Cuesta imaginarlo, ya con sus años encima y un poquito de panza, durmiendo en albergues y recorriendo el globo con sólo una mochila y un saco de dormir al hombro. Pero dice que ni un título o la estabilidad de una vida común podrían haberlo alejado de lo que fue, desde que era un niño, su pasión: los viajes.

Jorge Sánchez, la sexta persona que más destinos ha visitado según la web MostTraveledPeople.com, ha pasado al menos una vez por todos los países del mundo y ya ha dado la vuelta a este seis veces.

"Desde que empecé a leer los libros y enciclopedias de mi padre quise salir. Pero tuve que esperar a cumplir 18 para poder sacar pasaporte. Ahí de inmediato me fui", cuenta sentado en el lobby del Hotel Fundador, en el centro de Santiago. Está despierto desde temprano. Fue a misa en la iglesia San Francisco y subió el Santa Lucía. Habla rápido y entusiasta, como tienden a hacer los españoles, y tiene tanta energía que es difícil no sorprenderse cuando dice su edad: 62 años.



Con sinceridad, ¿no te cansas más que antes?

Te notas más cansado, normalmente. Por ejemplo, cuando fui a subir el Santa Lucía por supuesto que me cansé.  Me noto un poco más pesado que cuando era jovencito, pero el entusiasmo sigue intacto. Eso es lo que cuenta.

De la malaria y las FARC

¿Qué es lo que más valoras de todos estos años de viaje?

Sólo aprendes la realidad como es, en verdad, si ves las cosas con tus ojos. Así eres libre y no dependes de las interpretaciones de los medios de comunicación o de la escuela. No te adoctrinan. He aprendido a juzgar el mundo y la vida en la que vivimos por mí mismo, no a través de otros.

¿Cuál es la cultura que más te ha fascinado?

Tengo una preferencia por Asia y la India es mi país favorito. He estado al menos 10 veces y volvería otra vez, porque es tan grande, como un continente. Me faltan sitios por ver. Su filosofía y su religión son muy interesantes. Aunque yo sea católico, no creo que el catolicismo sea superior a otras religiones. Es otra manera de ver al todopoderoso.

¿Has estado envuelto en situaciones difíciles?

Muchas veces. Cuando crucé Centroamérica, por ejemplo, eran los tiempos sandinistas, y había controles de soldados, a veces no podías salir del hotel. Otra vez en Irak, en los tiempos de Sadam Hussein, oímos bombas en Bagdad, yo estaba bebiendo un jugo de frutas en un bar y me metieron a un sótano. En Afganistán me encarcelaron una vez porque pensaban que yo era un espía. Pasé casi tres meses preso hasta que se aclaró, tuvo que intervenir el cónsul. Otra vez en Colombia unos muchachos de las FARC me quisieron robar todo. Me llevaron con uno de sus jefes, que había estado en Moscú, y como yo hablo ruso nos entendimos en esa lengua. Ahora está en Ucrania, casado con una ucraniana, todavía me escribo a veces con él.

¿Se hicieron amigos?

Sí, era un muchacho de Bucaramanga que se llama Víctor. Esa vez finalmente me deportaron porque había entrado a Colombia por un sitio donde no había fronteras y no tenía el sello en el pasaporte. A veces entras a un país nuevo, no conoces bien las normas y se tienen conflictos, pero tengo la conciencia tranquila de que he sido respetuoso con las leyes de todos los países.

¿Pero otros consiguieron asaltarte?

Me han dejado con lo puesto. Una vez, en África del sur. Me patearon y amenazaron con cuchillos. Por suerte tenía el pasaporte y las tarjetas en un bolsillo interior. Buenas palizas me ha tocado en África. Es que aunque tengas las visas, en las fronteras los policías siempre esperan que les des propina. Una vez sólo le di al jefe y un soldado se enfadó. "¿Y a mí por qué no me invitas a una Fanta?", me dijo, y se volvió loco, me golpeó con una pistola y me abrió el cráneo. Me tuvieron que poner puntos. Por una tontería, de haber sabido le digo "toma, cómprate una caja de Fantas".

¿Y enfermedades?

Una vez, en Costa de Marfil, me dio malaria. Por suerte andaba con un grupo, todos españoles, y uno de ellos, junto al guía, me llevó al mejor hospital y le avisó al embajador. Me pusieron un suero esa misma noche, sino al día siguiente no me habría despertado. Me contaron ellos porque yo no tengo memoria de dos o tres días que estuve inconsciente. Habíamos ido al Monte Taï, un monte sagrado que es patrimonio de la humanidad. Y ahí me picaron unos mosquitos por la noche, a pesar de que me puse cremas y me había tomado las pastillas que te indican. Eso además de las típicas enfermedades, fiebre e indigestión, que me han dado muchas veces.

¿Y comes de todo?

De todo. Bueno, cuando estuve en Corea del Norte no quise probar el perro. Otra vez en Taiwán me ofrecían sangre de serpiente y no tomé. Pero he comido hormigas culonas en Colombia, bañadas en chocolate, y estaban buenas. También comí gusanos de seda en China, que por fuera son muy feos, parecen cucarachas negras, pero se come lo de adentro y es rico. También hay un restaurante en Nairobi en que ofrecen "animales de la casa": cuello de jirafa, cebra, y comí, como un experimento, sólo una vez. Luego hay unos huevos que se llaman balut, en Filipinas, que te comes el feto del pollo, se muerde la cabeza del pollo y todo. Iba con unos amigos y todos comían, no iba a ser yo el único en no hacerlo. Hay cosas que nunca más, como esa. La gastronomía es parte de la cultura, entonces hay que ir con una mente bien abierta.

¿Has pasado hambre?

Sí. Una vez caminando por la Patagonia argentina estuve dos días sin comer, por suerte alguien me llevó a un pueblo. Y haciendo trekking en Nepal y el Tibet, comí hielo. Es muy bueno, te quita la sed y el hambre.

Parece que no ibas muy preparado.

Sólo llevaba un saco de segunda mano que compré en Turquía. Nada especial. Tuve suerte que una noche un neozelandés me dejó dormir en su tienda. No tenía zapatos para trekking, ni calcetines, pero el cuerpo se adapta. El problema es que tú les preguntas a los locales cuánto te demoras y ellos te dicen, por ejemplo, seis horas. ¡Pero son seis horas de ellos! Gente que está adaptada a caminar, y a la altitud, a cuatro mil metros. Eso fue una equivocación. Aun así, conseguí subir el Annapurna.

¿Qué has aprendido de los jóvenes que viajan hoy?

Ahora hay muchos viajeros. Es bueno que seamos más pero, por lo mismo, en todas partes te cobran. Es mucho más caro viajar. Antes como había pocos viajeros a veces te hacían los tours gratis. Yo trabajé muchas veces ilegalmente, pero ahora en varios países te dan visado para ir a trabajar. ¡En Australia ganas dos mil euros al mes trabajando en una granja! Así que si alguien me dijera que quiere dar la vuelta al mundo yo le diría que al menos se consiga para llegar a Australia, con una visa de trabajo. Dos mil dólares es mucho dinero para el que va viajando.

Viajero y no viajante

Al comienzo, los papás de Jorge no querían que viajara. "Me querían tener a su lado. Pero como somos cuatro hermanos, bueno, uno tenía que ser la oveja negra (ríe)".

¿Querían que estudiaras, que trabajaras?

Estudié nuestro planeta, la vida. Mis viajes han sido un aprendizaje. Y siempre he trabajado, así me financio mis viajes, nunca le he pedido nada a nadie. A mí jamás me han financiado, en mi página no vendo hoteles ni pasajes de avión, siempre he trabajado yo.

O sea que no aceptas auspicios.

Jamás. Nunca me han ofrecido (ríe), pero no aceptaría. Muchos viajan gratis, pero yo no los llamo viajeros. Ellos, perdona la palabra, se han prostituido. Son "viajantes". En España un viajante es el que va vendiendo cosas y se desplaza, pero no viaja realmente. El viajero viaja con el sudor de su frente, con su dinero. Es libre, dueño de sus viajes.  El viajante va donde le ofrecen o le pagan.

Explícame cómo pagas tus viajes.

Antes trabajaba sobre la marcha en los países que visitaba. En Japón di clases de español, hacía traducciones. En otros lados trabajé en hotelería, lavando platos, de camarero… me pagaban en efectivo, al día, "en negro", como se dice en España. Me venía bien para economizar y seguir. Pero ahora trabajo en la Costa Brava, en España, y cuando ya junto dinero suficiente, salgo de nuevo. A veces hago transfers del aeropuerto al hotel, otras veces de guía y a veces lavo platos en una cocina. Lo que haga falta, no me importa qué, no tengo una profesión fija.

¿Cuánto te demoras en juntar el dinero para un viaje?

Normalmente tres meses. Yo con tres mil dólares, o euros, tengo suficiente para dar una vuelta al mundo en 80 días. Me gasto un promedio de 30 dólares por día, contando todo, los transportes y visitas, la comida y dormir. Eso como máximo, en los países caros. Yo voy a albergues, con mi saco de dormir y comparto dormitorio con otros viajeros. Es barato.

Es la forma de viajar que uno asocia a la gente joven… el chico que mochilea.

Ha sido mi caso, yo empecé así. Lo que pasa es que nunca he dejado de hacerlo. Pero si no hubiera viajado nunca, no empezaría una vida de viajero a los 60 años.

¿Y qué te dicen los jóvenes que conoces en los albergues?

En algunos casos hay gente de mi edad, pero la mayoría son jóvenes. Algunos se sorprenden, me preguntan cuántas veces he viajado, me piden consejos. Soy como el hermano mayor. En los albergues habemos nueve o diez en una habitación, en literas, y siempre antes de dormir hablamos un poco, intercambiamos información. Eso no lo puedes hacer en un hotel. La cama es mejor y el desayuno es estupendo, lo aprecio, pero yo echaría de menos estar en un sitio con otros compañeros de viaje. Acá no me puedo relacionar con nadie.

¿Siempre has viajado solo?

Normalmente, sí. A veces coincidido con otros viajeros, que llevábamos el mismo destino, por unos días o semanas y compartimos el recorrido, pero planeo mis viajes solo.

¿Y no tienes familia?

Soy divorciado. Me casé y tuve una hija, española, que tiene ya 28 años. Luego he tenido otras parejas. Tengo tres hijos más, que viven en Rusia con sus madres. Todas me dejaban porque viajo, pero la madre de mi hijo más pequeño, Lázaro, que nació en junio, ella es viajera como yo, es mi media naranja. Ahora viven en Siberia, pero cuando termine mi séptima vuelta al mundo iré por ellos. Los viajes se me están acabando.

¿Cómo ha cambiado todo desde que empezaste a recorrer el mundo?

Diría que el uso del teléfono móvil y el internet han sido el mayor cambio. Yo a mis padres les escribía y les decía que mi próxima parada sería en tal lugar y ellos enviaban una carta a la oficina de correos, que yo retiraba con mi pasaporte. Me llegaba una carta cada dos o tres meses. Ahora te contestan al instante por internet. Lo mismo con la información, está lleno de foros y páginas donde los viajeros intercambian datos y eso es muy bueno. Lo que sí no soporto son esas guías planeta…

¿Las Lonely Planet?

Esas. Nunca he tenido de esas. No me gustan para nada. No existían cuando yo empecé a viajar. Las guías te dicen "ve a ese lugar y come allí" y cuando lo sabe el dueño sube los precios y baja la calidad. Además al turista se lo masifica, se lo convierte en una máquina. Es mejor viajar fresco, el boca a boca siempre será la mejor información. Las guías para mí son nocivas. Antes era más bonito porque ibas descubriéndolo todo. Además hay muchas cosas, probablemente las más interesantes y nuevas, que no están en las guías.

¿Viajas con smartphone o computador portátil?

Nada. Para conectarme a internet voy a los cafés. Generalmente soy el único que pide computador en los albergues. Soy chapado a la antigua, pero quizás si fuera joven haría como el resto que llevan teléfono y computador propio. O sea, piensa que viajo con una cámara recién desde hace unos cinco años y a veces me olvido de ocuparla. Sí tomo apuntes en mis libretas. Siempre llevo una conmigo, no puedo viajar sin escribir.

¿Cuántos libros has escrito ya?

Ya tengo 23 libros publicados y, aunque me da mucha alegría saber que alguien lee de mis viajes, sólo me sirven para pagar la luz, el agua y el internet de mi casa.