Columna de Paula Escobar: De insultos y límites

Diputada Jiles ingresa proyecto para un cuarto retiro de los fondos previsionales


Un mal uso del lenguaje vulnerabiliza la democracia, como dice Timothy Snyder, académico de Yale experto en estudiar tiranías a lo largo de la historia, y autor de un libro best seller durante la era Trump: Sobre la tiranía, 20 lecciones del siglo XX. Un modo de protegerla, dice Snyder, es justamente siendo cuidadoso con el lenguaje, empleándolo como herramienta a favor de la creatividad para descubrir y expresar nuevas ideas, y no para repetir consignas o frases hechas, por populares que puedan ser.

Algunos usan el lenguaje para movilizar a las personas hacia el juego de suma cero de la deshumanización del “otro”, haciendo del adversario político un enemigo, combatiendo no sus ideas, sino intentando infligir el mayor daño a las personas. El mejor (¿peor?) ejemplo de aquello fue Donald Trump. La degradación del lenguaje, especialmente a través de insultos, acentúa definiciones políticas en el terreno de la polarización, el odio y la revancha.

Los insultos proferidos esta semana por la diputada y candidata presidencial Pamela Jiles al diputado Diego Schalper, llamándolo “candado chino”, se suman a una horadación sostenida de la calidad del debate, la amistad cívica y el respeto básico dentro del Congreso y otras instituciones del país. Basta recordar que ella misma le dijo al senador Insulza “cámbiate los pañales y aprende”. René Alinco calificó a su colega Marcelo Díaz de “aweonao” el año pasado, y así hay muchos otros episodios similares en el Parlamento de garabatos, groserías y descalificación.

La respuesta de rechazo a los dichos de la diputada Jiles por parte de candidatos presidenciales opositores como Paula Narváez, Heraldo Muñoz y Gabriel Boric -además de otros líderes políticos- revela que para ellos este un tema serio, no anecdótico. Bien por ellos. Habrá que esperar y ver si esto motiva una reflexión de fondo de cuáles son las líneas rojas para pactar una unidad opositora “hasta que duela”. Porque así como se criticó a los partidos de Chile Vamos por aliarse para la elección de constituyentes con el Partido Republicano de José Antonio Kast -por dejar principios de lado en beneficio de los resultados electorales-, debieran someterse al mismo test de cuáles son sus fronteras y límites de cara al futuro del país. En el fondo y en la forma. En los programas políticos, en los lineamientos y en cómo ellos se encarnan en la manera de tratar a los adversarios o contradictores, por ejemplo.

La suma de elecciones que se avecinan hace imprescindible, como mínimo, que los electores sepan no sólo por quién están votando, sino por qué proyecto, con qué bordes. Con cuáles códigos, medios y fines.

Estas definiciones son clave, además, cuando estamos ad portas de elegir a quienes redactarán la nueva Constitución. Parte importante de lo que nos jugaremos en la convención constitucional pasa por lograr encauzar la rabia y frustración que están en el origen del estallido social, hacia la creación de un nuevo pacto social. La desigual y mala calidad de vida de una gran mayoría de chilenos -reflejadas en insuficientes pensiones, educación y salud, entre otros- movilizaron una emoción poderosa e intensa, como es la ira. Pero esta sola, sin darle un cauce, no cambia la realidad, sino que, de hecho, la puede empeorar. Como dijo la filósofa Martha Nussbaum a La Tercera, “la ira pública contiene no solo la protesta por los errores -una reacción que es saludable para la democracia cuando la protesta está bien fundada-, pero también (contiene) un ardiente deseo de venganza, como si el sufrimiento de otra persona pudiera resolver los problemas del grupo o de la nación”.

Para que resuelva problemas e injusticias, esta debe mutar hacia lo que Nussbaum denomina la “Ira de Transición”, no orientada a la venganza o el daño, sino que a evitar que la injusticia se siga repitiendo. Los liderazgos políticos y públicos tienen un deber fundamental en este sentido: poner el foco en identificar las causas estructurales de las injusticias sociales y las maneras efectivas y sostenibles de combatirla, en vez de derivar la energía hacia la descalificación o denigración personales.

Para lograr aquello, parte de la labor de quienes sean parte de la convención constituyente (y de todos y todas las chilenas) será, justamente, encontrar -o reencontrar- un lenguaje que permita el diálogo, que sea puente y no muro. Como lo dijo recientemente la lúcida Adriana Valdés, directora de la Academia Chilena de la Lengua, “el lenguaje en que se redacte la nueva Constitución debe ser en sí mismo una experiencia de igualdad y dignidad”.

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