Columna de Paula Escobar: Pasar agosto



El desconfinamiento, con todas sus dificultades, avanza, y la vida trata de retomarse. Pero van quedando grupos de chilenos rezagados, dañados y a la espera. Quiero referirme hoy a dos de esos grupos: los niños pequeños y los mayores.

Son dos grupos cuyo primer daño pandémico fue, justamente, separarse entre sí. Partió en marzo ese doloroso paréntesis, que se pensó de dos semanas, y ya lleva más de cinco meses. Muchos niños empezaron a temer contagiar -y matar- a sus abuelos, repitiendo lo escuchado o visto en televisión. Muchos mayores empezaron a sentir que sin ese premio de la vida, los nietos, el remedio era peor que la enfermedad. Además, las madres y padres confinados, con teletrabajo los afortunados, tampoco pudieron recurrir a ellos para compartir la enorme carga del trabajo doméstico, parental y educativo, reemplazando al colegio, jardín o sala cuna.

En estos meses de distancia, largos, sin borde, los mayores de 75 años en Chile no pudieron salir de sus casas, aunque no estuvieran en comunas en cuarentena, y solo recientemente están autorizados tres veces a la semana a recorrer escasos 200 metros alrededor.

En cartas al diario, Facebook, conversaciones por WhatsApp, han expresado su desesperación por no tener los derechos de los de 74 y menos. Esperan pasar agosto, o pasar el año, rogando por el milagro de volver a ser ciudadanos y ciudadanas con plenitud de derechos y capacidad de cuidarse a sí mismos. Se han desgastado sus músculos, sus habilidades cognitivas, sobre todo su bienestar emocional. Y afectadas sus ganas de vivir, por cierto. En el invierno de la vida, en el momento en que todo lo que han aportado a la sociedad y a sus familias les debería ser devuelto con agradecimiento, experimentan sinsabores y penas que nunca pensaron y, peor, que no hay mucho tiempo por delante para reparar.

“Las mascotas tienen más derechos”, han dicho, y con razón. Los niños, por su parte, viven una situación similar, sin salas cunas, jardines infantiles ni colegios. El mundo enfrenta una “catástrofe generacional que podría desperdiciar un potencial humano incalculable, minar décadas de progreso y exacerbar las desigualdades arraigadas” por el cierre de las escuelas durante la crisis sanitaria, advirtió el secretario general de la ONU, António Guterres.

“Que los estudiantes vuelvan a las escuelas de la manera más segura debe ser una prioridad”, agregó. La revista Economist ha sostenido la misma tesis desde el comienzo de la pandemia: “Millones de mentes jóvenes se van a desperdiciar”, tituló, exhortando a buscar modos de reabrir con seguridad, pero también con urgencia.

Y dentro del grupo de los menores de edad, quizás los más afectados serán los más pequeños (de cero a seis años), sin posibilidad siquiera de tener educación on line. Están deambulando entre adultos estresados y desesperados por tratar de trabajar, más irritables (61%), más conectados que nunca a pantallas (2,8 horas diarias), y la mayoría ha pasado estos meses sin contacto con el exterior (55%), según un estudio de Cedep. Esta semana comenzó, por fin, el permiso para que puedan salir a pasear, pero el punto es recuperar su educación, su rutina y relación con sus pares.

Este tema se ha vuelto muy sensible políticamente, y el principal error, como también dice el Economist, es justamente politizarlo. Nadie quiere que los niños sean puestos en riesgo. Pero debe tomarse con seriedad y urgencia lo nocivo del remedio, especialmente si pensamos que la vacunación masiva será realidad con suerte el primer semestre del 2021. Países que han abierto escuelas y jardines, como Dinamarca, Francia, China y Nueva Zelandia, dan luces de cómo avanzar: clases alternas en la semana, menos niños por sala, horarios diferidos, voluntariedad para padres, grupos o “pods” de los mismos alumnos y profesores para que se pueda detectar, rastrear y aislar casos nuevos, mascarillas y gel, para partir. E ir de a poco, gradualmente.

Fácil no es, pero tampoco lo ha sido parar el mundo por meses, buscar en tiempo récord una vacuna, cerrar las fronteras y enclaustrar a millones de personas en todo el globo, hacer clases on line, pero se hizo.

Mientras en Chile políticos y matinales les dedican jornadas completas a las aperturas de malls, como si fuera el signo máximo de restauración de algo parecido a la normalidad, se requiere poner atención y presión a esto. A la creación de planes y mesas técnicas de excelencia y de la mayor transversalidad política, para darles plazos y, así, esperanza a ancianos, niños y padres.

De cara a nuestro proceso constituyente, de debatir y soñar cómo debe ser “la casa de todos”, claramente no puede ser aceptable una sociedad ingrata con quienes viven los últimos años de su vida, o indiferente frente a quienes la comienzan. Sin valorar el pasado ni proteger el futuro no se puede construir un Chile mejor.

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