No puede extrañar demasiado que la gran promesa del fútbol chileno sea un cubano: César Munder. Todavía no tiene la nacionalidad legalmente, por lo que ocupa una plaza de extranjero en Universidad Católica y no puede integrar la selección Sub 20 que dirige Robles. Pero es cosa de tiempo para que los papeles estén en regla y Munder sea chileno por lado y lado.

El alto flujo migratorio de la última década, de manera inevitable se va a terminar reflejando en las canchas y pistas deportivas. En el atletismo, por ejemplo, ya es bastante conocido el caso de la haitiana, con pasaporte chileno, Berdine Castillo. Ella fue adoptada en 2009 por un oficial de la Fuerza Aérea en misión en Haití, y se proyecta como una interesante figura en mediofondo y 400 metros planos. Más visibles son los casos de los cubanos Yasmani Acosta, seleccionado chileno de lucha, y Arley Méndez, pesista, quienes llegaron a nuestro país como deportistas ya formados y lo han representado de manera brillante.

La lista es extensa: básquetbol, natación, ciclismo, en otras disciplinas, se han ido poblando en sus áreas formativas con niños migrantes. Ni hablar del béisbol: cada fin de semana, el diamante del Estadio Nacional se transforma en una fiesta donde no solo juegan, sino que también comparten comidas, música y otras expresiones culturales. La verdad es que basta con levantar la cabeza y descubrirlo; sin ir más lejos, el domingo pasado en la parte posterior de la Estación Mapocho, un grupo de peruanos jugaba vóleibol sobre el césped, con su correspondiente red, y lo hacían de muy buena forma. No olvidemos que Perú llegó a ser subcampeón olímpico de vóley femenino en los Juegos de Seúl 1988.

El proceso se puede graficar con lo que ha ocurrido en Europa en los últimos 40 años. Desde Eusebio como figura de Portugal despuntando a comienzos de los sesenta, hasta una selección francesa doble campeona mundial, con 20 años de diferencia, cuyos planteles los integraban en un 80% jugadores emigrantes de segunda o tercera generación. En Inglaterra, Viv Anderson, en 1978, al que le tiraban plátanos cuando calentaba al borde de la cancha, y en Holanda Simón Tahamata en 1979, originario de las remotas islas Maluku, abrieron la ruta para la emigración en sus respectivos equipos nacionales. Gran Bretaña se sirvió del jamaiquino Linford Christie para ganar los 100 metros planos en Barcelona 1992 y, más recientemente, Mo Farah, somalí de nacimiento, ha arrasado con todas las medallas en el fondo.

El proceso, aun en las democracias liberales más desarrolladas y con más altos índices de libertades individuales y bienestar, es complejo y rebota contra la incomprensión de un sector importante de la sociedad. Jean-Marie Le Pen, tras el fracaso de Francia en la Eurocopa de 1996, lo atribuyó a que "no era un equipo francés". Dos años después, Zidane, Desailly y Thuram le demostraron que eran lo suficientemente franceses para golear a Brasil en la final de una Copa del Mundo.

Cuando los hijos de haitianos, colombianos o cubanos se comiencen a asomar en la selección chilena, de seguro tendremos quejas de que "no son chilenos". O no son lo "suficientemente" chilenos. Al primer gol, esos mismos que dudaban los van a encontrar más chilenos que Condorito, Mampato y el cochayuyo.

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