Autonomía progresiva y moderados extremistas

Comisión Derechos Humanos Por identidad de Genero
Marcela Aranda, en el Congreso. FOTO : PABLO OVALLE ISASMENDI/AGENCIAUNO

Llama la atención la escasa deliberación pública sobre un asunto tan importante que no debiese ser, al menos en sus puntos más esenciales, objeto de debates ideológicos. Hoy la autonomía de los padres está en cuestión y eso no parece importarle a nadie, más que a un puñado de personas enceguecidas por ciertas pasiones.


Durante las últimas semanas ha tomado revuelo la discusión sobre la capacidad de los niños de tener grados crecientes de independencia respecto de sus padres en el contexto familiar. Más allá de los fundamentos que uno puede tener en contra, llama la atención cómo las posturas "conservadoras" suelen reducirse a caricaturas. Para ser franco, tampoco ayudan las vocerías que hacen en los medios algunos de sus referentes.

En temas como estos, los diálogos se vuelven conversación de sordos. En general, los conservadores no son capaces de captar la fluidez indispensable y necesaria para abordar estos debates, de modo que sus posiciones sean comprendidas por sus adversarios en un registro que permita el diálogo. Los liberales, por otro lado, tampoco logran situarse por encima de sus axiomas de fe y están dispuestos a renunciar a cualquier debate sensato si eso supone no avanzar hacia una mayor autonomía individual.

En la práctica, sin embargo, sabemos que los niños necesitan de una cierta autoridad pedagógica de sus padres, que se va haciendo obviamente menor en la medida que estos se van desarrollando. También sabemos que, en nombre de la autoridad, se cometen excesos; pero ninguno de ellos debería enceguecernos de que la autoridad en la familia es una cosa relevante.

Lo realmente curioso es que las posturas aparentemente "moderadas" prefieren hacerse a un lado, y dejar estas temáticas, que llevan implícitas discusiones relevantes sobre la convivencia social, a quienes se repliegan hacia posiciones extremas y que ellos mismos descalifican por ello. En el fondo, son tan "reaccionarios" como los conservadores que critican. Si los extremistas son capaces de patalear e insultar a cuantas personas crean que es necesario para hacer ver la crisis moral de Chile ─como ocurrió la semana pasada entre Marcela Aranda y un funcionario de Gobierno─, al mismo tiempo los autodenominados "moderados" renuncian a hacer defensas definidas, razonables, sobre un asunto de tanta importancia para nuestro país.

El problema es que, mientras tanto, la realidad social avanza.

Lo más probable es que el proyecto en cuestión sea próximamente aprobado. Y también es posible que el fin de la historia humana no sobrevenga sobre nosotros como creen algunos. Pero sí llama la atención la escasa deliberación pública sobre un asunto tan importante que no debiese ser, al menos en sus puntos más esenciales, objeto de debates ideológicos. Hoy la autonomía de los padres está en cuestión y eso no parece importarle a nadie, más que a un puñado de personas enceguecidas por ciertas pasiones.

Aquellos que creen que las comunidades ─la familia, la primera de ellas─ juegan un rol relevante en el desarrollo de las personas, no deberían tomar palco en una discusión donde lo que está en juego no es una bandera conservadora, sino precisamente la capacidad de la familia de ser un agente relevante en el desarrollo inicial de los niños.

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