Certezas heredadas

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El plebiscito de 1988 cumple 30 años el 5 de octubre próximo.

De alguna manera, todas las decisiones estuvieron tomadas por mí con antelación. Sencillamente me tocó nacer y crecer en una casa del NO. Y no tengo dudas que si me hubiera tocado crecer en una casa del SI, probablemente hubiera sido tan pinochetista como el vecino.


Ya han pasado un par de semanas desde el 5 de octubre, y mientras más tiempo pasa, más fuerte es la sensación que este aniversario del plebiscito será recordado, en gran medida, por la capacidad infinita que tiene parte de la derecha de frivolizar todo lo que se le cruza por delante. Peña habla de "despolitizar el plebiscito", y hasta el momento es probablemente la mejor cuña que ha aparecido para describir el fenómeno. Pero al mismo tiempo, es difícil pensar en una acción más política que intentar transformar en victoria colectiva la derrota más grande que ha vivido tu sector en 50 años.  En un año más se van a cumplir 20 años del triunfo de Lagos en las  presidenciales y ya nadie se podrá extrañar si Felipe Kast no se ofrece para encabezar las celebraciones.

Lo que en particular me recordó este aniversario, quizás más que otras veces (justamente por esta nuevo libreto de la derecha),  es cómo la dictadura afectó en esos años la gran mayoría de nuestras relaciones a nivel personal con amigos, vecinos, familia, etc. Incluso, por morbo, uno trataba de descifrar la postura política del panadero, porque todo el mundo tenía que ser de un lado o del otro. Y los que no eran de ningún lado, uno sabía que al final eran del otro, porque no existía no tener postura.

La relación que más afectó -en mi caso- la dictadura, fue la con mis papás. Esto, por la infinita admiración con la que crecí sintiendo por ellos por la manera como vivieron esos tiempos. Y en un sentido algo reduccionista el plebiscito fue una buena síntesis de todos esos años. De hecho lo que mejor recuerdo de ese día fue la manera como se despidieron entre ellos. Mi padrastro había estado muy involucrado en toda la campaña del NO y ese día partía temprano al comando. Fue una despedida con muchos sentimientos encontrados. Mezcla de alegría y pena, miedo y esperanza. Por un lado este era el gran día que por fin se lograría algo para lo que se había estado trabajando hace mucho tiempo, porque todo indicaba que el NO ganaba. Pero por otro, había una sensación no menor que por lo mismo podía quedar una gran cagada, y en lo inmediato, estar físicamente en el comando no era el mejor lugar para ese escenario. Esa mezcla de emociones encapsulaban muy bien no solo ese día, sino también todo ese período.

Y mientras uno se acordaba de estas cosas, aparecía en la redes sociales la selfie de Jaime Bellolio en la Moneda. Todos con cara de bautizo "conmemorando" el plebiscito. Lo absurdo de la escena sigue siendo difícil de procesar, aunque en al menos un plano hace mucho sentido. Esa foto nos recuerda que a muchos de mi generación (los que no alcanzamos a votar en el plebiscito pero crecimos con Pinochet) nos sigue definiendo nuestra biografía. Al menos en mi caso es evidente que todo lo que pienso en términos políticos está modelado en lo que me trasmitió mi entorno inmediato, principalmente mis papás. Entonces de alguna manera siento que jamás me tocó tomar individualmente alguna decisión relevante en ese plano. De alguna manera, todas esas decisiones estuvieron tomadas por mí con antelación. Sencillamente me tocó nacer y crecer en una casa del NO. Y no tengo dudas que si me hubiera tocado crecer en una casa del SI, probablemente hubiera sido tan pinochetista como el vecino.

Por lo mismo tiene mucho más valor la decisión de quienes con el tiempo rompieron con su biografía y cuestionaron gran parte de lo que crecieron escuchando como certezas, que la de los que seguimos operando con certezas heredadas.

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