Ni chicha ni limoná



Hace unas semanas, el Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) declaró públicamente que Chile dejaba de ser un país subdesarrollado. La declaración, anunciada con pompa, llevaba un agregado paradojal: a pesar de salir del subdesarrollo, Chile no calificaba para país desarrollado, quedando en un escalafón intermedio -catalogado como "desarrollo en transición"-, algo así como una reversión de la consabida frase "ni chicha, ni limoná".

En ese estado incierto, donde nada es lo que parece ni tampoco lo contrario, las posibilidades de que las situaciones se dispersen hacia territorios imprevistos, en donde la lógica no responde a una relación de causa-efecto, son altas.

He debido inventarme una explicación tan enrevesada como la anterior para poder entender lo que ocurre con Ignacia Rivera, campeona mundial de kung-fu, chilena y curicana por añadidura, que en estos días inició una campaña tanto en redes sociales como en la calle. En una fotografía se le puede ver ataviada con su uniforme de lucha, tarrito en mano, acercándose a las ventanas de los automóviles para solicitar a los conductores un aporte, cualquiera sea, para poder viajar a Paraguay a defender el título mundial en su categoría, obtenido en los mundiales realizados en Perú y Ecuador.

Como lo lee: una campeona del mundo pidiendo en la calle para poder viajar y defender al país.

El caso de Ignacia se ha viralizado por redes sociales. Pero no es el único. Camila Bravo está en la misma condición. Campeona mundial en Defensa Personal no tiene recursos para viajar a Paraguay a defender su título. En su caso, la situación suma un agravante, ya que necesita revalidar su medalla de oro para poder conseguir una beca de estudio en la universidad.

Algo debemos estar haciendo mal. No es posible que dos campeonas del mundo deban recurrir a completadas o tallarinatas para poder participar en las competencias internacionales donde han destacado como nadie.

Me cuesta imaginar a Claudio Bravo, Alexis Sánchez y Arturo Vidal saliendo a la calle a pedir unas monedas para poder viajar a la próxima Copa América. Sé que el ejemplo es pésimo, porque no tiene ningún asidero en la realidad -que el fútbol se quede sin recursos para que los seleccionados viajen a una Copa América o a una Copa del Mundo es inverosímil, tanto como ver a Bravo, Sánchez o Vidal en la calle pidiendo plata-, pero puesto a establecer comparaciones, para el kung-fu Ignacia Rivera y Camila Bravo son lo que Bravo, Sánchez y Vidal son al fútbol.

Es cierto que las comparaciones son odiosas. También es cierto que deportes como el kung-fu -o el tiro con arco o el patinaje o el waterpolo, por poner ejemplos- están a años luz de conseguir los recursos que el fútbol genera. Pero a la hora de entregar apoyos, el criterio del retorno económico no debiera primar por encima de otras consideraciones al momento de elaborar las políticas públicas deportivas. Cuando menos desde la vereda del espectador, lo que se observa -desde hace varios años, sino desde siempre- es que en estas materias el chancho está mal pelado.

La realidad de Ignacia Rivera y Camila Bravo es una muestra de lo que viven a diario muchos deportistas que tuvieron la mala suerte de dedicarse a un deporte que no es el fútbol. Y es también una fotografía de lo que ocurre en un país que no es, según los últimos dictámenes de la OCDE, ni chicha, ni limoná.

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