Arturo Vidal choca contra sus pataletas

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En Barcelona no se doblan los demás, escenario con el que el chileno ha convivido toda su vida (baste recordar el episodio de la Copa América, en cuya defensa contó con la mismísima Presidenta). Al menos mientras la pelota y los goles no digan otra cosa. Así que le toca a él doblarse. Aunque tarde, cuando la calentura le deja sin mucha escapatoria.


Arturo Vidal levanta más ruido en las redes que en la cancha. Mucho más. Cuenta el chileno su oscuro paso por Barcelona a golpe, no de pelota, sino de tuit incendiario. En realidad, una práctica habitual del Rey, casi característica, pero que amortiguaba con buenas sesiones de fútbol y un ambiente favorable que le consentía todo: las gracias, los actos de indisciplinas y hasta los delitos. Sin embargo, en su nueva casa, el Rey ni juega, suma enemigos, pierde indiferentes y no tiene aplaudidores al lado que lo cobijen. Y así, los fuegos que provoca casi por vicio, lejos de consumirse, se propagan.

Volvió a ocurrir hoy, cuando contestó su suplencia ante el Valencia (por otra parte ganada a pulso) con un enigmático pero venenoso mensaje ("con los Judas no se pelea, ellos se ahorcan solos"), en el que, al no citar destinatario, agrandaba hasta el infinito el abanico de aludidos. Un pecado de cobardía que no le pega (Vidal era de los de hablar clarito, aunque equivocándose) y que efectivamente multiplicó las consecuencias nocivas. Fueron muchos los que se dieron por ofendidos, dentro y fuera del club azulgrana (técnicos, compañeros, periodistas y aficionados) .

En el propio Barcelona, desde los despachos y desde el camarín, ya le han hecho llegar directamente la molestia que generan sus egoístas salidas de tono públicas. Allí solo se consienten los excesos epistolares de Piqué, ya sean de fútbol o política, de lo que sea, porque el central ejerce de oráculo, casi de presidente, del culerismo y el catalanismo. Pero a Vidal, hoy por hoy un personaje absolutamente secundario en el Camp Nou, no le van a dejar pasar ni una. Tampoco en el periodismo, mucho más susceptible y orgulloso en aquellas tierras, donde ya le han disparado con saña antes, incluso, de poner un pie en suelo hispano (la verdad es que el chileno llegaba con prontuario a cuestas, muy jugoso para las portadas) y donde le aguardan con la recortada apuntándole.

Y Vidal, y en el fondo eso sí que es nuevo, ha tenido que rectificar. O él directamente o el empleado de su agente Felicevich con el que comparte cuenta de Instagram. Ya pasó con su emoticono enojado tras jugar unos minutos ante el Tottenham, priorizando su disgusto personal a la satisfacción por la mejor actuación azulgrana de la temporada. Y por eso a los pocos minutos de su polémico emoji, escribió o le escribieron "excelente triunfo equipo". Obligado desde dentro, en todo caso. Y esta mañana volvió a ocurrir. La rectificación impuesta llegó en forma de borrado de tuit. Y esa rendición tampoco es propia de Vidal, acostumbrado a llevar su soberbia hasta las últimas consecuencias. A no doblarse.

Pero en Barcelona no se doblan los demás, escenario con el que ha convivido toda su vida (baste recordar el episodio de la Copa América, en cuya defensa contó con la mismísima Presidenta). Al menos mientras la pelota y los goles no digan otra cosa. Así que le toca a él doblarse. Aunque tarde, cuando la calentura le deja sin mucha escapatoria. Porque su panorama ahora es mucho peor que el que ya le tenía molesto. Valverde, que aguantó críticas pero le resistió al menos para sacarle unos minutos al día, se ha sentido traicionado por sus quejas. Arthur, el que le ha quitado el puesto, sí ha jugado de maravilla cuando le ha tocado y se ha ganado el clamor popular. Y el propio Vidal se ha encargado de dejar en el ambiente que es más un niñato consentido que un futbolista fabuloso entrado en la decadencia. Mal pinta el asunto. Salvo que lo libere el abrazo de Messi, que es más que Dios en Barcelona y a cuyo lado, ambos sonrientes, se han visto las mejores fotos del chileno estas semanas.

En realidad, por fútbol, a Vidal no le iba tan mal en Barcelona, aunque lejos del protagonismo que ha tenido allá donde estuvo. Pero tras las malas caras y la cadena de pataletas individualistas, por más que luego las suavice, su presente es pésimo. Su reacción, tantas veces reída o consentida (como ocurre con tantos futbolistas chilenos, habituados a los ajustes de cuentas con la crítica y a imponer su voluntad en los clubes), aquí ha tenido forma de condena. Está a tiempo de corregir, si su confusa cabeza le deja, pero Vidal queda ya al borde del precipicio. Aquel mundo no es la Roja.

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