Al resultadista, al que sólo le vale el número uno, el que sólo ve en blanco y negro, la derrota de Nicolás Jarry ante Fabio Fognini en Sao Paulo, le sabe amarga. Es ésa una mirada cortoplacista. Aunque estas semanas en Brasil no lleven consigo ningún trofeo, valen mucho más que uno.

En estos días, Jarry consiguió traer de vuelta el tenis a los titulares y llenó de esperanzas a quienes no veían la luz en el oscuro túnel que entró el deporte tras el retiro de Fernando González.

No tendrá el talento de Marcelo Ríos ni la estamina del Bombardero o Nicolás Massú, pero cuenta con algo que ellos jamás tuvieron: en su servicio tiene un golpe decisivo y dominante, capaz de permitirle sacar ventajas y salir de cualquier embrollo con una facilidad inusitada para nuestros estándares.

A eso le suma un latigazo de derecha en constante búsqueda de ángulos y un revés cruzado capaz de inclinar el curso de la jugada a su favor.

Y todo eso es una gran cosa.

Para los que esperaban el salto de Jarry en la ATP, éste ha llegado. En un par de semanas se metió bien adentro en el top 100 y demostró que puede enfrentarse a rivales más emperifollados y de mejores números.

En estas semanas lució también convicción y confianza en sus armas. Entre la segunda ronda y las semifinales en Sao Paulo, por ejemplo, vino desde atrás para llevarse la victoria, como si cada partido fuera un dejá vu del anterior.

Le queda por trabajar, no es perfecto ni está terminado. Aún le cuestan las pelotas profundas y altas, todavía no tiene la paciencia que requieren los puntos más largos, su desplazamiento lateral hacia la derecha no es tan bueno como hacia el revés, y se mete en lagunas donde regala más de lo que debe.

Pero, aún con todo eso, puede ser un problema para todos en un circuito que ahora empezará a conocerlo, porque se ha ganado las credenciales para ingresar a ese mundo y lucirlas, pulirlas y mejorarlas, que -se sabe- es la única manera de seguir creciendo.

Jarry tiene 22 años y a esa edad, por más que algunos no lo crean, queda mucho por aprender. Roger Federer, con 36, bien puede dar lecciones al respecto.

Ahora es cuando el chileno debe empezar a confirmar todo lo que es capaz de hacer. Tiene herramientas de sobra para lidiar con cualquier obstáculo; es cosa de seguir avanzando y tener claro que recién ha llegado al piso desde donde comienzan a construirse las grandes historias.