“Nosotros como comunidad sentimos vergüenza”: El lamento de los migrantes venezolanos

Foto: Juan Farías / La Tercera

Esconder el acento, pedir perdón y sentir vergüenza. Estas son algunas de las cosas que los migrantes venezolanos han tenido que hacer luego del asesinato del suboficial Palma, donde cuatro de sus compatriotas son los sospechosos. El giro es total: hace un par de años sentían que este país les daba la bienvenida.


Alfonso Ferrer (31) tenía un sueño. Luego de titularse como periodista en Venezuela, empezó a buscar un espacio en el teatro y la actuación. Por eso, abandonó su natal Maracaibo para buscar oportunidades en la televisión en Caracas. Ahí aprendió que, además de la escasez de alimentos, tampoco había puestos de trabajo en telenovelas. Pero lo que más lo desmotivó no fue eso, sino los asaltos. Dice que le robaron unas 10 veces.

Cuando tenía 15 años, comenta, vivió un intento de secuestro en Maracaibo. Allí también, ya de adulto, le pusieron un cuchillo en el cuello y lo dejaron casi desnudo en la vía pública. En Caracas no mejoró la situación. “Ya me sentía como un imán para los atracos -dice Ferrer-. La inseguridad me tenía chato, como dicen ustedes”. Un día tomó la decisión. Encontró una oferta de pasajes a Chile por 400 dólares. Compró un pasaje de ida y ninguno de vuelta.

A Derwin Reyes (40) le pasó algo peor. Su vida marchaba bien: trabajaba en una empresa familiar de productos deportivos luego de titularse como economista en la Universidad del Zulia, en Maracaibo. Pero un hecho le cambió la vida: “Mi hermano Nelson estaba saliendo con una mujer casada con un pran. O sea, una persona que era un cabecilla, que tiene poder dentro de la cárcel. A pesar de que mi hermano decidió alejarse de ella, él se enteró y mandó un sicario”.

Nelson Reyes fue asesinado por un balazo el 17 de diciembre del 2012. Lo que más lamentó su hermano es que la justicia nunca llegó.

“No pudimos hacer nada. Allá los pranes tienen mucho poder y contactos con la policía. Entonces, me iba a arriesgar a que le hicieran algo a alguien más de mi familia”, lamenta.

Cuando el negocio familiar en que trabajaba empezó a venirse abajo por la falta de demanda, decidió migrar por consejo de sus cercanos.

Derwin Reyes llegó a Chile como turista el 12 de abril de 2018. Su primer trabajo fue en un Subway. Ferrer llegó en diciembre del 2017. Encontró un puesto en una distribuidora de bebidas.

Si bien ambos no estaban ejerciendo un trabajo relacionado a su profesión, se sentían tranquilos: Chile significaba un futuro lejos de los peligros de su país. Lo mismo sintió Wilmarianny Lanza (24), que se vino de Caracas en 2016 con su familia, y que aquí consiguió trabajo como vendedora en el barrio Franklin.

Víctor Higuera, periodista y director de El Vino Tinto, un diario digital dirigido a venezolanos que viven en Chile, cuenta que esos primeros años de convivencia, entre 2016 y 2019, fueron positivos por un factor importante.

“Yo a esa etapa de la inmigración venezolana le digo la primera generación -explica-. Esa se adaptó muy bien, venía motivada para trabajar, sentía que estaba en un sitio mejor. Es una generación que vino muy capacitada, con profesionales de alto calibre, como médicos e ingenieros”.

Con el tiempo se terminaron asentando en trabajos que les permitieron alcanzar un cierto estándar de vida. Reyes encontró trabajo en un Oxxo, que le entregó la posibilidad de ir ascendiendo. En tanto, Ferrer logró emprender. Hoy trabaja como community manager.

Lanza, por su parte, encontró trabajo en una cafetería en una universidad. También se enamoró y tuvo un hijo. Nació en Chile y hoy tiene cuatro años.

“Para mí, Chile fue encontrar un segundo hogar”, asegura.

La tensión

El primer problema fueron los ruidos. Y los barrios de Santiago Centro y Estación Central a los que los migrantes fueron llegando, los primeros en oírlos.

El venezolano, dice Alfonso Ferrer, es una persona mucho más extrovertida. “Acá las fiestas son distintas. Por ejemplo, en Año Nuevo nosotros hacemos una fiesta más grande, todas las familias hacen juegos, actividades. Lo otro es que allá es normal que uno conozca a todos sus vecinos. El chileno es más cerrado. Nosotros no estamos acostumbrados a eso”.

Después vinieron problemas más profundos. El punto de partida, dice el periodista Víctor Higuera, fue la segunda generación de venezolanos que llegó con la pandemia. Una que, explica, tiene diferencias con la primera.

“No quiero generalizar, pero entre ellos empezó a llegar gente que no tiene respeto por nada, que no le interesa el país al que llega. Me he encontrado venezolanos en la calle pidiendo dinero. Les digo: yo te puedo ayudar a encontrar trabajo. Pero me responden que no. Que están bien así, pidiendo dinero”.

Esto tiene razones, explica Carlos Carrasco, vocero de la Asociación Venezolana en Chile.

“La diferencia entre esta ola migratoria que llegó desde el 2019 es que son personas con mayor vulnerabilidad. Pero eso no necesariamente corresponde a que sean o no profesionales, sino que, a diferencia de una persona que se vino a Chile en 2017, son familias que se empobrecieron durante todo este tiempo”.

Higuera siente que fue en esos años, sobre todo pospandemia, en que comenzó a verse un cambio en el tipo de crímenes.

“Mira, me duele decirlo, pero se empezaron a ver delitos que no se veían aquí. Que cuando uno los ve, dice: esto me parece conocido. Como los robos en moto, o motochorros; las extorsiones, los secuestros”.

Víctor Higuera, periodista, llegó a Chile desde Venezuela escapando de la censura. Acá fundó el diario El Vino Tinto, orientado a la comunidad venezolana en el país. Foto: Juan Farias / La Tercera

La masiva migración irregular mientras las fronteras estuvieron cerradas, y la posterior utilización de espacios públicos para acampar, como plazas o playas de parte de venezolanos, causó molestia en los habitantes del norte. Hubo ocasiones en que esa irritación terminó en actos violentos, como cuando en 2021 un grupo de iquiqueños quemó, en medio de una marcha, las carpas y pertenencias de migrantes de ese país. Meses después, en la misma ciudad, cuatro venezolanos fueron grabados mientras golpeaban a un carabinero.

En la prensa y redes sociales, las noticias que mostraban el creciente descontento de los chilenos con esta nueva ola de migrantes sólo fue creciendo. En diciembre del 2022, por ejemplo, se hizo viral un video de un chileno gritando e insultando a un venezolano que pedía dinero en el Metro de Santiago acompañado de una niña.

Parte de esa tensión la vivió en carne propia Derwin Reyes. El 20 de abril del año pasado, mientras atendía en la caja de un minimarket Oxxo en Ñuñoa, un cliente enojado por no poder ingresar a su mascota al local se acercó a reclamarle.

“Ahí él me escuchó el acento. Me empezó a preguntar si es que yo era venezolano. Le dije que eso no iba al caso. Luego, me empezó a golpear. Me gritaba de todo”.

Ferrer, por su parte, también sufrió un ataque xenófobo: en 2018 le preguntó a la chofer de una micro dónde se podía bajar para ir a Quinta Normal. Según Ferrer, ella le respondió: “Todos los extranjeros se hacen los huevones” y luego trató de bajarlo del bus con empujones.

Tanto a Reyes como a Ferrer estos hechos los afectaron, pero tienen una idea en mente: no todos los chilenos son así. Lo mismo quieren exponer de la migración venezolana: han entrado personas que delinquen, pero son una pequeña parte comparada con la fuerza laboral que llegó a trabajar transparentemente.

Esa no es la percepción de Hilda Cáceres, presidenta de la junta de vecinos del barrio Yungay: “Ahora no podemos andar tranquilos por la noche. Está lleno de motochorros. Todo esto lo trajeron los migrantes. En un momento había muchas carpas de venezolanos. Ellos vendían droga también. Por eso, ya deberían cerrarles el paso a Chile”.

Para Carolina Stefoni, académica de la Universidad de Tarapacá, este tipo de visiones son “estereotipos negativos”: “Cuando tú no intervienes en esa población de manera adecuada, sacándolos de las calles, ayudando a que se regularicen y se inserten laboralmente, se producen mayores conflictos con la comunidad de origen -indica-. Todo esto, enmarcado con un discurso público de que traen delincuencia, droga y narcotráfico, como que la migración fuera el peor mal de la sociedad, cuando no es la migración la que genera esas cosas. Aunque, por supuesto, hay mafias que trabajan de forma internacional. Pero hay que separar los fenómenos”.

Alfonso Ferrer entiende ese malestar, porque ha visto el cambio en las calles. Después de cinco años viviendo en Santiago, lo asaltaron. Mientras caminaba hablando por teléfono, dos sujetos en bicicleta le robaron el teléfono. Él los salió persiguiendo. Mientras corría, el acento de uno de ellos le pareció conocido.

“Por las palabras con las que hablaba, me di cuenta de que el que me robó era un venezolano”.

Alfonso Ferrer huyó de Venezuela. Escapaba de la delincuencia que, cuenta, lo tenía aburrido. Pero luego de algunos años viviendo acá, se dio cuenta de que ese mismo fenómeno del que huía, lo terminó cazando de vuelta en su nuevo hogar. Foto: Juan Farias / La Tercera

La vergüenza

La noche del 5 de abril, mientras se acercaba a fiscalizar un vehículo en Santiago Centro, el cabo primero de Carabineros Daniel Palma recibió un tiro en la cabeza. Murió en cosa de segundos.

Cuando Wilmarianny Lanza vio la noticia, lo primero que pensó fue casi una súplica: “Por favor, que no sea venezolano”.

Pero sí lo eran. A las pocas horas se divulgaron las fotografías de dos “sujetos de interés” para la fiscalía. Los sospechosos eran venezolanos que entraron a Chile de forma irregular. En los días siguientes se sumaron dos imputados más: todos de la misma nacionalidad.

Lanza, en ese momento, decidió subir un video a su cuenta de TikTok. En él, se descargó de forma muy dura ante la delincuencia que llegó desde Venezuela. Suplicaba, entre lágrimas, que la gente no los echara al mismo saco a todos, “por dos, o tres, o cinco” delincuentes. Pero lo más duro que dijo fue otra cosa: “Es uno de esos días en que ser venezolano te da vergüenza”.

El video se llenó de comentarios.

“Me decían que nos teníamos que ir todos, buenos o malos. Que vinimos a arruinar el país. También nos ha pasado en el día a día. En el restorán donde mi esposo trabaja como garzón llegaron unos clientes pidiendo que no los atiendan extranjeros”.

Lanza describe esta semana como la más oscura para la comunidad venezolana en Chile. Lo mismo piensa Ferrer: en la página de Instagram que administra, subió una serie de historias lamentando la muerte del carabinero y analizando la relación que existe entre chilenos y venezolanos.

A sus videos llegaron varias respuestas. “No sé si fui la única, pero hoy estaba en la calle y sentía que todo el mundo me miraba. Sentía tanta vergüenza”, confesaba una usuaria.

Carlos Carrasco, vocero de la Asociación Venezolana en Chile, reflexiona sobre el hecho.

“Luego de la lamentable muerte del suboficial Palma, la mayoría de la comunidad migrante tiene un doble temor. Primero, porque puede ser víctima de la delincuencia. Esa misma sensación de inseguridad que sienten los chilenos, también la sentimos”.

Carrasco extiende su argumentación.

“Pero también está el temor de salir a la calle con un clima así de crispado. Hay temor a recibir un ataque xenofóbico. Y, ahora, todos los días estamos con esta sensación de cuidarse en la calle, de tratar de no hablar para que no reconozcan mi acento. Y eso ya lo empezamos a sentir”.

A Derwin Reyes todo lo que ha pasado los últimos meses le afecta. Con su pareja, cuando supieron lo del carabinero, pensaron en abandonar Chile. Pero la idea fue descartada: dice que le gusta el país. Y apunta otra cosa: “Nosotros como comunidad sentimos vergüenza. Estamos de acuerdo con que el gobierno tiene que tener mano dura”.

Alfonso Ferrer sí quiere irse.

“Quiero irme a Países Bajos. Quiero poder sacar mi teléfono en la calle sin tener que estar preocupado de que venga un motochorro”.

Cuando le robaron el celular el otro día, Ferrer cuenta que una chilena lo ayudó subiéndolo a su camioneta para perseguir a los ladrones. Ella le dijo: “Ya estoy chata de esto. Y si te das cuenta son tus propios paisanos”.

Lo que sintió en ese momento le da vueltas hasta hoy.

“Me robó un venezolano que viene a jodernos acá. Yo vengo huyendo de eso. Y más encima esta señora me quiso ayudar, aunque estuviera aburrida de los venezolanos. Me dio vergüenza”.

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