El guardián de las llaves del Vaticano

Todos los días, desde hace 22 años, se levanta antes del amanecer y se dirige a un singular trabajo: abrir las ventanas y puertas del Estado de los Papas. Esta es la historia de Gianni Crea, el custodio del Vaticano.


Tiene poco más de 40 años y cuenta que cuando comenzó a trabajar en esto, por un momento pensó que se volvería loco. Y no es para menos. Su despertador suena todos los días a las 03:00 y antes de las 05:00 ya está cruzando el umbral de las puertas de su lugar de trabajo: el Estado más pequeño del mundo, nada menos que la Ciudad del Vaticano.

Gianni Crea tiene en su poder las casi tres mil llaves que abren las puertas de este Estado de solo 799 habitantes, de los Museos Vaticanos y de la Capilla Sixtina, emblema del Renacimiento italiano. La Tercera lo acompañó en su recorrido, abriendo ventanas y puertas premunido solo de una linterna.

El primer portón que cruza es el de la Puerta de Santa Ana; las Guardias Suizas apostadas día y noche en los diferentes ingresos del Vaticano lo saludan. Gianni camina de prisa. Su primera tarea es ir al búnker donde se encuentra el mazo de 2.797 llaves. Todas están numeradas, a excepción de una, una antigua llave de bronce de unos cinco centímetros. "Existe solo una copia de esta llave –explica, mientras abre la caja fuerte en la que se encuentra–, con ella abriremos las puertas de la Capilla Sixtina".

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Foto: Mariana Díaz Vasquez[/caption]

Ser el custodio de las llaves del Vaticano es una labor que requiere paciencia y disciplina. Cada día, Gianni Crea debe abrir 300 ventanas y más de 500 puertas solo en la sección dedicada a los Museos Vaticanos. Este guardián cuenta que está al mando de un grupo compuesto por 11 personas dedicadas exclusivamente a la apertura y cierre del Vaticano. En las mañanas tardan casi tres horas, mientras que por la tarde la tarea es más compleja, puesto que hay que revisar exhaustivamente cada rincón y activar el sistema de alarmas.

Gianni va caminando en la penumbra de una de las tantas galerías de los museos. El haz de luz de su linterna alumbra estatuas de mármol que datan del Imperio Romano. Su voz crea un eco que se confunde con el constante tintineo del llavero que sostiene entre sus manos: "Para trabajar aquí hay que ser una persona extremadamente puntual. El orden y la precisión son esenciales. También lo es el amor, ya que se pasan muchas horas aquí dentro". Mientras avanza por el pasillo recuerda que "una vez contrataron a un chico que se venía a trabajar directamente desde la discoteca. No pasaron muchas semanas y él mismo se dio cuenta de que esto no era para él".

Lo cierto es que compatibilizar este tipo de trabajo con la propia vida personal no es fácil. Gianni Crea no está casado ni tampoco tiene hijos. Medio en broma y medio en serio culpa a sus horarios y extensas jornadas. Aunque aclara: "Esto nunca ha sido un peso para mí, en lo absoluto. Yo vivo en medio de toda esta belleza, camino entre siglos de historia y cultura. Este es un trabajo bello, único, y no puedo aburrirme de frente a tanta perfección".

La puerta de la Capilla Sixtina

La puerta que conduce hasta la Capilla Sixtina, joya del Renacimiento que data de 1484 y cuya realización contó con las obras de artistas como Sandro Botticelli, Pietro Perugino, Domenico Ghirlandaio, es la más importante que Gianni Crea debe abrir cada amanecer. La Capilla representa, además, la última etapa para los miles de turistas que visitan los Museos Vaticanos atraídos por los famosos frescos de Miguel Ángel que finalizó la cúpula de la Sixtina.

Para llegar hasta ella el guardián del Vaticano debe recorrer, en la más completa oscuridad, un estrecho pasillo y bajar dos rampas de escaleras. Puntualmente, poco antes de las 06:00, el custodio extrae la antigua llave de bronce de un sobre blanco, la revisa y la introduce en la cerradura de una pequeña puerta, tan pequeña que nada podría hacer presagiar lo que se está por admirar.

Apenas se abre la puerta, un fuerte viento sale de la Capilla y casi corta la respiración, trayendo consigo un penetrante olor a madera. Es el resultado de una corriente de aire que se forma desde el estrecho pasillo, baja por las escaleras y se encuentra con la brisa matutina que entra por entre los foros de las ventanas ubicadas en la parte superior de la Capilla, por donde también se cuela la tenue luz violeta del amanecer. Una vez dentro, lo único que se oye es el rumor de los pasos y el meneo del llavero. Las luces se encienden desde un interruptor ubicado en la parte trasera de la Capilla. Poco a poco la luz artificial comienza a iluminar el espacio, dejando aparecer la majestuosidad de los frescos de Miguel Ángel. Recobran vida así el Juicio Universal (1533) y la Creación de Adán (1512), entre otros.

Otra de las singulares funciones que prevé el oficio de "llavero" del Vaticano es la de sellar todos los ingresos de la Capilla cuando se realiza un cónclave, es decir, cuando los obispos de todo el mundo, tras la muerte de un Papa, se reúnen para elegir quién será el nuevo Pontífice. Gianni cuenta que nunca pensó que tendría que vivir dos cónclaves y uno tan distinto al otro.

"Cuando falleció el Papa Juan Pablo II fue muy triste. Estábamos acostumbrados a este Papa, y pensar que había muerto era muy doloroso. En cambio, cuando eligieron al Papa Francisco fue muy diferente, ya que el Pontífice anterior, Papa Ratzinger, ¡seguía vivo! Él sigue estando con nosotros. A veces se le ve pasear por los jardines. Nunca pensé vivir un momento así".

Cuando se produce un cónclave, Gianni Crea es el encargado de cerrar y sellar todos los accesos a la Capilla Sixtina para que dentro el silencio sea absoluto y para asegurar el secreto en la elección del Pontífice. "Guardamos la llave en un cofre cerrado que luego entregamos a la Gendarmería. Cuando vemos que por la chimenea de la Capilla sale humo blanco, señal de que tenemos un nuevo Papa, ellos nos devuelven el cofre y abrimos nuevamente las puertas".

El guardián de San Pedro

Gianni Crea camina con paso lento cuando lo hace por la Galería Chiaramonti, a su juicio, la más hermosa de los Museos Vaticanos, donde se encuentran más de mil piezas de escultura antigua y retratos romanos.

Gianni se detiene para contar cómo fue que llegó a ejercer este particular oficio. Estudiaba Derecho y su sueño era ser magistrado, pero la vida tomó otro rumbo. "Mientras estudiaba comencé a ayudar en la parroquia de mi pueblo y el cura me comentó que existía la posibilidad de trabajar en San Pedro como guardián auxiliar. Me presenté y quedé seleccionado. Estuve ahí cinco años, hasta que internamente pasé a custodiar los Museos Vaticanos".

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Foto: Mariana Díaz Vasquez[/caption]

La última puerta que queda por abrir es la que va hacia una de las azoteas del Vaticano. Gianni toma un antiguo ascensor y busca entre los cientos de llaves la número 511. Es una llave común y corriente, pero que abre la puerta hacia uno de los puntos más altos de la Ciudad del Vaticano.

El custodio abre la última puerta del turno matutino. Son casi las 08:00. Sale al exterior de la azotea, se acerca a la baranda, observa el horizonte y suspira. Desde donde está puede ver parte de los Palacios Apostólicos, la cúpula de la Basílica de San Pedro y los jardines del Vaticano.

¿Qué siente cuando finaliza un turno de trabajo y mira a su alrededor?

Una gran responsabilidad, pero también mucho orgullo. Yo soy el guardián de las llaves de cinco siglos de historia.

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