Columna de Óscar Contardo: El líder ensimismado

FOTO: PATRICIO FUENTES Y./ LA TERCERA


En su relato La balada del café triste, Carson McCullers describe un personaje que frente a un acontecimiento fuera de norma que alborota al pueblo en el que vive -y en el que ocupa un rango social de preeminencia- decide encerrarse en su casa, bajar las cortinas y dejar que las cosas transcurran, sin acercarse a averiguar lo que realmente sucede en el exterior. La narración explica que era algo muy típico en ese personaje reaccionar de tal modo; si no era capaz de comprender una situación que desafiaba lo que pensaba del mundo, o el orden del que se sentía parte, sencillamente no quería “admitirla” entre sus preocupaciones. Actuar así solo es posible cuando se llega a un cierto grado de bienestar privado, como el que tiene el personaje, y existe la posibilidad concreta de encontrar un refugio seguro, aislándose de los pareceres ajenos discordantes; cuando es fácil tomar distancia de la inquietud de aquellos que pueden desafiar las creencias propias, cuesta muy poco teñir con un barniz de sospecha cualquier mirada crítica. Este es un proceso de ensimismamiento progresivo, que confunde los triunfos particulares con el bien común.

En política, esta conducta me recuerda la de muchos líderes socialdemócratas que, colmados de trofeos a los que el paso del tiempo les fue opacando el lustre, optaron por replegarse en salones protegidos y en los aplausos sonoros de una audiencia satisfecha compuesta por los principales beneficiarios de una Tercera Vía que trató a algunos -no precisamente los más débiles- como ciudadanos predilectos. Líderes que pasaron de referentes progresistas a símbolos de estatus de un liberalismo multiuso, dúctil en sus principios como una plasticina que repentinamente puede tener forma de autoritarismo.

Gracias a esos líderes la palabra “socialdemocracia” fue cayendo en el descrédito, oxidada, como un artefacto abandonado en un pasillo de servicio, a merced de cualquier transeúnte astuto que quisiera apropiársela; un ingenio en desuso que yace en un corredor, desde el que se escucha el murmullo de los viejos líderes rodeados de sus nuevos seguidores, tan distintos a aquellos que en alguna oportunidad le dieron su voto.

“Se la jugó”. Esa fue la expresión que usó el expresidente Ricardo Lagos hace unos días para resumir su defensa al exministro de Salud Jaime Mañalich. Según Lagos, la acusación constitucional presentada contra Mañalich se debe a diferencias políticas sobre “cómo abordar la pandemia”. Había sido una apuesta arriesgada que se perdió; lo que estaba en juego, sin embargo, no tiene repuesto. Hasta la fecha, nuestro país contabiliza 16 mil muertos por la pandemia y una de las mayores tasas de mortalidad por Covid-19 a nivel mundial. El expresidente le dio su apoyo a Mañalich -tiene todo el derecho a hacerlo- sin referirse a las víctimas, o a asuntos más específicos y tal vez menos sentimentales, de políticas públicas, como las brutales diferencias entre los decesos según la comuna de origen de los enfermos: las condiciones de vida han marcado a quienes pueden sobrevivir a la pandemia y a quienes no, eso se lo debemos a una política de largo plazo que desdeñó la desigualdad como un problema que descansa en el corazón de un país que aspira a progresar. Han muerto más pobres, eso es un hecho, ¿es mera casualidad?

Al momento de apoyar al exministro de Salud, Ricardo Lagos tampoco parece haber considerado el informe preliminar de la fiscalía que establece severas críticas a la gestión de Jaime Mañalich. El documento del Ministerio Público alude a un sistema de recolección de datos improvisado, con información incompleta y “distinto del diseñado bajo parámetros técnicos por el Departamento de Epidemiología del Minsal”. El informe añade que Mañalich fue advertido “por la comunidad científica de la falta de sustento técnico de sus decisiones”, que los datos que manejaban no eran los correctos, ni obviamente sus proyecciones. En donde él mostraba una meseta, había una curva en alza. A fin de cuentas, se la jugó, como dijo Lagos. Esta información de la fiscalía, al menos, indica que las críticas a su defendido no sólo se sustentan en diferencias políticas, como sostuvo el expresidente, sino en algo más complejo, un fenómeno que algunos decidieron dejar de mirar de frente porque prefieren la comodidad de los aplausos y la tranquilidad que brinda haber tomado distancia de las tribulaciones de los comunes y corrientes, apoltronándose en salones, lejos del ruido callejero que ahora les resulta tan molesto y amenazante.

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