Columna de Paula Escobar: “El deber de votar”



Que esta reforma era una invitación a “reenamorarnos” de la democracia, dijo el Presidente Piñera en 2012, cuando promulgó la ley de inscripción automática y voto voluntario.

Rodeado de sus ministros y de algunos “beneficiados” por la medida -sus puestas en escena favoritas-, anunció que los jóvenes iban a ser, de este modo, incluidos en la democracia. Para paliar el envejecimiento del padrón y la falta de legitimidad que aquello podría implicar, justamente se había decidido inscribir automáticamente a más de cuatro millones de personas que estaban fuera, y darle al voto el carácter de voluntario.

Piñera firmó con entusiasmo esta iniciativa, que consideró como “un gigantesco paso adelante” para perfeccionar la democracia y “rejuvenecerla”.

Las expectativas eran altas: según destacó a BBC Mundo el entonces director del Injuv, Luis Felipe San Martín: “Los jóvenes van a pasar de representar hoy un 7,4% del total del padrón electoral a un 27%. Aumentan cuatro veces la participación y, por lo tanto, se convierten en un segmento totalmente relevante y decisivo. Es una cifra suficiente para definir absolutamente cualquier elección”, señaló a BBC Mundo.

Pero el tiro salió por la culata.

Primero, desde el punto de vista conceptual, se desvinculó el acto de votar con un deber y no solo un derecho; un deber fundamental, por lo demás, como tantos otros que debemos cumplir para garantizar una vida en común, desde pagar impuestos hasta respetar las reglas del tránsito. Aunque el argumento -de Piñera y de quienes apoyaron esta ley, de distintos partidos- era en favor de la libertad y de hacer más fácil participar, lo cierto es que desde ese punto de vista desvitalizó un principio esencial: hay deberes y hay derechos; no hay unos sin los otros. Además, creó los incentivos para que las candidaturas gastaran mucha energía y recursos en “marketearse”, en volverse atractivos y muy conocidos, y menos en propuestas e ideas. Como dijo Pablo Ortúzar, el voto voluntario “favorece la lógica de la barra brava y la política del espectáculo”.

Además de todo esto, los resultados de participación fueron negativos. Desde la primera elección con voto voluntario en adelante hubo un deterioro progresivo de la cantidad de personas que acudieron a las urnas. A la municipal de ese mismo año se llegó a un 40% de votos efectivos. Algo similar pasó en las presidenciales del 2013, cuando cerca del 58,21% se abstuvo de votar. Esta tendencia se verificó en las elecciones presidenciales y municipales que siguieron.

Así, quienes son electos, lo hacen por una votación cada vez más pequeña. Si bien siempre los y las presidentas ganan dentro del universo de quienes acuden a sufragar, cuando ese universo es pobre respecto de la población total que puede sufragar, la democracia se vuelve anémica. Tal como Claudio Fuentes muestra en un capítulo de su nuevo libro, La transición inacabada, el año 89 el Presidente Aylwin obtuvo un 55% de apoyo de quienes fueron a votar, que correspondía a un 47% del universo de mayores de 18 años, solo ocho puntos porcentuales de diferencia. Pero esos dos números se fueron alejando. ¿La última presidencial? Piñera se impuso con un sólido 55% de los votos, el más alto porcentaje obtenido por un candidato de derecha desde el retorno a la democracia-, pero que solo equivalió al 27% del universo electoral.

Chile no se “reenamoró” de la democracia, como esperaba Piñera, con el voto voluntario. Más bien pasó lo contrario del amor (que no es el odio, sino la indiferencia). Una parte de los posibles electores se desafectó del sufragio, como acto y como símbolo.

Los tiempos han dado la razón a quienes llevan años planteando los riesgos de esta ley de 2012: varios que la apoyaron, de hecho, se han arrepentido. La relativamente baja votación el 15 y 16 de mayo, alrededor del 43%, ha encendido las alarmas.

Esta semana, entonces, la Cámara aprobó reponer el voto obligatorio, con amplio apoyo transversal (uno que no había tenido antes), y seguirá su tramitación en el Senado. Es de esperar que allí encuentre la urgencia y la prioridad que el tema amerita. Los países con voto obligatorio tienen una participación mucho mayor: 73,94% versus 60,14%, según la Biblioteca del Congreso Nacional, con datos de 2019, y publicada por El Mercurio. Las seis elecciones que Chile tiene por delante -sumadas a las de mayo- redefinirán el pacto social chileno para las próximas décadas. Por la trascendencia de lo que se juega, se requiere -por lo mínimo- que la ciudadanía se haga parte de la historia con el simple y republicano gesto del lápiz y el papel. Y así restaurar, además, el nexo ético y básico entre ser parte de una comunidad y tener ciertos deberes básicos que cumplir para con los demás.

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