Columna de Paula Escobar: Dos mamás y un país

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El niño tiene dos años y dos mamás, Emma y Gigliola. Y la justicia chilena, en un fallo histórico, así lo reconoció.

La jueza Macarena Rebolledo, del Segundo Juzgado de Familia de Santiago, señala en el fallo que “el deber del Estado chileno es otorgar protección, sin discriminación, a todas las formas de familia que existan, y esforzarse por integrarlas a la vida nacional. Para ello, es esencial que el estado civil de un hijo que nace y crece en una familia encabezada por personas del mismo sexo, que han expresado voluntad de procrear, coincida con su filiación legal y se vea reflejado en sus documentos de identificación”. Además, afirma que no reconocer a Emma como madre del niño es un doble atentado a la igualdad ante la ley, ya que “priva (al niño) del reconocimiento de sus derechos”.

El profesor de Derecho Civil Mauricio Tapia, que realizó un informe en derecho a petición de una de las madres, explicó que la resolución consideró principios sobre los derechos generales de la familia; la Convención Internacional del Niño; la protección de la identidad o derecho de la identidad del niño, que reconoce el derecho de este a ser reconocido como parte de una familia, y el hecho de que negar la filiación implicaría privar al niño de un conjunto de derechos.

Frente a la satisfacción de las madres y del abogado Juan Enrique Pi, director de la Fundación Iguales y patrocinante de la acción judicial, se alzaron voces que hablaron de “activismo gay”, descalificaron el proceso y su validez, e incluso llamaron al Registro Civil a no acatar este fallo.

El lenguaje, argumentos y, sobre todo, el tono recuerdan un pasado reciente en que esos argumentos, ese tono, ese lenguaje, se emplearon para defender situaciones discriminatorias que vivían niños chilenos. Eran otras épocas, pero no tan remotas, en que hubo personas que emplearon su intelecto y tribunas para evitar que se aprobara la Ley de Filiación de 1999, y que entonces los hijos dentro y fuera del matrimonio tuvieran los mismos derechos legales. Parece increíble pensar que durante tantos años los hijos “sin libreta”, llamados cruelmente “naturales” o “ilegítimos”, fueran estigmatizados, marginalizados por quienes pensaban que no tenían los mismos derechos de quienes habían nacido dentro de un matrimonio. La herida de ese estatus de “huacho” fue profunda y dolorosa, y la brillante antropóloga y premio nacional Sonia Montecino ha escrito una obra iluminadora y que debiera ser lectura obligatoria sobre este tema.

Luego vino el turno de los hijos de padres separados, que si bien no enfrentaron discriminaciones legales, sí sociales y culturales. Mirados en menos, con sospecha, y dejados fuera de colegios católicos, para partir. Hasta la Iglesia chilena, en 2003, en su campaña contra la Ley de Divorcio (sí, esas eran las peleas que hubo que dar hace tan poco), se permitió hacer una campaña televisiva que decía que según “estudios”, los hijos de padres separados tenían más probabilidades de ser alcohólicos y drogadictos. Luego dijeron que no había sido su intención, pero el daño ya estaba hecho.

En años recientes, los niños trans también fueron discriminados y relegados. Recuerdo, durante el debate legislativo por la Ley de Identidad de Género el 2018, el desbordante entusiasmo de algunos en Chile por publicar un paper de una académica norteamericana que afirmaba tener evidencia de que algunos niños o jóvenes trans lo hacían por moda o por contagio de los pares. El estudio en cuestión fue puesto a revisión por la revista académica que lo publicó, y la Universidad de Brown dejó de publicitarlo en su sitio, no por temor a lo “políticamente correcto”, sino por los reparos al estándar investigativo del mismo. La nueva versión incluyó revisiones y actualizaciones de múltiples secciones, incluyendo el título, el abstract, la introducción, el material y los métodos, discusión y las conclusiones.

Pero a los entusiastas por difundirlo no les importó.

Ahora es el turno de los hijos e hijas de parejas homosexuales.

Este niño y sus dos madres han sido reparados en su dignidad y derechos, y con ellos, tantos niños y niñas. Pequeños chilenos que, debiendo ser protegidos por el Estado, han sido apuntados con el dedo por una sociedad hipócrita y por quienes luchan por preservarla.

Siempre se las arreglan para estar en el lado equivocado de la historia.

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