Columna de Ascanio Cavallo: Todo está en la mesa



La política atraviesa por un momento único en la historia humana: en un mismo momento y bajo una misma amenaza, todos los gobiernos rinden un examen ante la posteridad. Ya no se trata del “sistema”, porque todos los sistemas están prueba; queda algo leso hablar de un “modelo” en la única ocasión en que no existe modelo alguno que haya podido declararse inmune ante el Covid-19.

Todos los juicios están suspendidos. Lo que muestran las encuestas –también restringidas al teléfono y la red- es que en todas partes reina la desconfianza en los gobiernos y al mismo tiempo la resignación ante el hecho de que sólo los gobiernos pueden hacer frente a la amenaza. Las mismas preguntas recorren todo el orbe: la autoridad, ¿debió actuar antes? ¿Son suficientes las medidas que ha tomado? ¿No debió ser más drástica, desde el primer momento?

Pero entonces, ¿cuál fue ese primer momento? Muy pocos se preguntan, con la debida humildad, si en cada posible momento estaban las condiciones para una u otra cosa. Por ejemplo: dadas las fechas de expansión de la pandemia, todas las manifestaciones del 8-M debieron ser prohibidas en todo el mundo. ¿Era eso posible? En Chile, hasta la segunda semana de marzo la estrategia ultrista del “mes decisivo” seguía en pie y todavía alguna parte de la oposición moderada recelaba de un gato encerrado.

Los gobiernos serán juzgados por los resultados en vidas, primero, y más tarde por su responsabilidad en limitar la catástrofe económica que se avecina. Apenas se puede anticipar, con el difuso horizonte de hoy, que en aquellos países donde el golpe ha sido más trágico, como Italia y España, los actuales gobiernos quedarán sepultados. Ya no se puede dar por segura la reelección de Donald Trump, cuando ni siquiera es claro si la teocracia de Irán podrá seguir en pie. Y hasta China, según cree el buenazo de Slavoj Žižek.

Por eso los líderes chinos se han anticipado a declarar que han controlado el virus. Por ahora, es más que una declaración estratégica que científica, entre cuyos fines se ha de contar que el mundo olvide pronto cuándo, dónde y cómo se inició la explosión viral. Quién lo iba pensar, el filósofo coreano Byung-Chul Han ha salido en su ayuda con un lamentable texto en el que sostiene que Asia ha podido controlar mejor la situación por su disciplina cultural, la autojustificación favorita de todas las tiranías de esa región.

La propaganda china es la relegitimación del estado, que en esta encrucijada entusiasma por igual a populistas y a liberales. Las sociedades donde la confianza es alta, como Suecia u Holanda, todavía pueden dejar parte de la responsabilidad a sus ciudadanos. Pero donde está por los suelos, como en Argentina y Chile, la muchedumbre política pide a gritos más estado, más confinamiento, más shutdown.

Por única vez en la historia, la salud se ha impuesto sobre la economía, confirmando el cambio de los marcos éticos que ya muchos percibían. La prioridad no ha sido puesta en duda. Tampoco se duda que luego vendrá lo otro: restañar los trabajos perdidos, las familias empobrecidas, las empresas quebradas. Los estados han venido desembolsando sus ahorros para hacer frente al cataclismo social que implican las economías detenidas. Pero los ahorros tienen sus límites. ¿Cómo será esa ineluctable reorganización?

En un momento en que las instituciones estaban bajo asedio en todo el planeta –desde la policía hasta la prensa profesional-, la tortilla se ha dado vuelta de un sopetón como para recordar que las instituciones son la única forma que conocemos de organizar a los grupos humanos para que no exterminen entre sí. Por eso ha cesado también la orgía de las redes sociales, retrocedidas hacia la única de sus funciones nobles: comunicar a los que la distancia mantiene amargamente separados. Han dejado de ser populares la estridencia, las fake news, la algarada y la agresión “sin enojarse”.

¿Y Piñera? Hasta hace solo unos días iba a ser recordado por el “estallido” iniciado el 18-O. Ahora lo medirá la administración del Covid-19. Es tan arrogante decir que lo ha hecho bien como que lo ha hecho mal. Probablemente nadie quisiera estar en sus zapatos.

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