¿Democracia?¿conspiración? Las percepciones de los chilenos en pandemia

Foto: AgenciaUno

Es la primera encuesta que se hace cara a cara desde que la pandemia aterrizó en Chile. Con 1.500 entrevistas realizadas entre el 2 de noviembre y el 7 de enero, el sondeo de la UDP muestra las diferencias en las percepciones de las distintas clases sociales. Las teorías conspirativas van ganando terreno en los sectores de menos recursos y aparecen dispares visiones sobre la democracia. Estos son algunos de los resultados.


Un país a dos velocidades

Por Carlos Meléndez, Cristóbal Rovira y Javier Sajuria *

A estas alturas es casi un cliché decir que el país tiene una fractura que divide a la clase alta del resto del país. La constatación del PNUD de hace unos años, de que la desigualdad también se expresa en nuestras relaciones sociales, fue probablemente uno de los antecedentes más claros. Es harto conocido que Chile tiene sistemas de educación, vivienda y salud socialmente segmentados (aunque este último ha ido perdiendo la diferenciación gracias a la pandemia). Uno digno de la Ocde; otro marcado por la precariedad. Esta diferencia no sólo estuvo en el corazón del estallido social de 2019, sino que, además, se reflejó profundamente en los resultados electorales del plebiscito del 25 de octubre de 2020. La distinción de clase volvió -si es que alguna vez se fue- para quedarse.

Si bien estas diferencias han sido observadas en términos socioeconómicos, no es tan evidente en qué se distingue la clase alta del resto del país respecto de sus visiones del mundo, el rol de la democracia y las preferencias valóricas. Gracias a una serie de preguntas desarrolladas a partir de la investigación académica internacional más reciente, hoy presentamos algunos resultados de una encuesta presencial (de las pocas que quedan) con representatividad a nivel nacional. De manera muy resumida, y como una interpretación inicial de los resultados, podemos decir que estos dos países que tienen vínculos económicos y sociales distintos, también piensan y proyectan aspiraciones divergentes.

Pero lo que hace la situación aún más compleja cuando observamos que esa misma estructura de clase se expresa en la creencia en teorías conspirativas y en la susceptibilidad a la desinformación. Es decir, la clase alta cuenta con más recursos cognitivos para acceder a información veraz y así se profundiza la brecha cultural con el resto de la sociedad. Así, por ejemplo, observamos que los encuestados de escasos recursos materiales tienen mayores niveles de disposición a transar valores y prácticas democráticas a cambio de obtener resultados concretos. Asimismo, quienes cuentan con más recursos económicos tienden a ser más liberales respecto del rol del Estado y sus preferencias económicas, mientras que, al mismo tiempo, son más progresistas en términos morales, tolerantes hacia los inmigrantes y más favorables a la democracia. Los datos revelan entonces que Chile es una sociedad marcada por clases sociales que tienen visiones de mundo muy diferentes y en varios aspectos antagónicas.

El riesgo principal de la constatación de que la división clasista del país alcanza profundamente la cultura política se refiere a sus efectos en la calidad y sostenibilidad de nuestra democracia. Cuando la clase alta se desapega del resto, se abre la puerta para la aparición de figuras populistas que movilizan los temores y rencores de las mayorías para respaldar derivas autoritarias (basta pensar en el caso de Trump en EE.UU.). La incipiente polarización política a nivel de las élites no es buena señal, en tanto indica que hay actores interesados en explotar el oportunismo político que está en la base de las principales crisis democráticas que ha visto el mundo en la última década. Un país divido en dos velocidades no es sustentable en el tiempo y no llega a buen destino.

*Cristóbal Rovira y Carlos Meléndez son académicos de la UDP y COES. Javier Sajuria es de la Queen Mary University of London.

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