SEGUN LA leyenda, después de declarar que la tierra no se movía en torno al sol para evitar las penas de la inquisición, Galileo habría pronunciado la frase “y, sin embargo, se mueve”. Esta frase muestra cómo las creencias preconcebidas no pueden acallar al conocimiento científico. La cito en esta columna respecto de la discusión en educación.

Alguna gente cree en un mundo caracterizado por la educación funcionando como un mercado competitivo perfecto, con proveedores públicos teniendo desventajas intrínsecas respecto de los proveedores privados. La evidencia sugiere que en la educación existe información asimétrica, oferentes privados con conflictos de interés muy fuertes y con un conjunto de regulaciones muy activas, que nos ponen bastante lejos de un laissez faire con escuelas que hacen lo que quieren y un Estado ausente.

Por otro lado, en otros sectores se descalifica exactamente lo que acabo de hacer: hablar de mercado, incentivos o provisión es un pecado, porque la educación es un derecho social y no hay espacio al “mercado, luego no sirve el análisis económico. Un corolario de esta posición es que se cree que haciendo gratuitos los servicios educativos desaparecerían los precios y, por ende, el mercado, todos sus incentivos y, de paso, la utilidad de los economistas.

Una aplicación concreta de esta posición es el fin del financiamiento compartido (FC). La motivación es variada: se afirma que crea segregación social y educativa, además de no tener efectos causales en la calidad educativa. Así, operaría como una especie de cobro de entrada a “clubes” diferentes, algunos más caros y más exclusivos que otros. La verdad es que la evidencia científica es menos clara que lo que indica esta posición. Por ejemplo, los efectos del FC en la segregación parecen ser, a lo más, moderados.

Pero hay un punto más relevante aún que no está presente en el debate: qué motiva a las familias a gastar en educación. A partir de una investigación que desarrollé con Andrés Hernando se puede concluir que las familias que pueden, gastan de acuerdo a ciertos atributos académicos y no-académicos de los colegios (destacando los resultados del Simce y la cercanía). Entonces, si se elimina el FC y no se hace nada con lo que ofrecen los colegios, las familias que gastan no van a dejar de hacerlo. Esa disposición a pagar se va a canalizar, probablemente, de otras maneras: colegios particulares pagados, academias complementarias (Corea), vivir cerca de los colegios “buenos”, etc. Si no cambia nada más y a esas familias no les dejan comprar patines, van a comprar monopatines, triciclos o bicicletas.

Yo no me opongo per se a la eliminación del FC; mi punto es que es una ilusión creer que su mera eliminación va a solucionar problemas muy profundos. ¿Qué hacer entonces? Aporto aquí con algunas propuestas que ya planteamos en el Grupo Res Pública Chile: aumentar sustantivamente la subvención escolar; una reforma potente a la educación pública con recursos, pero también incentivos y capacidad institucional; apoyos directos para promover la integración social, entre otros. Como diría Galileo, podemos prohibir el FC, pero ese dinero “sin embargo, se va a mover”, por mucho que se crea lo contrario.

Francisco Gallego
Profesor Instituto de Economía UC