Dorothy, ya no estás en Kansas

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El contralor Jorge Bermúdez y la subcontralora Dorothy Pérez. Foto: Archivo

Sea culpa del jefe, del subordinado, o de ambos, los funcionarios públicos deben entregar una imagen pública acorde con sus funciones, y cuando ello no ocurre, evaluar sinceramente su continuidad.


"Toto, tengo la sensación de que ya no estamos en Kansas", es la frase que le dice Dorothy, la protagonista del Mago de Oz, a su perro Toto, luego de un tornado que la sacó volando de su pueblo en el estado de Kansas. Cuando despiertan, amanecen en el castillo del mago, donde todo había cambiado.

Algo similar debe haber experimentado la Subcontralora Dorothy Pérez, al regresar a la Contraloría el lunes pasado. Piso nuevo, oficina nueva, atribuciones –si es que queda alguna– nuevas. Después de meses de disputa en público y en privado, por los medios y por los tribunales, Dorothy regresaba a una nueva Contraloría, muy distinta a la que la vio partir hace un tiempo.

Igual a la sensación debe haber sentido el Subsecretario Luis Castillo, al regresar de La Moneda, luego de su fallida participación en el lanzamiento de la Ley del Cáncer. Luego de meses fondeado, bloqueado y marginado de la acción pública, quizás se había ilusionado luego de recibir un mail del gabinete del Ministro invitándolo a participar del acto con el Presidente.

Por unas horas, Castillo debió haberse sentido en un lugar ajeno, donde públicamente se reconocería su labor y dedicación estos meses, lejos de las polémicas políticas que lo tenían desterrado. Pero no fue así, al volver ya no estaba en su lugar ideal, sino que en un lugar completamente distinto al que había imaginado.

Más allá de los lugares y de las compasiones, la discusión de fondo tiene que ver con las relaciones que existen entre ciertos actores públicos, con relación de dependencia, que se han visto en la vitrina en los últimos tiempos. Son estas parejas–disparejas, un fenómeno nada nuevo en política, pero que últimamente ha adquirido especial relevancia por la situación en Contraloría y también en Salud, donde se afirma que la situación es insostenible. Por supuesto, nadie puede obligar a un Subsecretario a que se convierta en el mejor amigo del Ministro, o que la Subcontralora sea cómplice del Contralor. Pero lo que uno espera, en autoridades públicas, es un mínimo de decoro y de prudencia a la hora de transmitir sus diferencias a la opinión pública.

El servicio público no es una labor como cualquier otra, sino la suma de relaciones complejas e intrincadas que requieren de voluntades, sacrificios, criterios y sobre todo, de prudencia. Las peleas públicas entre Jefe y subordinado se alejan completamente de ese espíritu y no sólo habla mal de los intervinientes, sino también pone un manto de duda sobre quienes influyeron o aprobaron sus nombramientos.

Cada actor puede tener enormes cualidades para ejercer su labor y sus trayectorias pueden ser muy destacadas. Pero cuando todo eso queda en el olvido y las noticias se centran en filtraciones, rumores y duelos públicos evidentes, la debilidad de los currículum queda en evidencia. Si las instituciones se conocen más por trascendidos que por las acciones que realizan, tenemos un grave problema.

Quien sirve a Chile no solo debe hacerlo de manera comprometida, sino que con un alto sentido de desprendimiento de la labor que realiza. No solo basta con tener la capacidad para aceptar un cargo con dedicación y esmero, sino que también, estar dispuestos a renunciar a él cuando las circunstancias se hacen insostenibles. Sea culpa del jefe, del subordinado, o de ambos, los funcionarios públicos deben entregar una imagen pública acorde con sus funciones, y cuando ello no ocurre, evaluar sinceramente su continuidad.

No siempre estaremos en el lugar que queremos, pero nuestra actitud frente a ello, es muy distinta según la función que desempeñemos.

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