Avinash Paliwal, experto en Sudeste Asiático: “La junta en Myanmar no se muere por el respaldo o el reconocimiento diplomático de Occidente”

Un manifestante con un cartel en contra del golpe militar en Myanmar. Foto: AP

A dos años del golpe de Estado, una cruenta guerra entre rebeldes y militares golpea al país, mientras estos últimos organizan elecciones para legitimarse en el poder. "El tipo de abusos que la gente de Myanmar sufre en manos de la junta no tiene antecedentes", enfatiza.


En la mañana del 1 de febrero de 2021, el Parlamento de Myanmar tenía que respaldar los resultados de las elecciones nacionales desarrolladas en noviembre de 2020 y formar el nuevo gobierno. La Liga Nacional por la Democracia, liderada por la premio Nobel de La Paz de 1991, Aung San Suu Kyi, había ganado estos comicios tomando el 83% de los escaños disponibles.

Sin embargo, el Ejército de Myanmar, conocido como Tatmadaw, efectuó un golpe de Estado ese día, acusando a la líder civil de corrupción y fraude electoral. Junto con ella, muchos de sus cercanos en el gobierno anterior terminaron en la cárcel, forzando a muchos a exiliarse. Los meses que siguieron estallaron las protestas contra la junta militar que se hizo con el poder, y que a la cabeza tiene, hasta el día de hoy, al general Min Aung Hlaing. Los soldados empezaron a disparar a los manifestantes en las calles y se encarceló a miles de personas.

A partir de entonces, una resistencia armada empezó a organizarse en el interior del país, dando paso a una guerra entre el Tatmadaw y las fuerzas rebeldes prodemocráticas. Un gobierno en el exilio, el Gobierno de Unidad Nacional, respalda a esas fuerzas y denuncia una serie violaciones a los derechos humanos perpetradas por los militares en el poder.

Avinash Paliwal es doctor en Ciencias Políticas y Estudios Internacionales, y es el subdirector del SOAS South Asia Institute, en la University of London. En entrevista con La Tercera, el experto detalla cuál es la situación, a dos años del golpe de Estado, en la ex Birmania.

¿Qué está pasando ahora mismo en la guerra civil de Myanmar? Algunos líderes del bando rebelde aseguran que controlan la mitad del territorio.

Es una situación muy empatada: de momento no hay ningún “lado dominante”, es una especie de “tablas” en ese sentido. De todas maneras, la junta militar controla la mayoría de las ciudades más populosas, las claves, y eso es importante, porque se podría controlar 3/4 del territorio y aún así no gobernar. La gran parte de las ciudades está bajo el control de la junta, y aun cuando el campo es mucho más disidente.

Hay mucho apoyo popular hacia la resistencia, y se han vuelto muy fuertes militarmente, en comparación a cómo estaba la situación hace dos años, cuando ocurrió el golpe. El Ejército está teniendo problemas: ha habido muchas deserciones, un montón de bajas, y están usando en su mayoría a la Fuerza Aérea, más para bombardear lugares que para controlarlos efectivamente con soldados. Eso muestra que están tratando de usar un poder asimétrico para complicar las cosas, para empujar de vuelta a la resistencia.

De todos modos, no podemos decir que la junta, la Tatmadaw, esté ni cerca de colapsar. Aún tienen mucha “liquidez”, de cierta manera, y déjeme explicarlo: la junta tiene el control de los sectores donde ocurre el comercio de drogas, así que mucho del dinero del narcotráfico termina en las cajas del Ejército. Así que tienen el dinero necesario para comprar armas y municiones, que al final ocupan contra la resistencia.

Manifestantes por la liberación de Aung San Suu Kyi en Yangon, Myanmar. Foto: AP

¿Hay posibilidades de que cambie la situación y la junta salga del poder en el mediano plazo?

Es muy difícil ahora mismo, como vemos las cosas. La junta está planeando elecciones este 2023, para “legitimarse”, y hay un montón de boicots civiles a esta elección. No hay políticos serios ni partidos que estén postulando en esta elección, y hemos visto esto antes: no es nada nuevo. Hablar de la democracia “volviendo” a Myanmar es algo que está muy lejos de pasar. Será una guerra larga.

¿Cuál ha sido la situación de derechos humanos en estos últimos dos años?

Horrible, absolutamente horrible. El tipo de abusos que la gente de Myanmar sufre en manos de la junta no tiene antecedentes. Están matando niños, se están dejando muchos cuerpos muertos en los pueblos, hay masacres indiscriminadas. Es algo muy, muy difícil, una situación crítica, en cuanto se refiere a derechos humanos.

Desde siempre en la historia de la ex Birmania, el Tatmadaw ha mantenido grandes cuotas de poder, incluso durante gobiernos civiles. ¿Cómo ocurre eso?

El Ejército siempre ha sido políticamente reactivo, desde que Myanmar consiguió su independencia de los británicos en el 48. Fue un país que sufrió mucho durante la Segunda Guerra Mundial, durante la ocupación japonesa, y tres años después del fin de la guerra consigue su independencia, y gran parte del boom nacionalista que ocurre para ese tiempo tiene que ver con el Ejército.

Desde luego, este no es el primer golpe que ocurre en Myanmar: hubo uno en 1962, 1988, y hubo una nueva Constitución que salió en 2008, luego de las protestas de la “Revolución Azafrán” en 2007. Pero incluso esa Constitución le daba poderes y puestos clave al Ejército: le aseguraba un 25% de los asientos parlamentarios a oficiales militares, y para hacer una reforma constitucional se necesitaba un 75% más un voto. Incluso cuando había civiles en el gobierno, los militares tenían poder.

Manifestantes durante el primer aniversario del golpe militar, en Ayadaw, Myanmar. Foto: AFP

Entonces, la idea de que los militares estén separados de la política es algo que en Myanmar no ocurre.

No, para nada. Eso es lo que el Gobierno de Unidad Nacional sostiene, lo que une a la resistencia, y lo que los mantiene en la silla de Myanmar en las Naciones Unidas. El Gobierno de Unidad Nacional lo forman parlamentarios del partido de Aung San Suu Kyi y otros partidos. Eso es lo que buscan estos partidos, pero no tienen el suficiente apoyo para sacar a la junta del poder.

Y tampoco están obteniendo algún apoyo militar desde el extranjero, y ese es otro problema. El Ejército ha conseguido un montón de apoyo militar por parte de aliados como Rusia y China, aún un poco desde Pakistán, pero la resistencia no tiene ningún apoyo internacional: ni desde India, ni Tailandia, ni otro país de Asia. Ningún país se está parando, desde el dominio militar, en ese sentido.

La junta militar vería un paso en esa dirección como una acción hostil.

Absolutamente, y eso ha pasado en las últimas décadas, en los 80 y 90, y no fue algo que la junta apreciara. Además, sería pararse contra el gran aliado birmano, que es Beijing. Así que hoy, ni India ni ningún país asiático quiere armar a la resistencia, porque eso terminaría forzando a la junta en busca de más apoyo ruso y chino, lo que no está en sus intereses estratégicos.

La Consejera de Estado Aung San Suu Kyi dando un discurso en 2017 en Naypydaw, Myanmar. Foto: Reuters

¿Hay posibilidades de que se libere a Aung San Suu Kyi en el mediano plazo?

Hay alguna posibilidad en el futuro, pero ahora mismo no han dado ninguna señal en esa dirección. Eso es algo que tenemos que ver: si en los próximos años la junta empieza a verse debilitada militarmente, puede que la liberen, porque probablemente la usarán como una pieza de negociación, tanto con la resistencia como con el mundo fuera de Myanmar.

¿Qué representa Aung San Suu Kyi para la democracia en Myanmar? ¿Por qué se le encarcela? ¿Se le ve como un objetivo tan importante para la junta?

Porque, sencillamente, es la líder política más popular de Myanmar. Y de hecho, seamos muy claros respecto a esto: en el sentido de que no era particularmente democrática en ciertos asuntos, y la manera en que trató el asunto de las minorías étnicas, sobre todo los rohinyas. Hubo cierto uso de populismo religioso y nacionalista, de su parte, para conseguir tanto poder. Y eso es una cosa peligrosa de hacer.

De todos modos, no hay ningún líder civil que tenga tanto poder como Aung San Suu Kyi, y por eso era un problema para la junta. No hay ningún liderazgo mayor que ella en la Liga para la Democracia, su partido.

¿Con qué apoyos internacionales cuenta la junta? ¿Ha sufrido, de algún modo, con el estatus de “Estado paria” durante los últimos dos años?

Internacionalmente, tienen el apoyo suficiente desde China e India, han estado en conversaciones con los países de la ASEAN (Asociación de Naciones de Asia Sudoriental), así que no están tan aislados como en gobiernos militares anteriores. Y ahora mismo, la ASEAN está partida en dos, en cierto sentido: Indonesia mete un poco de presión, Tailandia y Camboya no quieren hacerlo, así que esta dividida la situación.

Y la junta sabe que puede poner “a un país contra otro”, así que por ahora no están buscando una relación estratégica con ningún país.

Ahora, la junta no se muere por el respaldo o el reconocimiento diplomático de Occidente, de Europa o Reino Unido o Estados Unidos. No necesitan el apoyo de estos países. Y también pueden pasar por encima de las sanciones occidentales, gracias al apoyo que China a la junta. Por otro lado, Rusia es uno de los patrocinadores clave en la guerra civil. La mayoría del armamento que llega a Myanmar es ruso.

¿Cuáles han sido las consecuencias del golpe de Estado para la ASEAN y los países de la región? ¿Cómo han reaccionado estos países?

Desde ASEAN se ve todo con una gran sensación de impotencia. ASEAN ha estado tratando de usar herramientas diplomáticas para solucionar esto, pero no lo han logrado. No todos los países de la región tienen la misma “agenda democrática”, así que la situación está dividida.

La semana pasada se renovaron las condenas internacionales contra los juicios hechos por la junta contra Aung San Suu Kyi, y justo este martes se agregaron nuevas sanciones, por parte de los países occidentales, a Myanmar. ¿Cuánto influyen realmente estos hechos?

Bueno, esas condenas han estado dando vueltas por todo este tiempo. Y continuarán, pero no harán mucha diferencia para la junta. Están peleando una guerra ahora mismo, y ni siquiera se están molestando en ganarla, sino asegurándose de no perderla. Y eso es. No se trata de un régimen al que le preocupe lo que está pensando la gente, o cualquier condena de la Unión Europea o de Australia, realmente no les interesa.

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