Cosas tristes, raras y preocupantes

ARTURO VIDAL Y CLAUDIO BRAVO


Me sigue impresionando el tema Claudio Bravo. Y el caso Marcelo Díaz. Como símbolos, como retratos, como metáforas del momento. Por encima incluso de la evidente involución, la tibieza y el conformismo del medio local respecto de los sistemas de juego timoratos y retrógrados que hoy parecen invadir el campo de batalla. Hemos retrocedido mucho en el ideal estético y ético, pero a todos parece darles lo mismo…aunque estemos hablando de la selección y de los principales equipos del medio.

Lo importante, en las voces de los sabios adoradores del equilibrio corneta y las ambiciones reguleques (que permanecieron convenientemente escondidas y durante la era del éxito, la ambición y el protagonismo) es el simple resultado. Sea cual sea la estética, la fórmula, el aporte y el camino por el cual se llega a él. Ochentero a morir como ideal y marco de acción. Involutivo. Nada raro, eso sí, para un país en el que hoy vuelve a aparecer casi sin quejas, limpiecita como si nada hubiera hecho, gentuza que ya parecía enterrada y condenada por evidencias históricas y jurídicas que están zanjadas. Y que los tenían cumpliendo, suponíamos con candor infantil, una merecida condena social y profesional. Si no una condena real, de cárcel, al menos un destierro importante y definitivo, un alejamiento geográfico marcado por ejercicios diarios de constricción, de autocrítica, de látigo y el silicio.

Suponíamos que iban a desaparecer por mucho tiempo del primer plano pero, al igual que los adoradores del fútbol timorato, pávido, tacaño, gris, estrecho, usurero, parco, cicatero, roñoso, ahí estaban. Esperando el momento de volver a sacar la cabeza del agua. Crédulos, candorosos, pensábamos que no pasaría. Pero pasó. Volvieron. Al club más importante y popular del país. A las empresa mineras más trascedentes y emblemáticas. A sus partidos. A todas partes. Con multas rebajadas, sin haber cumplido condena alguna, con impunidad total. Más ricos que antes. Y, aparte, con la miserable defensa de aquellos puercos que definen éticamente a la gente sólo por su capacidad para generar plata.

Mamita. Tampoco sorprende tanto (ya volvemos a Bravo y Díaz) la falta de escrúpulos de ciertos miembros del Consejo de Clubes del fútbol chileno que siguen diciendo que no hay conflicto ético alguno ni cruce de intereses en ser, al mismo tiempo, presidentes de clubes y representantes de jugadores y/o técnicos. O que no hay problema visible en ser dueños de uno o más clubes y, al mismo tiempo, socios principales de factoring que más dinero le presta al resto… por lo cual su negocio real es la decadencia de la actividad y de su entorno.

Supongo que no habrá que explicar aquí (espero que nadie sea tan fresco o tan tonto) la potencial ventana que se abre a los arreglos de partidos, a los manejos de resultados, a los negocios oscuros. ¿Que jamás lo harían? Nadie tiene por qué creerles. Esa es, justamente, la razón para imponer siempre reglamentos y estructuras claras: más que confiar, hay que desconfiar. Y por ende evitar, impedir, ponerse en el caso. Sobre todo y desde luego en un ambiente directivo que ha demostrado hasta el cansancio, una y otra vez, a cada rato, recién no más, estar invadido, infestado, plagado de gañanes, bandidos y rapaces de la peor calaña. Gente que, por imagen por último, debiera entender que este es momento de cumplir todo tipo de obligaciones y regulaciones, momento de exigir más y más transparencia, momento de agachar el moño y asumir las culpas. No de hacerse los dolidos.

En fin. Lo que quería decir desde el comienzo es que, como todo eso ya no me impresiona (me enerva, me duele, me avergüenza como ciudadano, pero no me impresiona) lo que sí me tiene realmente golpeado es cómo se siguen entendiendo en la comarca el tema Bravo y el tema Díaz. No puedo creer que haya pasado lo que finalmente pasó: que hayan sido definidos como culpables, como sobrantes, como prescindibles, como los malos del cuento, justamente los dos jugadores que con más seriedad dieron vida -en rigor encabezaron- el mejor momento de la selección chilena en su historia. Por reclamar, por querer analizar, por pelear contra la indisciplina, la falta de trabajo, la mala calidad profesional, justamente ellos dos, los más mateos del curso, los líderes positivos, los más pensantes, fueron exiliados, dejados de lado.

¿No le parece raro, demostrativo, preocupante? Tras la eliminación oprobiosa producto de la flojera y la mediocridad, entre todos terminaron tapando el mal trabajo de Pizzi y defendiendo a los más zarpados del grupo. Y a la vez castigando a los más serios, analíticos y responsables. Por romper los putos códigos. Digno de la mafia. Y, en el fondo, una estupenda fotografía del medio…

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