Columna de Ernesto Ottone: Cuento de verano

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Érase una vez, hace muchos años, aunque pensándolo bien ni siquiera tantos, existía un inmenso imperio, tan grande que se extendía entre dos continentes, Europa y Asia.

Vivían en él millones de personas, la gran mayoría era muy pobre, cultivaba la tierra y había relativamente pocas industrias, incluso en los albores del siglo XX, los demás países de Europa estaban mucho más desarrollados.

Los ricos eran casi todos nobles y grandes propietarios de tierras y quien gobernaba era un señor que llevaba el título de Zar, nombre que provenía nada menos que de César, el nombre que usaban los emperadores de la antigua Roma.

El Zar del tiempo en que se desarrolla nuestra historia se llamaba Nicolás II y pertenecía a la familia de los Romanov. En verdad, era una nombre de fantasía, porque los Romanov se habían extinguido hacía tiempo. Pero ser Zar y llevar un apellido danés como el de su familia original no habría sonado bien para sus súbditos rusos.

En todo caso, Nicolás, que era, además, nieto de la Reina Victoria de Inglaterra, creía a pies juntillas que su poder era de origen divino, que Rusia, ese era el nombre del Imperio, era la continuación del Imperio Romano de Oriente, el Imperio Bizantino, y que dirigirlo con mano de hierro a través de la autocracia era lo que le correspondía hacer.

Nicolás, que no era un lince, se resistía a los consejos de algunos nobles más modernos que le proponían una serie de reformas democráticas que le permitieran al pueblo vivir mejor.

Nicolás, a principios del siglo XX se metió en una guerra con Japón, en la cual le fue pésimo, y en Rusia en 1905 ya se había producido una insurrección, hija del hambre y el frío.

Para no ser menos que los otros imperios, se metió en la Primera Guerra Mundial, con malos resultados desde el inicio.

Los campesinos rusos que iban a la guerra no sabían por qué lo hacían y para muchos era la primera información que tenían de que existía un mundo fuera de Rusia.

Desde el siglo XIX, permanentemente se producían movimientos políticos y sociales contra el Zar, algunos de manera pacífica y otros a través de formas terroristas e insurreccionales. Las desgracias de la guerra hicieron que las protestas se agudizaran y cobraran vitalidad varios partidos políticos de oposición, otros se organizaron en torno al Zar.

Había un partido que tenía gran influencia entre los campesinos, los Socialistas Revolucionarios; había un partido de derecha llamado Kadete y los Socialdemócratas, seguidores de Marx, que estaban divididos entre los Bolcheviques, que era el sector más de izquierda, dirigido por Lenin, y los Mencheviques, más moderados, cuyo líder era Plejanov,

En verdad, a Nicolás no le gustaba ninguno y no hacía concesiones, salvo cuando la cosa se ponía muy fea.

Horrible se puso en febrero de 1917, de manera muy espontánea. La gente se levantó acompañada de los soldados; pedían que terminara la guerra, que hubiera paz y que se distribuyera, al menos una parte, de las inmensas extensiones de tierra.

En aquella ocasión, el Zar debió abdicar y se creó un Gobierno Provisorio , dirigido primero por un noble modernizante y después por un Eserista muy popular, llamado Kerensky. Ninguno de los dos lo hizo bien, sobre todo, fueron incapaces de firmar la paz.

Con el tiempo, Lenin y sus amigos volvieron. Ellos no querían crear una República Democrática , querían una revolución con dictadura del proletariado, que desencadenara en una revolución mundial .

El 7 de noviembre (25 de octubre, según el calendario juliano), los Bolcheviques sin demasiado escándalo se tomaron el poder y Kerensky escapó; se forma de inmediato un gobierno constituido por bolcheviques en su gran mayoría.

Sin embargo, había un pero: los rusos, durante decenas de años de oposición a la autocracia zarista, habían exigido tener una Asamblea Constituyente elegida por la ciudadanía.

A Lenin esto no le hacía ninguna gracia, lo consideraba un retroceso hacia una democracia liberal.

La idea era tan popular, que Lenin no pudo oponerse y el 17 de noviembre de 1917 se eligió por votación popular la Asamblea Constituyente .

Los Eseristas obtuvieron el 40% de los votos (17 millones de votos). Los Bolcheviques, con todo el poder en sus manos, sacaron el 24% (10 millones de votos). Los Kadetes, harto a mal traer, sacan 7% y los Mencheviques, muy venidos a menos, un 3%.

La asamblea inicia sus trabajos el 5 de enero de 1918. Fuera y dentro del edificio una gran masa armada bolchevique pifia, insulta y hace callar a la mayoría , ejerciendo una funa prolongada y feroz.

Así continúa todo el día. Ya de madrugada, Zelenieskov, un fornido marino anarquista, toca con delicadeza el hombro de Chernov -dirigente eserista que dirigía las sesiones - y le dice: "Todos los presentes deben abandonar el salón de la asamblea, porque la guardia está cansada". Chernov, entre bien educado y muerto de susto, levanta la sesión y la cita para el día siguiente.

Al otro día, las puertas están cerradas a machete.

Nunca más volverá a sesionar la Asamblea Constituyente.

Trotsky al día siguiente dirá complacido que la disolución de la Asamblea Constituyente significa la liquidación de la democracia en beneficio de la idea de dictadura.

Como ven, este cuento resultó más bien un relato histórico y quizás, aunque no sea una fábula, es bueno ponerle una moraleja.

Me parece que podría ser la siguiente: los demócratas rusos tenían razón en considerar que la Asamblea Constituyente era la única esperanza de lograr una Rusia democrática , pero tardaron mucho en llevarla a cabo, y quienes querían reemplazar la autocracia por una dictadura, incluso habiendo sido derrotados en las urnas, tenían para ese entonces la brutalidad de la fuerza y la usaron sin contemplaciones.

Tengo muy claro que no pueden compararse procesos históricos tan lejanos y diferentes como ese y nuestro proceso constituyente, que debe iniciarse el próximo abril. La asamblea rusa buscaba el paso de la autocracia a la democracia; nuestro proceso constituyente se realiza en democracia y busca su perfeccionamiento y profundización.

Pero aun así hay lecciones que aprender: los demócratas, sean de izquierda, centro, derecha o independientes, tienen que participar sin vacilaciones en el proceso constituyente y no deberían amedrentarse por provocaciones violentas destinadas a enturbiar su realización.

Deben lograr que el eventual proceso de debate y elaboración pueda llevarse en un clima reflexivo y sereno por parte de los constituyentes elegidos y se respete el resultado final refrendado por la ciudadanía.

Hoy por hoy, nuestro futuro como país democrático se ha cristalizado en este proceso.

Ahí se juega el triunfo de la democracia sobre la antidemocracia, tenga esta el color que tenga.

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