Distribuidor de camas: la ingrata labor del doctor Rubén Nissin

Rubén Nissin es jefe de Gestión de la Demanda en la ex Posta Central. Su trabajo es coordinar un equipo encargado de proveer de camas para todo el hospital, y asegurarse de que exista el espacio suficiente para todos los pacientes, de manera de evitar un colapso.

En cada hospital hay alguien que debe cumplir un rol desconocido para algunos: negociar con los médicos para que liberen camas que puedan recibir a nuevos pacientes. Rubén Nissin y su equipo tienen ese trabajo en la ex Posta Central, y todos los días deben resolver la misma interrogante: ¿Cómo hacer para que el hospital no colapse?


Son las 8.45 am del miércoles 14 de abril y Rubén Nissin (37) viene saliendo de una reunión de cambio de turno, en la ex Posta Central. Lleva más de 24 horas sin dormir. La noche en la Urgencia no estuvo fácil: en las últimas 12 horas recibieron más de 10 ambulancias, además de otras 90 personas que llegaron a atenderse por su cuenta. En total, se acumularon 70 pacientes que tuvieron que hospitalizarse ahí mismo. Pero la jornada de Nissin no termina ahí. Mientras relata estas últimas horas, camina hacia su oficina, donde tendrá que encargarse de otro problema más grande que el que ve en la Urgencia: la gestión de demanda de camas de todo el hospital.

Nissin es urgenciólogo y desde el 2008 trabaja en el Hospital de Urgencia Asistencia Pública (HUAP). Junto a su esposa, Paulina Gutiérrez -también médico internista de la Posta- viven en Santiago Centro, frente al cerro Santa Lucía. Ambos hacen turnos en la Urgencia, pero con la llegada de la pandemia el médico ha tenido que sumar este rol de coordinar el equipo de Gestión de Demanda. Y ese es uno que pocas personas fuera del sistema de salud conocen.

En fácil, su trabajo es proveer de camas para todos y que ningún paciente se quede sin ser hospitalizado donde corresponde. Para eso tiene a su cargo enfermeros, kinesiólogos, asistentes sociales y funcionarios de aseo. Ellos se encargan de varias labores, desde realizar el traslado físico del paciente a los distintos pisos, hasta la hospitalización domiciliaria. Sin embargo, toda decisión pasa por él y es su responsabilidad que el hospital no colapse. “Al principio no quería tomar este cargo. Sabía que esto sería 24/7, que a cualquier hora te llaman. Entonces es imposible desconectarse”, cuenta Nissin.

Nissin trabaja desde el 2008 en la ex Posta Central. En junio tomó el cargo de jefe de Gestión de la Demanda, además de seguir como urgenciólogo cumpliendo sus respectivos turnos.

Y así lo fue, al menos en la primera ola, cuando la Posta se transformó en uno de los hospitales dedicados exclusivamente a recibir pacientes Covid. Nissin recuerda que además de pasar de tener 24 camas críticas a 130, en junio se llegó a hospitalizar hasta 102 pacientes en su área. “Y la Urgencia más grande del país no puede colapsar. Está demostrado que la mortalidad de un paciente aumenta cuando permanece ahí. Esos meses fueron terribles”, relata.

Ahora el panorama no es distinto. Desde mediados de marzo que notaron la llegada de la segunda ola y, pese a que todavía no llegan al récord de los 102 hospitalizados, la tónica de las últimas semanas ha sido que día por medio lleguen a tener entre 50 y 60 pacientes en espera de una cama.

Esa es una de las cosas que tiene que resolver hoy. Al llegar a una oficina estrecha del primer piso del HUAP, se encuentra adentro con ocho funcionarios del equipo. El teléfono no para de sonar y Nissin escucha, paciente, las necesidades de cada uno. También hay una pantalla colgada en la esquina: “Ahí podíamos ver la disponibilidad de camas de otros hospitales. Ahora está todo lleno. Sabemos que la Unidad de Gestión Centralizada de Camas del Minsal se va a demorar uno o dos días en hacer el traslado. Así que la apagamos. Cada hospital se está rascando con sus propias uñas”, dice el médico.

Para organizarse tienen una pizarra llena de anotaciones con números y letras, con posibilidad de extenderse hacia la ventana, si es que las solicitudes son demasiadas. Ese, explica Nissin, es el puzzle que hay que armar todos los días: camas ocupadas, camas de alta, camas de posible alta, camas para traslado.

La tarea para esta mañana son dos pacientes que hay que subir, lo antes posible, de Urgencia hacia una cama de UCI. Camas que, en este momento, Nissin simplemente no tiene.

Parte del equipo de gestores de camas, compuesto por seis personas en el HUAP.

Negociando camas

Rubén Nissin ha aprendido algunas certezas que se repiten en la Urgencia, luego de un año de pandemia: los pacientes que llegan caminando, salen caminando. Y quienes entran en camilla, se quedan hospitalizados. En esto hay excepciones. El caso de Jean Carlos Montero (37) es uno. Llegó con molestias respiratorias a atenderse en la Urgencia y no salió hasta abril.

Montero es venezolano. Llegó hace cuatro años a Chile y junto a su esposa y su hijo de tres años viven en Estación Central. Trabaja como vendedor de abarrotes para Tresmontes Lucchetti. Su jornada, antes de contagiarse, implicaba recorrer almacén por almacén vendiendo los productos. Lo hacía a pie, lo que significaba caminar hasta 10 kilómetros diarios. Nada de eso puede hacer ahora. El 10 de febrero ingreso a la ex Posta Central. Ese mismo día, luego de unas horas, lo pasaron a una cama en el área de Medicina. Pero el 13 de febrero empeoró y tuvo que ser intubado en la UCI.

Trasladar a Montero desde la Urgencia a una cama en tan solo un par de horas es lo que debiera ocurrir con todos los pacientes. Sólo que esa maniobra se ha vuelto compleja por estos días. A diferencia de la primera ola, ahora la ex Posta Central ya no es un hospital exclusivo de Covid. Las atenciones de otras patologías no han bajado y Rubén Nissin ha notado que el tiempo de estadía de quienes se hospitalizan es más largo. Pero pasan otras cosas: “El año pasado el peak fue por regiones, así que había dónde sacar pacientes. La gente, también, respetaba más la cuarentena. Ahora pasa que hay más jóvenes, duran más tiempo intubados, el peak es en todo Chile, y la cuarentena no está dando frutos”, explica el médico.

Sobre todo porque, antes, las camas que más se desocupaban eran las de quienes fallecían. Mal que mal, el índice de mortalidad era mayor que el de ahora, y eso se fue transformando en una vía de descongestión para el hospital. Según datos del HUAP, la letalidad intrahospitalaria promedio del año pasado por Covid en ventilados fue de un 28,8%. En lo que va del primer trimestre de 2021, esta ya bajó a un 24,1%. Nissin cuenta que, por lo mismo, a veces las personas lo sienten indiferente frente a estas situaciones. Pero no es así, explica: “Yo no veo la muerte como un fracaso. La veo como parte de un proceso en el que, sí, nosotros tenemos que tratar que el que se va a morir lo haga de mejor manera. Y el que no se debe morir, no muera. A veces ser un poco insensible es un sistema de defensa ante la dificultad de lo que estamos viviendo”.

Con más tensiones ahora, parte de su trabajo es negociar con los doctores y analizar qué paciente puede ser una posible alta para que ingrese otro. Eso es lo que va haciendo en el primer recorrido del día. El problema es que en esa conversación no todos siempre están de acuerdo.

Parte del equipo en la Urgencia de la ex Posta Central.

“Acá hay algunos profesionales -los que trabajan en clínicas- que quieren solo tratar y estudiar muy bien a sus pacientes. Pero no tienen conciencia de que afuera hay gente muriéndose, porque un paciente que podría irse antes, no lo están dando de alta a tiempo. Al otro lado están los gestores, que se fijan en los números y solo quieren altas rápidas, sin entrar tanto en el detalle de la parte clínica”, explica Nissin. Por eso, varios han aprendido que la única forma es ceder.

Valentín López, jefe de Medicina del tercer, cuarto y sexto piso de la Posta, es uno de ellos. Entiende que esta es una situación excepcional. “En general, siempre nos enfrentamos a pacientes frágiles, algunos que son mayores, que a uno le gustaría tenerlos más tiempo ahí para tratar de condicionarlos más. Pero también hay que velar por la gestión del hospital. Entre todos hay que transar”, dice él.

La necesidad de transar a Nissin le ha costado una que otra discusión fuerte. Recuerda una en particular: en la primera ola un médico no quería pasar de la UCI a cama intermedia a un paciente, porque en ese piso no estarían las condiciones perfectas para que él estuviera ahí. Para el urgenciólogo, lo que ese médico solicitaba era un criterio clínico, que en hospitales no siempre se puede aplicar. Pero finalmente es el gestor de camas quien toma la decisión. “Con él, yo quedé como un médico insensible, irresponsable, poco compasivo. Pero para mí el poco compasivo era él, porque no estaba viendo quiénes estaban esperando subir a una cama”.

Algo así va ocurriendo en la visita que hace en el sexto piso por el área de medicina interna y UTI. Mientras lo siguen más de siete profesionales, recorre sala por sala. En una de ellas, destinada a Covid, un médico va dictando los diagnósticos de los cinco pacientes presentes. Hay uno que está con naricera, ya extubado, y evoluciona bien.

- ¿A este podríamos darlo de alta asistida (hospitalizarlo en su casa) luego?- pregunta Nissin.

- No, no todavía. No seas malo- dice riendo uno de los doctores del equipo.

Durante todo este tiempo su teléfono no ha parado de sonar. Son los gráficos que le van llegando al grupo de gestión, con más solicitudes de camas. También le habla la jefa del área de pacientes quemados, solicitando con premura que coordine un traslado a pabellón. De a poco, la rutina del día se va tensionando, pues no puede dejar ningún mensaje sin contestar. El urgenciólogo cuenta que, de alguna manera, su teléfono se ha vuelto un arma de doble filo de la que se ha hecho totalmente dependiente. “Cada tanto le hablo al celular diciéndole que es mío, solo para que quede claro que yo no le pertenezco a él”, dice riéndose.

Después de eso, Nissin recorrió más de ocho salas consultando cuáles serían las posibles altas. Solo aparecieron dos, pero que no son de UCI. En uno de los pasillos incluso no hubo ninguna. Al irse del lugar, uno de los médicos del piso dice entre risas: “Ya, salvamos”.

Rubén Nissin no lo ve así: “Ese es mi mayor miedo. El momento en que todo el hospital está convertido en crítico y no podamos sacar pacientes porque están todos graves. Ahí, todo se colapsa hacia abajo. Desde la Urgencia no suben pacientes. Al no subir pacientes, empieza a aumentar la espera. Si la espera colapsa, hasta ahí llegamos”.

Gestionar durmiendo

Paulina Gutiérrez (40) ha notado que su esposo no descansa. Ni siquiera cuando duerme. En los últimos meses, son varias las veces que lo ha escuchado hablar dormido en la noche. Y entre diálogos inconexos, siempre asoman las palabras cama, pacientes, traslados.

También se ha dado cuenta de su cansancio en el trabajo: cuando ella está de turno en la Urgencia y ve a Nissin moverse presuroso mientras no despega sus ojos del celular, sabe que viene sobrepasado. “Lo he visto mucho más desgastado este mes en particular, pero los últimos tres meses han sido muy pesados. Llega muy agotado a la casa. Eso lo veo no solo en la parte física, también hay un cansancio mental. Una preocupación constante de cómo poder hacer mejor su trabajo”, dice Gutiérrez.

Nissin está consciente de que este trabajo lo ha desgastado. Aunque el costo emocional todavía no llega. Más bien, no ha querido enfrentarlo. “Todavía no me he dado el permiso para eso, porque no hemos podido parar. Pero también me da susto que el bajón sea demasiado y dejar de funcionar”.

Sobre todo porque lo ha visto en sus colegas: muchos han pedido licencia por salud mental y están con tratamiento psiquiátrico. Eso, a la vez, repercute en la cantidad de recursos humanos que hay disponibles en el hospital. “Acá casi se ha duplicado el personal respecto de lo que teníamos antes y sí se ha logrado manejar de alguna forma. Pero uno ve a los funcionarios que se van con licencia y no encuentra los suficientes reemplazos. Ya no hay mucho más personal para seguir complejizando ciertas áreas. Entonces, en ese sentido, estamos al tope”, explica Nissin.

Desde que su marido quedó hospitalizado en febrero, Jhoana Montero ha visto esa tensión. El 19 de marzo lo pasaron de la UTI a una cama en el sector de Medicina. Ya lo habían extubado y se estaba recuperando. Por eso que, en abril, la doctora que lo vio fue sincera con ella: “Me dijo que mi esposo estaba estable, pero que necesitaban la cama porque el hospital estaba bastante colapsado. Entonces había dos opciones: una era darlo de alta asistida y hospitalizarlo acá en la casa. La otra era trasladarlo a una clínica asistencial cerca del hospital, donde tenían un centro de atención primaria y había camas”, recuerda Montero, quien optó por la primera opción.

Existe un eslogan que se ha repetido desde la llegada de la pandemia: “No son solo números, son personas”. Se escucha en todos lados. Esa frase le hace ruido a Rubén Nissin. Precisamente él es quien tiene que ver el mundo en números y en camas disponibles para ser capaz de generar el espacio necesario en la Posta. “Decir no son números es la simplificación de una discusión que es mucho más compleja. Es la justificación para no hacer estadísticas y que no haya flujo. Pero los números que nos meten presión son personas que están esperando una cama. Siempre han sido personas”, dice él.

Después de hacer visita por casi todas las UCI, UTI y áreas con camas básicas en el hospital, el jefe de Gestión de la Demanda pasa de nuevo por la Urgencia para cerciorarse de que no quede ningún paciente que sea urgente. Entra a su oficina y comienza a completar la pizarra con más letras y anotaciones.

Son casi las 11.00 am y da por finalizado el recorrido de la mañana. Finalmente cumplió el objetivo: con los movimientos que pudo hacer en los pisos de cama básica y UTI, resolvió el puzzle para tener las dos camas UCI que necesitaba.

Solo que en la tarde volvieron a llegar más solicitudes. Para Rubén Nissin y su equipo, hay días en que cumplir las metas ni siquiera es suficiente.

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