La casa blanca parece a punto de venirse abajo. Está protegida por un cerco negro cubierto por maderas y latas, alambres de púas y un candado con cadena. En el antejardín apenas sobreviven un árbol seco, un sillón viejo, un carrito de supermercado oxidado, una máquina de ejercicios de color rojo y muchos escombros apilados. Las puertas no tienen chapas y las ventanas están tapadas con sábanas. En el frontis, dibujado con un lápiz negro, se alcanza a distinguir el número de la calle.

Para entrar hay que avanzar por un angosto pasillo que conecta a los distintos dormitorios. El techo tiene marcas de humedad y hay mensajes escritos a mano en las paredes. La única iluminación viene de pequeñas ampolletas colgadas con un alambre como adornos navideños. La cocina y el living están separados por una cortina roja y otra de diseño animal print. Ahí funcionan un horno y un refrigerador antiguos, mientras que al centro hay un sillón negro y una cuna para los niños de la casa. Al final se abre un enorme patio, desde el cual se ven las torres de departamentos construidas alrededor del barrio. El lugar está lleno de escombros: bidones, tablas, colchones, sillones y un wáter olvidado. Una parte está cubierta por una techumbre de lata, afirmada con pilares de madera.

A una de esas vigas estuvo amarrado Francisco Aranda (29) hace casi tres meses.

Había llegado a ese lugar en febrero, gracias a la invitación de Betzabet Soto (33). Se conocían desde 2009, cuando ambos coincidieron haciéndoles tatuajes a punks, visuals y pokemones en la galería Eurocentro del Paseo Ahumada. Aranda se había quedado en la calle tras la muerte de su abuelo y no contaba con plata suficiente para pagar un arriendo. Aunque no eran amigos cercanos, tenían cierta confianza. Ella le contó que estaba viviendo en una casa okupa, en calle Francisco Zelada, en Estación Central, a tres cuadras de la Alameda. No tenían baño, luz ni agua, pero el dueño de casa no les daba mayores problemas.

Betzabet fue quien invitó a Francisco a la casa okupa de Estación Central

Betzabet, o “Betzy” para los amigos, vivía junto a sus dos hijos: A.I.G.S., de 16 años, y una niña de dos años. También estaba Priscila Romo (32), que vivía con sus dos hijos menores de edad.

Al principio todo parecía normal, pese a las incomodidades propias de un espacio como ese. Francisco aprovechaba de trabajar haciendo tatuajes a domicilio. Su habitación era de las más lúgubres: llena de humedad, con paredes tapadas con plásticos, un colchón en el piso y un televisor antiguo. Poco más de lo suficiente para sobrevivir.

Fue en mayo cuando empezó a sentirse amenazado. Priscila invitaba gente que no conocía. Vestían bototos negros, pantalones militares y tenían tatuajes en varias partes del cuerpo. Decían que eran neonazis. Mientras estaban ahí consumían cocaína y alcohol escuchando música en español con letras que confirmaban su ideología homofóbica y racista. Aunque no recibía mensajes directos, notaba en sus caras que no era bienvenido. “En realidad, el problema era a quién llevaba. A tipos neonazis, skinheads, y eso complicaba la convivencia. Empezaban, después de ciertas drogas y alcohol, a ponerse más cuáticos y violentos”, cuenta Aranda.

Comenzó a temer que descubrieran que era bisexual. Decidió irse del lugar para sentirse más seguro. La tarde del 5 de junio, avisó por teléfono a Betzabet que iría a buscar las últimas cosas que le quedaban. Lo acompañó una amiga, pero entró solo a la casa.

“La Betzabet me dijo que no me fuera, que me quedara tranquilo, que no iba a pasar nada. Ella sabía que iba a ir y ahí pasó toda esa encerrona”, relata Aranda.

Adentro lo esperaban Betzabet, Priscila y uno de sus amigos, Rodrigo González (29), quienes, sin provocación, lo golpearon con un “diablo” -una herramienta- en la cabeza. Luego siguieron agrediéndolo, lo amarraron y llamaron a más gente para que fueran a la casa a participar de la golpiza.

Rodrigo González fue uno de los invitados a la tortura

Llegaron Ángelo Sánchez -alias “el Gendarme”- y José Rodríguez de la Vega (28), conocido como “El Pepe Nazi” o el “Pepe Navaja”. Durante cinco horas, este grupo torturó de distintas maneras a Aranda, que permaneció amarrado a un poste del patio. Recibió puñetazos y patadas en la cabeza, torso y espalda. También le arrojaron agua, le pusieron una araña en el cuerpo y le dijeron que lo obligarían a masturbarse sobre una sábana para así poder acusarlo de violación. Escucharon música, tomaron cervezas y le sacaron fotos para subirlas a sus redes sociales.

Los hijos de “Betzy” vieron todo. El de 16 años grabó parte del castigo, mientras que la menor, que había estado de cumpleaños el día anterior, se paseaba en medio del horror.

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Al escuchar los gritos de Aranda y darse cuenta de que no volvía, su acompañante salió corriendo para pedir ayuda. En paralelo, los vecinos de la casa okupa hicieron la denuncia a la 21ª Comisaría de Carabineros. Los uniformados no contaban con una orden para entrar a la fuerza, así que esperaron a que abrieran la puerta. Inesperadamente, fue el mismo Aranda quien salió al antejardín para dejarlos ingresar. Al escuchar a la policía, sus agresores habían huido por el patio trasero.

Viendo al joven herido y en shock, Carabineros le preguntó si quería declarar, pero la víctima no estaba en condiciones. Solo pidió que lo llevaran a un hospital. Al final, fue atendido en la Mutual de Seguridad, que quedaba a cuatro cuadras de la casa.

Al día siguiente, Aranda decidió hacer la denuncia a la justicia. Sentía miedo y no quería meterse en más problemas, pero una amiga le dijo que era necesario. La causa fue ingresada recién el 13 de agosto al Sexto Juzgado de Garantía de Santiago. La Brigada de Investigaciones Policiales de la PDI detuvo a los cinco torturadores esa semana.

Priscila Romo fue detenida el viernes 14 de agosto, en la casa de su pareja, en San Miguel. El día del ataque, la mujer subió a internet una fotografía en la que aparece Aranda de espaldas, sin polera, amarrado al poste con un alambre.

Ese mismo día fue ubicado José Rodríguez, en Maipú. Es un hombre calvo, robusto y con varios tatuajes de arañas, cruces celtas, una AK-47 en el cuello y el nombre de su hijo en la cara. En su Facebook cuenta con publicaciones donde se burla de la diversidad de género, del Partido Comunista, de los anarquistas y las feministas. A esa misma red social también subió una selfie tomando cerveza junto al cuerpo torturado de Aranda. Es el único que cuenta con antecedentes en la justicia, por robo con violencia.

Tres días después fue detenido Ángelo Sánchez, en Cerrillos. Después fue el turno de Rodrigo González, en Lo Espejo, quien llevaba poco tiempo de vuelta en la Región Metropolitana, tras haber inaugurado una tienda de ropa en Puerto Montt. Era el más reconocible por los tatuajes que tenía por toda la cara: arañas y calaveras.

Los últimos en caer fueron Betzabet Soto y su hijo, en la misma casa de Estación Central. El 18 de agosto, a las 7 de la mañana, la PDI la encontró durmiendo junto a Bastián Bustos, su pareja, y a la hija de ambos. Al lado, en otra cama, estaba A.I.G.S.

Los seis fueron formalizados por lesiones graves y secuestro, con la agravante de la Ley Zamudio. A todos se les incautaron celulares, tarjetas de memoria, pendrives y computadores para buscar evidencia. Quedaron en prisión preventiva en la Cárcel Santiago 1 y en el Centro Penitenciario Femenino de San Miguel. Por ser menor de edad, A.I.G.S. quedó con arresto domiciliario junto a su padre biológico y a su abuela.

Todos reconocen lo que hicieron, pero niegan que haya habido una razón ideológica o discriminatoria. Dicen que la víctima les había robado un celular y que por eso lo golpearon.

"Pepe Nazi" formaba parte de la Legión 38, un grupo que en 2014 protagonizó el homicidio de un joven punk.

La investigación avanza rápido debido a las publicaciones que algunos de los agresores hicieron en internet ese día. Hasta ahora, se ha establecido que José Rodríguez era parte de Legión 38, un grupo neonazi de Maipú. En 2014, algunos de sus integrantes fueron encontrados culpables del homicidio de un joven punk en Santiago. Dentro de la casa, sin embargo, no se encontró ningún objeto que hiciera apología al nazismo.

Entre los registros dejados en redes sociales, falta el video grabado por A.I.G.S., que fue transmitido en vivo. Se está intentado recuperar el archivo.

Fuentes al interior del Ministerio Público comentan que la sesión de tortura se realizó con premeditación, pues el llamado que Aranda le hizo a Betzabet para avisar que iría a buscar sus cosas les habría dado tiempo para preparar el ataque. Una prueba de aquello sería que Priscila, una de las dueñas de casa, dejó a sus dos hijos al cuidado de sus abuelos para poder “carretear” tranquila. También se está revisando la actuación de Carabineros; si pudieron llegar más rápido y haber atendido de mejor manera la urgencia.

Así era el patio donde Francisco Aranda estuvo amarrado por cinco horas

Betzabet era la única del grupo que conocía a la víctima previamente. Decía ser punk; no tenía una ideología cercana al nazismo. Pero dentro de su círculo se comentaba que solía trabar amistad con tipos violentos.

Al conocer la historia, por internet se viralizaron funas de mujeres que aseguran haber sido violentadas y abusadas por Francisco Aranda. Hay una que asegura haber sido agredida por él estando embarazada. En la justicia no existe ninguna denuncia y él niega todas las acusaciones.

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El castigo recibido por Aranda no solo fue físico, sino también psicológico. Le dijeron repetidamente “maricón” y “hueco”. En un momento, “Pepe Nazi” le aseguró que más tarde lo iban a violar y que le iba a gustar. Perdió la conciencia dos veces durante la tortura. “Al principio pensé que iban a parar en un momento. Le pedí a la Betzy que por favor parara, pero no me pescaba. Se reían, tomaban, jalaban. Llegó un momento en que pensé que me iban a matar. Estaba entregado a que me iba a morir. Todo eso me pasó por la cabeza”, dice Francisco, quien tiene dos costillas rotas, una fractura mandibular y un tajo en la cabeza producto del ataque. Ahora está viviendo en la casa de una persona que lo está ayudando y a la que prefiere no identificar. Asegura que ha recibido amenazas por haber “sapeado”. A sus cercanos también les han enviado mensajes en el mismo tono. La fiscalía ha ofrecido protección mientras dure el proceso judicial.

Aranda sabía que sus agresores tenían una red de protección dispuesta a perseguirlo, pero buscó la ayuda del Movilh y se convenció de hacer la demanda judicial que se concentra en demostrar que sufrió un ataque de odio. “Ando con miedo. El otro día unos amigos se bajaron de un auto para saludarme y me entró pánico”, dice el joven, quien está pensando en irse fuera de Santiago.

El trauma, dice, aún no se olvida.