tras el golpe tuvo quizás el apoyo de la mitad del país o más. No era el caso el 70.

La figura de Allende ha adquirido connotaciones heroicas, ¿Allende propició esa imagen?

Hay algo de acto heroico probablemente en lo de Allende; como que lo buscaba. Todo héroe también busca realizarse. Textualmente no murió luchando, pero sí el acto fue un acto político y se sacrificó sin duda, porque hubiera tenido una buena vida como exiliado. Pero claro, habría tenido problemas con la izquierda, pero no fue eso lo que lo decidió; él quería dejar derrotado al sistema.

(Joan) Garcés da una interpretación de que Allende lo hizo conscientemente como para liquidar toda posibilidad de una “democracia burguesa”, y que el golpe hubiera terminado con Frei como Presidente. Porque después de la muerte trágica de un Presidente no puede ser como que no pasó nada. Hay algo del mito de Balmaceda también, el presidente heroico que muere luchando por el pueblo, y el pueblo no va a dar más y se va a rebelar. Allende tenía una relación ambivalente con Castro, pero envidiaba un poco a Castro, le gustaba todo lo que era la gesta cubana, la Cuba revolucionaria. Castro tenía considerable autoridad moral sobre Allende. En la última carta de Castro a Allende le ordena morir, si uno lee bien el texto. Le dice, porque tú lo vas a defender con tu propia vida, eso es lo que esperamos de ti, y no nos cabe duda de que va a ser así. No creo que Allende haya hecho eso por lo que le dijo Castro, incluso puede que se haya molestado por ser conminado de esa manera.

¿Para usted qué representa el hito de la elección de Allende?

Es el inicio de una fuerte crisis de la sociedad chilena, que duró toda la década de los 70. Creo que en los 80, al contrario de lo que se dice, hubo cierta recuperación porque la combinación del exilio con el desarrollo interno fue creando la posibilidad de un nuevo Chile. Pero en la década de los 70 el país está en la balanza, primero si va a ser un modelo revolucionario, una democracia socialista; o después un régimen militar eterno pero tenso, y con problemas impresentables muy fuertes, una sensación constante de inestabilidad y fragilidad, hasta inmediatamente después del plebiscito de 1988. Desde ahí en adelante, se percibía día a día la pacificación progresiva de los espíritus, la reconciliación práctica y la convergencia política y cultural en el modelo occidental de democracia, atmósfera que hoy se olvida.

¿Políticamente, qué significó el golpe para la izquierda? Ya en dictadura y diezmada, tuvo que rearmarse y buscar nuevas alianzas para recuperar la democracia y eventualmente volver al poder.

Para el grueso de la clase política de izquierda, y sus seguidores más directos, fue el descubrimiento de la democracia como “modelo occidental”, en sentido de democracia liberal; y que la historia de Chile no había sido pura crisis y marcha al modelo del socialismo real. Experimentó muy de cerca el proceso que condujo a la Caída del Muro y tuvo absoluto protagonismo en la mayor parte de las tres décadas que siguieron, gozando y sufriendo el brillo del “modelo chileno”, hasta las tensiones de la crisis actual que la hace dudar de sí misma y sentir la experiencia -que de cuando en vez le sucede a toda existencia histórica- de la irrelevancia. Cuando nuestro tiempo esté definitivamente clausurado, se le observará con nostalgia como la de un esplendor dilapidado.