Elogio de la excentricidad

Dance is Power!

Si la genialidad está reservada a un puñado, no necesariamente la excentricidad. Todos aspiramos a expresar nuestra originalidad y, por eso, también todos somos excéntricos en mayor o menor grado. Es clave que así sea.


El valor que damos a la excentricidad dice mucho de lo que somos como sociedad. Remitirla apenas a la extravagante forma de vestirse o a los costosos caprichos de alguna celebridad es rebajarla a la irrelevancia. Mirarla con la sospecha que pesa sobre lo distinto, una muestra de mediocridad. Ocurre que la excentricidad, correlato de la individualidad, es digna del mayor elogio.

Su nombre ya lo indica: el excéntrico prefiere los bordes a un centro hecho de moldes. La originalidad es su marca. La uniformidad social su pesadilla. El excéntrico no reniega necesariamente de lo establecido, pero está en su naturaleza ponerlo en duda. A la comodidad de certezas mecánicas, opone ideas propias "fuera de la caja", aunque ello suponga riesgos y errores. Lo suyo es pensamiento crítico y experimentación que disputa el status quo y no una contestataria pose a la moda que solo sería un molde más. Por eso, el excéntrico es, en último término, un gran innovador.

Es mucho lo que debemos al excéntrico. Mill decía que sin su genio "la vida sería una laguna estancada" y que el mayor peligro para la sociedad es que haya pocas personas que decidan ser excéntricas. Cuánta razón. Y es que toda gran idea que hoy damos por buena, todo avance significativo en los más diversos planos, surgió de algún excéntrico que desafió lo supuestamente zanjado. Es difícil exagerar lo monótona que sería la vida sin los debates que el excéntrico introduce. O lo pobre y deprimida que resultaría sin sus progresos científicos, sus vanguardias artísticas o sus innovadores emprendimientos.

La excentricidad no solo es valiosa por las nuevas aproximaciones y paradigmas que genera. También por dar renovada luz a lo existente. Por imprimir movimiento y sacar de su letargo a las creencias arraigadas, obligándolas a dar sus mejores razones para mantenerse vigentes. Es lo que evita que el valor de la tradición no sea más que antigüedad transformada en mecanicismo desprovisto de vigor. Así, la excentricidad de algunos es el catalizador de la vitalidad intelectual del resto. No es poco.

Si la genialidad está reservada a un puñado, no necesariamente la excentricidad. Todos aspiramos a expresar nuestra originalidad y, por eso, también todos somos excéntricos en mayor o menor grado. Es clave que así sea. Nuestros proyectos de vida, nuestros amigos, nuestros gustos y secretos, son expresiones de una individualidad que es antídoto contra la monotonía y el aburrimiento. Individualidad que evita ser un número más dentro de un clonado rebaño y que posibilita la complementariedad social anclada en la diferencia.

Siendo la excentricidad deseable, cada cual sabrá decidir a cuánto de ella aspirar. Pero para que esta aflore es fundamental un ambiente de libertad que no coarte la individualidad. Requiere, además, que la sociedad valore la excentricidad y la diversidad resultante en lugar de inhibirla. Lamentablemente, demasiadas veces miramos al excéntrico con el recelo que pesa sobre el que se sale del molde. Como si la originalidad fuera pecado en lugar de elogiable virtud.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.