Nueva York tenía el aspecto de una ciudad fantasmagórica. En sus sueños, él se veía caminando por calles sobrenaturalmente desiertas, en mañanas de domingo congeladas. Sidarta Ribeiro tenía 24 años y había llegado desde Brasil para cursar un doctorado en comportamiento animal en la Universidad Rockefeller. Pero no lograba estudiar. De un momento a otro el inglés y la biología lo abandonaron. Escuchaba a sus compañeros y “era como si hablaran bajo el agua”, recuerda. Peor aún: no conseguía mantenerse despierto. Se dormía en el seminario, roncaba en el sillón del laboratorio. Hasta que cedió al sueño: se entregó a dormir y soñar, dormir y soñar. Durante tres meses durmió hasta 16 horas diarias. Y de pronto, la somnolencia desapareció y él experimentó una metamorfosis cognitiva.

-Lo que me estaba pasando entraba en el campo de la neurosis, el miedo me estaba generando un proceso de hibernación. Durante la vigilia había perdido mis capacidades. El sueño es el lugar de la plasticidad cerebral y durante tres meses me entregué al sueño. Y el rebote fue impresionante: recuperé toda la atención, hice un montón de amigos, incluso hice un hallazgo científico que fue el centro de mi tesis. Todas las cosas que no funcionaban de pronto se armonizaron, con mucha energía positiva, fue la mejor etapa de mi vida -cuenta a través de Zoom.

La experiencia no solo mejoró su desempeño en el doctorado: también lo condujo a estudiar científicamente el fenómeno del sueño. “Empecé a investigar, pero nadie llegaba ni cerca. Recuerdo un libro de Eric Kandel que decía: ‘Sobre los mecanismos que inducen el sueño lo sabemos todo, pero para qué sirve no sabemos nada’. Y me pareció genial, porque yo quería investigar y entender el sueño”.

En una tienda de libros usados consiguió un ejemplar de La interpretación de los sueños, de Freud, y su lectura fue una revelación. Desde los años 60 se sabía que las ratas privadas de sueño presentan dificultades cognitivas, pero los estudios decayeron en las décadas del 70 y 80. Sin embargo, los hallazgos de la neurociencia en los 90 aportaron nueva evidencia en torno al rol esencial del sueño.

“La verdad es que Freud tiene todo que ver en esta relación entre ciencia y conducta. Las conclusiones de Freud se ligan con la neurociencia a través de mecanismos, proteínas, circuitos, partes del cerebro. En ese momento me di cuenta de que este camino merece una vida de investigación”, dice el neurocientífico.

Vicedirector del Instituto del Cerebro de la U. Federal de Río Grande del Norte, en Brasil, Sidarta Ribeiro es también investigador del centro para la Innovación y Difusión en Neuromatemáticas y colabora en la red Ciencia y Educación. Parte de sus estudios en torno al sueño los recoge en El oráculo de la noche, un ambicioso ensayo que busca responder por qué y para qué soñamos.

Desde la biología a la medicina y de la antropología a la sicología, Ribeiro traza un recorrido en la historia del sueño. Su tesis considera el sueño como una respuesta evolutiva, la creación de situaciones virtuales que preparan al ser humano para la vigilia. A su vez, cumple funciones terapéuticas, incide en los mecanismos cognitivos y guarda un vínculo profundo con el deseo y las capacidades creativas.

La ciencia identifica dos grandes fases del sueño, el de ondas lentas y el sueño REM o “movimiento rápido de ojos”. El ciclo REM es de gran actividad cerebral y en ella reverberan recuerdos de gran intensidad, que es el material de los sueños. Esta capacidad de crear historias e imágenes oníricas habría sido esencial en la evolución de la especie, postula el autor.

El neurocientífico brasileño Sidarta Ribeiro.

“El sueño fue nuestro farol hacia el futuro desde el principio de la evolución de los mamíferos hasta muy recientemente. Un simulador de contrafactuales, cómo sería si tal cosa pasara, y eso es algo que dio a los mamíferos una ventaja evolutiva, quizás con la excepción de los mamíferos acuáticos, que no tienen sueño REM, porque duermen con una parte del cerebro”, dice. “Pero si miras a todos los mamíferos, tienen mucho sueño REM. Y en los humanos empieza una novedad, que es narrar el sueño. Cuando el lenguaje permite compartir contenido mental, permite compartir sueños y devaneos, es el momento de reestructuración de memorias y es lo que te impulsa al futuro, y colectivamente al futuro. Y la prueba de que los sueños fueron importantes como herramienta de creación cognitiva es que están presentes en todos los textos antiguos, en los escritos sumerios, en Babilonia, en la Torá. El sueño fue el engranaje cognitivo que nos permitió cambiar el futuro, simulando futuros posibles, permitiendo la creación de modelos del mundo que se van a convertir en magia, religión , filosofía y ciencia”.

Una vía al inconsciente

Desde un punto de vista biológico, dormir cumple numerosas funciones: desde la desintoxicación de proteínas mal formadas en el cerebro, el control hormonal, la síntesis y catálisis de metabolitos, la sintetización de neurotransmisores, la regulación térmica y la separación de las memorias; elimina memorias, consolida otras y mezcla o reestructura recuerdos.

En el sueño REM ocurren aun otros procesos: “Tiene un rol muy importante en la regulación emocional. Cuando cruzamos la barrera del sueño como dream hablamos de un nivel de más alta complejidad, el nivel simbólico. El sueño no es solo una reactivación de memorias, es una reactivación según un deseo”, afirma Ribeiro.

En este sentido, “el sueño es esencial, porque nos permite sumergirnos profundamente en los subterráneos de la conciencia. En este estado experimentamos una amalgama de emociones, algo como una colcha hecha de retazos de emotividad”.

Culturalmente, el nivel simbólico del sueño ocupó un rol central desde el paleolítico. Las civilizaciones antiguas fueron muy sensibles a la actividad onírica y esta se encuentra en el corazón de los grandes relatos mitológicos: en Egipto, Persia, China, India. En la Ilíada de Homero un sueño presagia el destino de Paris, que conducirá a la Guerra de Troya; del mismo modo, la noche anterior a su asesinato, Julio César y su esposa tuvieron inquietantes sueños de muerte.

El sueño se volvió el espacio privilegiado para comunicarse con los muertos y para escuchar la voz de los dioses. Incluso, Santo Tomás de Aquino, el gran aliado de la inducción aristotélica en la Iglesia, le otorgó valor: “Pero todos experimentamos que los sueños tienen algún valor como signos del futuro. Luego no tiene sentido decir que los sueños carecen de toda eficacia para la adivinación”, escribió.

Significativamente, mientras en algunas culturas el sueño mantiene su relevancia, como ocurre con el sueño de las machis, en Occidente perdió legitimidad. Se le asoció a lo ilusorio, a la superstición o incluso a la brujería. Para Descartes, el sueño no era más que un estado de ilusión derivado de las impresiones de la vigilia.

“Con el fin de la Edad Media la ciencia toma el lugar del sueño como farol hacia el futuro”, dice el autor. “El sueño es un farol hacia el futuro que es muy sensible, capta muchas influencias subliminales, pero es muy metafórico, muy indirecto, falla, tiene poca precisión. Cuando comienza la era de la navegación y el comercio, no era aceptable hablar de sueños, sino de técnicas y conocimientos. La ciencia es un farol hacia el futuro que es muy bueno en un sentido, pero no ve más allá de ella. La ciencia nace muy unida al capitalismo y desplaza al sueño como algo irrelevante”.

En este contexto, Freud inició sus estudios de interpretación de los sueños como una vía regia al inconsciente. Pero el método freudiano -recordar sueños, asociar ideas libremente- encontró la resistencia de los círculos médicos. “Sin embargo, a partir de finales del siglo XX, y en oposición al establishment médico, las proposiciones freudianas comenzaron a ser probadas científicamente”, afirma Ribeiro.

El deseo es el motor del sueño, planteaba Freud. Hoy la neurociencia lo respalda.

Así como el científico cognitivo Marvin Minsky reconoció los aportes de Freud a la inteligencia artificial, al considerar el cerebro como un máquina compuesta de diferentes partes, los hallazgos de la neurociencia se encontraron con el psicoanálisis.

Uno de los ejemplos más elocuentes que cita Ribeiro es la supresión consciente de recuerdos no deseados: dos grupos de científicos independientes, liderados por los neurocientíficos estadounidenses John D. Gabrieli y Marie Therese Banich, demostraron que “la supresión deliberada de recuerdos no deseados corresponde a la desactivación del hipotálamo y de la amígdala, regiones cerebrales dedicadas al procesamiento de recuerdos y de emociones, respectivamente”. Este proceso es proporcional a la activación de áreas relacionadas con la intencionalidad. Así, la ciencia encontró el modo en que un recuerdo consciente es hundido en la profundidad del inconsciente.

El pasado y el futuro

El sueño responde a la activación eléctrica de memorias y sus combinaciones, pero no de forma azarosa, sino según nuestros miedos y deseos. “Eso es muy jungiano y freudiano y muy neurobiológico también. Cuando uno tiene el sistema del deseo dañado, no tiene sueños; puede tener actividad REM, pero las personas no tienen experiencias visuales. El sueño depende mucho del funcionamiento integral del sistema de recompensa y punición; Freud estaba en lo correcto: el deseo es el motor del sueño y el sueño refleja deseos. Y contar el sueño, darle bola al sueño es una forma de integrar a la conciencia los deseos”.

Si antiguamente se consideraba a los sueños un oráculo del futuro, en la modernidad fueron leídos como reflejos difusos del pasado. Hoy, dice el científico, se acumulan pruebas en ambos sentidos. “Paso a paso, a través de una sinuosa búsqueda, toma cuerpo una teoría general del sueño y los sueños que concilia pasado y futuro para explicar la función onírica como herramienta crucial de supervivencia en el presente”, señala.

Como sugería Carl Jung, el sueño tendría una función prospectiva: “La anticipación en el inconsciente de conquistas conscientes futuras, algo así como un ejercicio preliminar o bosquejo, o un plan anticipado”. Es decir, “el sueño prepara a la persona que sueña para el día siguiente”, dice Ribeiro.

De este modo, el neurocientífico invita a volver a conectar con la dimensión onírica como una forma de volver a conectar con la interioridad. De allí se puede pasar también a experimentar con otro tipo de sueño, los sueños lúcidos . “El sueño lúcido sucede recurrentemente en la adolescencia. En ellos uno tiene parcial o total control de lo que está pasando. Uno sale de la posición de ser un actor de una película de guion desconocido y pasar a ser el guionista o el director. Puede generar experiencias muy lindas de volar, de visitar ancestros, son la expresión del inmenso baúl de recuerdos de la mente”. Y, acaso, pueden llevar a explorar y desarrollar nuevos niveles de conciencia.

“Hoy estudiamos sueños de niños en la escuela, mostramos que es importante dormir en la escuela, se aprende mejor; estamos estudiando sueños de pacientes sicóticos para ayudar al diagnóstico; hay muchas cosas que se pueden aprender a partir de los sueños”, cuenta. “Y está también el aspecto político: volver a los sueños, reaprender el arte de soñar, para reaprender a soñar con intención de cambio colectivamente”, concluye.