No tenía cómo saber que estaba escribiendo un libro que en las décadas siguientes iba a ser descrito como "de culto"; o, mejor aún, como "la biblia de la salsa". A mediados de los años 70, César Miguel Rondón -comunicador de doble origen venezolano y mexicano, convertido hoy en un reputado comentarista de radio y televisión con sede en Miami- era un universitario viviendo temporalmente en Nueva York, encantado con escuchar, bailar y discutir un ritmo al que él y sus amigos se asomaban "con un cerro de ilusiones en la espalda, y casetes de grabado en radios a pila", recuerda.

Encandilado con sus primeros encuentros con salseros en entrevistas y conciertos, Rondón se largó a escribir con rigor lo que hoy llama "un libro de descubrimiento". Era una aventura para él como autor, y también para los prejuicios en torno a un ritmo considerado entonces como fiesta y poco más.

"Para mí era un movimiento con valores evidentes, que merecía tratarse muy en serio, más allá de una excusa de diversión. Hubo quienes decían que estaba intelectualizando la salsa. Recuerdo que la editorial original, venezolana, estaba apurada por que el libro saliera en Navidad, 'porque ya luego los malandros no leen'".

Rondón recurre a unos viejos versos de Héctor Lavoe para ilustrar mejor su idea: "Sobre tierra dormida / duramente abatida / por la luz del sol/ por ahí crucé, para verte a ti".

"Es una descripción bellísima, que luego te hace darte cuenta que la mujer a la que se le canta es 'una malamaña, una piraña'. Me impresionaba ese trabajo con los contrastes. La salsa no se trata de escribir por escribir. Es música maravillosa por todo lo que trae, y también por todo lo que impacta más allá".

El libro de la salsa. Crónica de la música del Caribe urbano no esconde la admiración al recorrer las trayectorias de músicos como Joe Cuba, Tito Rodríguez y Ray Barretto; ni el homenaje al brillo de la pista de baile de la mejor época del Palladium, en Nueva York. Su análisis es amplio en la fuerza imbatible con la que se instaló el colectivo Fania y más detallado al presentar a, por ejemplo, el prolífico autor Tite Curet, quien trabajaba como cartero a la vez que despachaba temas como Periódico de ayer, Puro teatro y El gran tirano (infaltable hoy en Chile en las presentaciones de El Bloque Depresivo).

Entre el entusiasmo, no hay temor con dejar también observaciones punzantes. La salsa es un género confundido hoy con cualquier mezcla de ritmos tropicales, critica el autor, pero que además cruzó el umbral de la identificación comunitaria hacia un campo de moda y negocio. Y aunque Rondón no comulga con purismos, fija en el estreno de la película Salsa (1976), de producción estadounidense (y la conducción de la figura televisiva Geraldo Rivera), el quiebre con una tradición de barrio y comunidad, y la largada de un boom ansioso de dólares, que se valió de propagar clichés falseados, uno a uno:

"La salsa, ahora, era una música norteamericana -tanto como Hollywood- que un buen día llegó del África y así, como si nada, se fue al cine y ahí se hizo fabulosa y glamorosa […]. Cuanto menos barrio apareciera, mejor; la historia de la música latina era otra, particularmente alejada de ese mundo de miseria y minorías".

"Barrio en el sentido de arrabal. En el libro aproximo salsa y barrio como pudiera hacerlo si escribiese sobre el tango y sus orígenes. Es la música popular en tanto crónica de lo que acontece en un ambiente, las cosas que pasan en torno a ella. Lo que justifica a la salsa es de dónde viene, porque ese origen le da un carácter".

Ese origen es el de una minoría, con conciencia de tal.

La música popular auténtica acaba teniendo una connotación social y política evidente. No necesariamente es ex profeso, pero termina siendo innegable, porque cantarles a las circunstancias de la vida popular a la larga forja un discurso.

Es un discurso cargado de emotividad, en este caso.

El Caribe es una zona muy sentimental del planeta. Lloramos con facilidad. No nos da pena ser cursis. Siempre se canta con algo de humor, aunque muchas veces sea un humor negro. Y somos escandalosos, quizás porque tenemos que hacernos oír por encima del ruido de las olas.

Críticos musicales de referencia, como el español Diego A. Manrique, describen El libro de la salsa como "la piedra fundacional" para la consulta sobre el género. Y una nueva edición por editorial Turner, con copias en Chile, agrega palabras elogiosas del novelista cubano Leonardo Padura, quien compara la lectura con un relato policial, en sus pistas y vínculos insospechados.

La historia de la salsa es, entre otras cosas, la de grandes trayectorias de final imprevisto, sea para bien, como las pompas oficiales que despidieron a Celia Cruz en su funeral en Nueva York en 2003; sea para mal, con la tragedia humana bajo el éxito de Héctor Lavoe (1946-1993). Si fuese una pauta, otro protagonista del libro, Rubén Blades, la sigue ahora con lo que se especula es una inminente candidatura presidencial para las elecciones de Panamá 2019.

"No sé, no sé -duda sobre la suerte política de quien su libro fija como un cronista mayor de la salsa-. Creo que todo lo que ha hecho hasta ahora ha estado muy bien, pero que no va llegar. Va a perder. Si me equivoco, pues fantástico, y me haría muy feliz. Pero habremos perdido un salsero.