El origen del crimen de Curicó
<P>El pediatra Francisco Ramírez mató a sus tres hijos en Curicó, antes de suicidarse el 29 de agosto. Su historia era la de un hombre que se construyó a sí mismo. Que había pasado de la clase media de San Miguel a la elite del Maule. Pero nada de eso ayuda a entender su violento parricidio. Esta era su vida y así fue el día de furia en que decidió terminar con todo. </P>
El doctor Francisco Ramírez había llegado, tal como lo prometió su secretaria, Edith Jalabin, tarde, cerca de las 19.40 de ese miércoles 29 de agosto. Subió desde el estacionamiento 58, donde dejó su camioneta blanca, trotando. Igual que en los cinco últimos años que, según Julio Sánchez, el conserje, era el tiempo que Ramírez llevaba arrendando las oficinas 406 y 407 para su consulta pediátrica, en el edificio de Manuel Montt 357, en Curicó. Entonces, Ramírez pasó frente a la puerta donde Sánchez tenía su escritorio. Se vieron, se saludaron. Y entonces Julio Sánchez, le hizo su pequeña observación.
-Pucha que anda sport, doctor.
En todo el tiempo en que lo había visto, Sánchez había aprendido que Ramírez era un hombre de rutinas. Que el doctor de 50 años llegaba antes de las 9.00 y se iba después de las 21.00, que ni su mujer ni sus hijos venían a verlo, que muchas veces almorzaba solo frente a su escritorio, que no le gustaba que la señora del aseo del edificio entrara a su oficina, porque le gustaba limpiarla él, y que siempre vestía de traje y corbata.
La elegancia de Ramírez era una constante que Sánchez apreciaba casi tanto como el trato que tenía con la gente. Por eso es que ese miércoles, el conserje reparó en la anomalía de que Ramírez fuera de traje claro, camisa blanca, desabotonada y sin corbata. Por eso es que preguntó. El doctor no entró en detalles. Respondió corto, con precisión y sin indicios de que hubiera algo raro.
-Andaba en Santiago -dijo.
Y entonces subió por 15, 20 o tal vez 30 minutos.
Cuando bajó, Ramírez se despidió del conserje, trotó hasta su auto y salió manejando por las angostas calles de Curicó. Sánchez aún no lo sabía, pero el doctor había dejado dos cosas en su oficina que la PDI encontraría al día siguiente, cerca de las 10.30. Un sobre con el sueldo de Jalabin y un mensaje que decía "Querida Edith, gracias por todo. Más que una secretaria, fuiste una amiga".
1.
La gente no sabía muchas cosas de Ramírez y en eso puede haber incidido la geografía urbana. El camino a Zapallar, donde vivía, es un sector retirado de Curicó, donde las casas son grandes bloques ocultos detrás de portones extensos y muros que dan vueltas a las manzanas. Ramírez ahí arrendaba una casa que, según Sergio Correa, el corredor de propiedades a cargo del inmueble, tenía un terreno de 5.000 m2. La residencia era de 150 m2 construidos, dos pisos, cuatro dormitorios, tres baños y pertenece a alguien que trabaja en Curicó. A ese lugar Ramírez; su mujer, Pilar Merchak (51); y sus tres hijos, José Miguel (17), Juan José (16) y Sebastián (13), llegaron alrededor de enero de este año. Antes vivieron un año en el condominio Bosques de Zapallar. Previo a eso, residieron en el sector de El Boldo, unas parcelas atrás del estadio La Granja, que Ramírez decidió abandonar y dejar arrendando porque, con el crecimiento de Curicó, el lugar se rodeó de poblaciones. Y con eso sentía que perdía su privacidad, explica una persona cercana a la familia.
Pero ese mundo de elite en el que Ramírez se instaló durante la última mitad de su vida no era el mundo donde había nacido. Antes de Curicó y de casarse con la hija de Norman Merchak, un ex intendente del Maule, descendiente de libaneses, reconocido pediatra y antiguo director del Hospital de Curicó que lo apadrinó, Francisco Ramírez, nacido en Santiago, comuna de San Miguel, un 7 de enero de 1962, fue el hijo de Francisco Ramírez Contreras y Yolanda Alvarado Verdugo. Un alumno del Instituto Miguel León Prado de la Gran Avenida, hermano de Jorge y estudiante de Medicina en la Universidad de Chile.
Un tipo que al momento de la separación de sus padres eligió seguir a su madre. Y que, años más tarde, la acompañó durante el cáncer que terminó por matarla en abril de 1997, a la edad de 66 años.
Después de ese quiebre paterno, que según un hombre que trabajó con el doctor se acentuó al morir Yolanda, fueron pocas las veces en que el hijo se acercó a la carnicería Santa Rosa, en Ñuñoa, el negocio en Italia esquina Sucre que su padre ha mantenido durante 54 años.
Pero ese miércoles sucedió.
Ese 29 de agosto el doctor salió de Curicó en su auto, con dirección a Santiago, cerca del mediodía, y no paró hasta detenerse en esa parte remodelada del barrio Italia, donde estaba su padre, de 81 años. Ahí los dos se sentaron y hablaron largo. Dice el fiscal de Curicó, Miguel Gajardo, que "hay algunos elementos que pueden tener relación con lo que sucede esa noche. En la despedida de ellos, según los antecedentes que hemos recabado, el padre manifestó la intención de mantener su vinculación con el hijo. Pero el hijo le manifiesta que 'ya sea física o espiritualmente, ellos iban a estar juntos'. En su momento eso no tenía sentido, pero a la luz de lo que ocurrió horas más tarde, sí podría tener".
Después de hablar con su padre, Ramírez hizo un trámite más y terminó cerca de las 17.00. Luego regresó a Curicó, pasó a su oficina en el centro y se dirigió a su hogar.
2.
El doctor Hernán Grez recuerda a Ramírez de sus días en el Hospital de Curicó, donde trabajó como pediatra de 1988 hasta 1999, "haciendo el policlínico y visitando las salas cuando estaba en el hospital", como alguien afable con quien compartía capuchinos en la cafetería que existía antes del terremoto de 2010. Que siempre tenía buenos juguetes en su consulta para los niños y que, además, fue de los primeros médicos en usar computador en la ciudad. El Dr. Carlos Rojas, en tanto, recuerda que Ramírez fue miembro del Club Aéreo de Curicó, donde hizo el curso de piloto. Los dos, a lo largo de la conversación, repetirán que era una persona completamente normal.
Lo mismo que Guillermo Torrealba, urólogo y presidente del Colegio Médico de Curicó, que conoció a Ramírez hace nueve años. Dice: "Comentábamos con mi señora que su hijo menor, el 'Tatán', fue especialmente difícil cuando estaba en kínder. Le daban unas pataletas y mi señora era su profesora en esa época. Francisco le dijo a ella: 'Cuando a mi hijo le dé una pataleta, por favor, llámame'. Ella recordaba que el 'Tatán' era un niño súper difícil a esa edad, que nadie lo podía contener. Pero llamaba a Francisco, él llegaba, tomaba al 'Tatán', lo ponía encima de sus piernas y lo apaciguaba".
José Miguel Ramírez era el hijo mayor y había sido adoptado al poco tiempo de nacer, porque el doctor y Pilar Merchak, una contadora auditora que estudió en Talca, pero que el pediatra conoció en Santiago, no conseguían tener hijos. Esa circunstancia, dice un cercano, más que separarlos, los unió. Después pudieron tener dos hijos propios. De todas formas, Ramírez no hacía diferencias. El único motivo por el que José Miguel estudiaba en el colegio Manuel Larraín y no en el Orchard College, como sus hermanos, era porque había tenido problemas con el inglés, explica Torrealba.
Pero hace unos tres o cuatro años, todo volvió a complicarse, porque Pilar contrajo cáncer de mamas. Para Ramírez era como que la historia de su madre se repetía. Sólo que ahora tenía los medios. Amigos dicen que redujo su carga de trabajo, que empezaron a salir más en familia y no sólo guardaban las vacaciones para el verano. Un antiguo trabajador de la casa incluso dice que una vez que Pilar Merchak había salido, el doctor lo mandó a comprar rosas. Le pidió que le quitara los pétalos y que los pusiera sobre el dormitorio, porque así quería recibirla.
Y a pesar de que su mujer había sanado, Ramírez seguía monitoreando su salud. De hecho, la última vez que habló con Torrealba fue hace dos o tres semanas por ese motivo: "Su señora tenía una infección urinaria y llamaba para preguntarme y pedir mi opinión. No era nada grave, pero él era muy apegado a las estructuras. Quería consultarme como especialista respecto de cuál era el antibiótico más adecuado para darle".
Ese miércoles 29, Ramírez llegó cerca de las 20.30 a su casa. Cuando entró, le pidió a su mujer que fuera a comprar unos Mistral Ice porque quería celebrar. Ella aceptó y condujo su auto hasta el Unimarc de Avenida España, a unos dos kilómetros. En la caja se topó con una amiga. Le dijo que se iban de viaje. Que, como confirmó luego el fiscal Gajardo, toda la familia tenía pasajes para República Dominicana el 1 de septiembre.
3.
Según fuentes cercanas a la investigación, el doctor Ramírez llevaba un año viendo un sicólogo, lo mismo que su mujer, que llevaba más tiempo aún. Los motivos, dicen, eran claros: Ramírez era una persona demasiado estructurada y que podía perder el control cuando las cosas salían del molde que él había trazado. No se le conocía por ser un hombre violento y el arma que tenía, una Beretta 9mm automática y negra que había inscrito el 2 de agosto de 1996 para defensa propia, sólo era disparada por motivos de mantención. Pero la llegada a la adolescencia de sus hijos y el desafío a su autoridad que eso provocó, dicen desde fiscalía, pudieron producir episodios de descontrol.
Lo cierto es que desde hacía unos dos años los hijos se habían acercado más a la madre, a quien su primo Edmond Merchak describe así: "Pilar nunca fue depresiva. Fue muy alegre y muy inteligente. De hecho, era una profesional de excelencia mientras trabajó. Ahora cuidaba a sus hijos". Dice una persona que ha sido parte de la investigación que una vez, en medio de una pelea, Ramírez le habría dicho a uno de sus hijos que se fuera de la casa. El hijo le habría hecho caso y arrancado hasta la residencia de su polola, en Molina. Al día siguiente, y a pedido de Pilar Merchak, Ramírez fue hasta Molina, le pidió disculpas a su hijo y lo trajo de regreso.
Dice la misma fuente que Ramírez amaba a sus hijos. Sólo que quería que las cosas fueran de acuerdo a sus reglas. Pero ni eso ni nada explican lo que pasó después. Que ese miércoles, después de pedirle a su señora que fuera a comprar, Ramírez se haya servido un carpacho de salmón sobre una bandeja, que lo haya llevado hasta su dormitorio y que lo haya dejado ahí, sin tocarlo. Que después haya tomado la Beretta de su velador, llenándola con 15 rondas y poniendo tres balas más en su pantalón. Que haya subido hasta el segundo piso, donde sus hijos veían televisión sobre un sofá negro a fuerte volumen. Que después, en una secuencia que aún se investiga, porque podrían existir sedantes involucrados, les haya disparado dos balazos a cada uno por la espalda, en la cabeza. Dicen los informes balísticos que Ramírez apretó el gatillo lo suficientemente cerca como para casi apoyar el cañón en sus cuerpos, en una maniobra tan macabramente limpia que no dejó evidencias de forcejeo ni oposición. Antes de bajar, Ramírez los dejó a todos arrodillados frente al sofá, con la cabeza apoyada casi sobre el respaldo, semitapados con lo que el fiscal Gajardo describe como "una tela, como esas que se ponen en las reposeras".
No hay claridad de cuánto demoró esto, pero se sabe que Pilar Merchak volvió a la media hora o 45 minutos después de haber salido. Que cuando lo hizo, Ramírez le dijo que fueran a la terraza del dormitorio a tomar los Mistral Ice y a fumar un cigarro. Ahí, Ramírez sacó un anillo de brillantes con oro blanco, que compró ese día en una joyería en Santiago que aún no se identifica, y le volvió a pedir matrimonio. Ella aceptó. Detrás del gesto había una deuda que Ramírez mantenía. El 17 de marzo de 1989, cuando se casaron por el civil, él no había tenido el dinero para comprarle un anillo de compromiso. Era lo que ahora estaba saldando. Después, en una mecánica que parece no tener lógica, él la tiró sobre la cama, trató de amarrarle las manos con una cinta plástica y, luego, cubrirle la boca con la misma cinta. En ese forcejeo, Pilar logró desatarse. Él dijo: "Me voy a matar".
Ella le pidió que no lo hiciera, que lo quería, que siguieran con su relación. Fue ahí cuando Pilar Merchak lo vio. La mano izquierda de su marido llevando la Beretta hacia su boca y el disparo que no pudo mirar, porque instintivamente corrió la mirada. Ramírez estaba tirado en el suelo, con sangre en todas partes, con el revólver a sus pies.
Pilar subió buscando ayuda en sus hijos. Ahí los vio cubiertos por una tela extraña y el rostro de Sebastián levemente ladeado, cubierto con su propia sangre. Entonces corrió hacia la entrada de su casa, llamó a su hermano Juan Pablo y a la Comisaría de Curicó, cerca de las 22.00, gritando entre sollozos: "Mis hijos, mis hijos están heridos. Los mató".
Ahí fue cuando el caso cayó en las manos de Gajardo, que ha tratado de encontrarle algún sentido a todo esto. A cómo un hombre tan normal puede ser capaz de algo así. La mejor respuesta, hasta ahora, le llegó por casualidad. Estaba en su oficina cuando una mujer que decía ser escritora quería darle su teoría sobre el pediatra a partir de lo que había leído en la prensa. "Ella decía que Ramírez quería volver a una etapa previa, antes de que estuvieran casados con Pilar Merchak. Antes de los hijos. Le da un anillo de compromiso, toman y fuman en la terraza, como pololeando. Mata a los niños como en posición fetal, como antes que nacieran, y estaba el viaje a República Dominicana, que era como una luna de miel". Gajardo dice que no es que esté de acuerdo con esta teoría, pero que agrupa varios datos. Incluso algunos que no habían salido en la prensa: "Yo creo que Ramírez estaba cerrando círculos que tenía pendientes. Como el del anillo que debía o de visitar a su padre. Es, quizás, la única forma de entender todo esto. Que haya estado tratando de volver a un punto de origen".
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