La mujer más hermosa del mundo aparece y desaparece sin dejar más rastro que sus enamorados, que caen rápido a la tumba; una aldea con fantasmas literalmente en cada esquina donde la amenaza más común es "te me apareceré cuando me muera"; un hombre que no cree en el infierno ni en fantasmas, pero da fe de los duendes, porque "son lógicos". Estos son los lugares y personajes que el poeta William Butler Yeats (1865-1939) se dedicó a rastrear por los campos de Irlanda desde fines del siglo XIX, para retratarlos en crónicas muy entretenidas y, a la vez, sumirse en su saber para encontrar materiales que infundieran fuerza vital a su ya apasionada poesía.

Nos encontramos en un país donde las hadas, los duendes, los espectros y los demonios se consideraban gente, de la mano de un poeta para el cual la búsqueda luminosa empezaba en lo más oscuro: "De la cueva surge una voz/ que solo una palabra sabe: ¡Disfruta!".

Yeats fue un patriota legendario y un adepto a lo sobrenatural hasta sus últimos días, aunque vivió la mitad de su vida fuera del país y al final abrazó lo racional y el escepticismo con bastante ánimo, sin renunciar a su raíz simbólica y espectral: uno de sus últimos poemas se llama, precisamente, Las apariciones y en él confluyen fantasmas y pesadillas sobre la nada, lo que más lo aterraba como opuesto de la visión de belleza.

Mitologías reúne cinco libros sobre mitos y tradiciones. En el más conocido, El crepúsculo celta, señala su intención inicial: "He deseado, como cualquier artista, crear un pequeño mundo con las cosas hermosas, agradables y significativas de este mundo malogrado y torpe, y mostrar, en una visión, algo de la faz de Irlanda". Su método para escudriñar este ámbito inefable lo esboza mientras narra una sesión nocturna de conversación con una médium que lo comunica con la reina de las hadas: "Yo había aprendido a suspender la voluntad de tal manera que la imaginación volara sola". La imaginación es un modo de conocimiento, y la realidad no es desolada ni atroz, sino llena de maravillas.

Al buscar las narraciones actuales y ancestrales sobre hadas y apariciones, Yeats intenta asir una belleza heroica, "que ha ido desapareciendo de las artes desde que esa decadencia que llamamos progreso colocó a la belleza voluptuosa en su lugar". Para él, el arte debe depender de la confusión de la experiencia no depurada, es anterior a lo racional. "En un mito se puede creer, ante la filosofía solo cabe asentir", habría dicho según Richard Ellmann, autor de su espléndida biografía de Cuatro dublineses. Yeats, por supuesto, quería creer.

"Creo que toda la naturaleza está llena de gente invisible, y que de esta gente algunos son feos y grotescos, otros malos o necios, y muchos más hermosos que nadie que hayamos visto jamás, y que los hermosos no andan muy lejos cuando paseamos por parajes agradables", escribe el joven Yeats en Bosques encantados, donde conoce a un puñado de viejos, de los cuales no está seguro "de que distingan muy claramente entre lo natural y lo sobrenatural". Tales son sus ganas de creer, su entusiasmo por ver y encontrar, que transmite con fidelidad la sensación de estar en lugares lejanos llenos de árboles y lluvia donde de pronto aparece, otra vez, ese mítico y misterioso rostro más hermoso, "apacible como los rostros de los animales, o como las charcas montañosas al atardecer, tan apacible que resultaba un poco triste".