SI LOS CINCO artesanos que fabrican armas y armaduras medievales en Chile se cuentan con los dedos de una mano, es aún más rebuscado dar con el par de ellos que los hagan en Santiago. Rodeados de fraguas, hornos y colecciones de martillos, en estos talleres se les da vida a yelmos, espadas y escudos y sin herramientas modernas. Por eso parecen haberse detenido en el tiempo.

El valor de una buena espada está en su rústica factura, creen los fabricantes. Uno de ellos es Víctor Escobar (42). Mecánico industrial de profesión, hoy vive de la confección de armas, retablos y orfebrería medieval cerca de la Maestranza de San Bernardo. Cuenta que de niño fue ayudante de su abuelo -que era herrero- e hijo de un marino coleccionista de armas antiguas. En ellos se inspiró para dejarse atrapar por este viejo oficio, mientras a la vez, trataba de reinventarse en un período de cesantía. Se dio cuenta, también, de que demanda había y de que esta provenía de una audiencia exquisita. "De mi abuelo aprendí a identificar el mejor momento para poner el bronce en el yunque, a la temperatura adecuada. Nunca creí que esto tuviera algún campo acá, pero insistí y me fue bien", cuenta Víctor.

Su éxito se debe a los coleccionistas locales, pero más a los europeos, que encargan piezas para sus colecciones y lo recomiendan a conocidos (por eso no para de trabajar en todo el año). Tomando en cuenta que una espada puede costar $ 600.000 y un yelmo hasta $ 350.000, no está nada mal. Acá en Santiago son, asimismo, coleccionistas particulares los que le compran, pero también canales de TV para producciones.

"Hay veces en que no doy abasto, entonces mi mujer me ayuda con labores administrativas en el sitio web espadas.supersitio.net. El encargo más reciente es una réplica en detalle de una armadura de la serie animada Los Caballeros del Zodíaco.

Al igual que Víctor y con el mismo pulso medieval, Rodrigo Ahumada (24), más conocido en el circuito de los fanáticos de la recreación histórica medieval como "Dragón Herrero, le da sólo al martillo, el fuego y los remaches en su taller de Huechuraba. Se demora cerca de una semana en hacer un casco o una espada y aprendió a trabajar el metal como ayudante de Pablo Catalán, un tradicional fabricante de cuchillos y armas y que se hizo conocido por hacer cotas de mallas (esas mallas de metales que cubrían el torso de los caballeros andantes) para jugadores de rol de carreras de ingeniería.

El llama "herrería" a su arte y lo suyo son las armaduras y los cascos. No las armas. "Es un taller muy pequeño y aunque de repente el ruido lo hace un poco molesto para mis papás y vecinos, ellos entienden que le dedique el 80% de mi tiempo a esto, porque este trabajo es mi vida", dice. El resto del tiempo, Rodrigo estudia Psicopedagogía.

Quienes lo contactan en su Facebook son profesores universitarios, fans de novelas de caballería y fantasía y, en general, personas que se dedican a la recreación histórica del siglo V al VIII y que necesitan una cota de mallas que haga juego con una daga romana, por ejemplo. "En Santiago hay grupos con cierta tradición como los Lobo Blanco o Cuervos de Odin, especializados en el mundo vikingo y otros medievales renacentistas como León Rampante" o Vasmeryork.

Tanto Víctor como Rodrigo coinciden en que la principal característica de un buen trabajo es la entrega total a la pieza. Dejar de lado el uso de esmeriles, sierras y herramientas eléctricas para crear un arma exactamente igual que hace siglos.

Esa fidelidad no es fácil: la creación de una katana (especie de espada oriental) exige más de 30 dobleces en la hoja metálica, un lado con filo y otro liso para detener golpes. Como cada objeto es único, se valora que no lleve soldadura, sino sólo remaches. De ahí que una armadura completa cueste hasta $ 2.000.000. El precio para quienes las encargan de Europa, eso sí, es razonable, porque allá se puede triplicar el precio.

Militares y esgrimistas le piden a Escobar trabajos de mantención y restauración para sus armas. Pero como esta se pueden ocupar, Víctor las inscribe en Carabineros, como la ley lo exige.

A la antigua usanza de los caballeros, Víctor cuenta con su propio código de ética, y es requisito para concretar cada diseño realizar una entrevista personal en la que decide si realiza o no el trabajo. "Le pido a la persona una copia de su cédula de identidad y le aclaro que las armas son de verdad", explica. A la fecha se ha negado a fabricar cuchillos retráctiles para motocicletas, sables para neonazis y objetos para la práctica de ritos ocultistas, enumera. "Sólo trabajo para los que me dan confianza; a los que van a respetar el código de honor", dice Escobar.