Columna de Héctor Soto: Duras disyuntivas



Lenta, fatal e inexorablemente, como en las tragedias, la derecha o centroderecha se encaminaba esta semana a una derrota que parecía inevitable. Todo estuvo saliendo mal en el sector. No es anecdótico que la Cámara de Diputados aún no terminaba de recibir la acusación constitucional contra el Presidente de la República, cuando ya estaba sorteada la comisión que estudiará el libelo. El apuro no es por examinarlo, desde luego. Es para votarlo pronto, elevar por esta vía la presión electoral contra la derecha y, en consonancia con el desmantelamiento de los meses recientes, seguir tirando el mantel de lo poco que va quedando de institucionalidad en Chile.

Para la derecha, sin embargo, esto era solo el paisaje de fondo. El drama más inmediato del sector se situaba antes, en las candidaturas presidenciales. Y, concretamente, en la posibilidad de terminar encajonado, tal como el año 64, cuando la derecha se quedó sin candidato y tuvo que apoyar a Frei. Ese fantasma vuelve a reaparecer ahora, luego de que un reportaje de televisión revelara que Sebastián Sichel financió con boletas truchas su campaña cuando fue candidato a diputado el año 2009 por la DC.

Sichel, que fue investido abanderado presidencial de Chile Vamos por un amplio margen y con una enorme votación, venía dañado por errores que le pasaron la cuenta tanto en las últimas encuestas como en los dos primeros debates presidenciales. Tras la denuncia de CNN -y por mucho que el financiamiento a través de boletas ideológicamente falsas haya sido el pan de cada día en las prácticas electorales de entonces, y aun cuando a ojos vista esta fue una operación digitada desde los peores lodos de la política- son muchos los observadores que consideran que su postulación quedó muy herida y que es difícil que logre remontar, no obstante que al foro de la Archi, Sichel llegó el viernes bastante más enfocado. Siendo así, ¿no se estarán sobredimensionando incidencias que son habituales en las campañas? En realidad, es difícil saberlo. En el Chile líquido, gaseoso, veleidoso y errático de estos días efectivamente todo es posible. Pero es difícil rebatir un hecho: el diagnóstico apocalíptico calza como anillo al dedo con el pesimismo atávico de la derecha, que -todo hay que reconocerlo- tuvo en las últimas semanas razones más objetivas que de costumbre de las cuales nutrirse. Como sector político, la verdad de las cosas es que la derecha perdió la confianza en la política chilena hace ya muchas décadas. Ni siquiera la recuperó las dos veces que, en el intertanto, volvió al gobierno.

Como paralelo al desgaste de Sichel, la candidatura de José Antonio Kast venía afirmándose al margen de todos los pronósticos. Chile Vamos, bloque que ahora se llama Chile Podemos+, se enfrenta ahora a dos posibilidades igualmente calamitosas. La primera que es sea el Partido Republicano, y no el eje constituido por las colectividades tradicionales del sector, el que pase a segunda vuelta. La segunda es que, ante la probabilidad de que la votación de derecha se reparta en proporciones parecidas entre Kast y Sichel, quien pase a segunda vuelta sea Yasna Provoste, en cuyo caso la derecha tendrá ante sí una disyuntiva no muy diferente a la que supone elegir entre una pastilla de arsénico o un tiro fulminante en la nuca.

Melodramático y todo, ese escenario fácilmente podría instalarse al menos por tres razones. La primera es que el clima anímico del bloque se anduvo viniendo abajo y se hace muy cuesta arriba en esas condiciones salir a conquistar votantes nuevos, que es lo que se requiere, cuando incluso está fallando la confianza en las propias fuerzas. La segunda es que, a diferencia del 2017, cuando Chile Vamos quemó con Evelyn Matthei, una detrás de otras, las opciones de Golborne, de Longueira y de Allamand en la campaña presidencial, esta vez el bloque no tiene ya cartas de reemplazo: votar entonces por Kast es votar por alguien que no pertenece a la alianza, aun cuando parte importante de la derecha se sienta interpretada por él. Y la tercera es que, si es Kast quien pase a segunda vuelta, su derrota de todos modos podría ser segura, atendido el alto nivel de rechazo que según las encuestas genera su nombre.

¿Es posible que ocurra algo así? Sí, es posible. Sin embargo, los votos podrían determinar otro desenlace. Hace rato que dejamos de ser un país previsible en materia electoral. No obstante habernos vuelto una sociedad en fase de franca descomposición, curiosamente también nos hemos vuelto muy “creativos” en términos políticos. Quedan todavía cinco semanas de campaña para el 21 de noviembre. En estricto rigor, es muy poco; a estas alturas, en elecciones anteriores ya se sabía quiénes iban a ganar. Pero la verdad es que ahora una sola semana puede bastar para remontar o cambiar las tendencias, atendido que el respetable público se está moviendo por humores súbitos y por emociones que, siendo muy intensas, se desvanecen, sin embargo, como pompas de jabón con el correr de las horas.

Hace rato que en Chile las cosas no están bien. En muchos planos, incluido el plano político, el país se cae a pedazos. La duda es si la derecha, que quedó reducida a la nada misma en la Convención Constitucional, podrá jugar un rol algo más relevante es las próximas elecciones. En principio, debería tener algo que decir. Y pareciera haber comenzado a decirlo ya.

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