Je Suis Capitalista

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Este es quizás uno de los mayores triunfos del neoliberalismo en Chile y una de las razones de por qué es culturalmente tan efectivo como herramienta de poder: logra neutralizar no solo la capacidad crítica de los que son (o debieran ser) escépticos del proceso capitalista, sino que también la agudeza de sus adherentes.


Christopher Hitchens solía utilizar la frase del físico (Premio Nobel) estadounidense Steven Weinberg: "Con o sin religión, habrá gente buena haciendo cosas buenas y gente mala haciendo cosas malas. Pero para que la gente buena haga cosas malas, hace falta religión". Una posible adaptación de esta cita aplicada a la discusión sobre políticas públicas podría ser: "Con o sin ideología, habrá gente inteligente diciendo cosas inteligentes y gente tonta diciendo tonteras. Pero para que gente inteligente diga tonteras, hace falta ideología".

Para visualizar esta dinámica basta detenernos en la reacción que ha provocado en algunos destacados comentaristas las distintas propuestas de aumentar la participación pública -o sea "más estado"- sobre ciertas áreas de la economía como las pensiones, las sanitarias, o incluso el mercado inmobiliario. Todos temas ciertamente debatibles, en que probablemente hay buenos argumentos a favor y en contra. Pero hay un grupo más militante que decide ir un poco más allá y describe estas posibles medidas taxativamente como de "ultra izquierda", "anti-empresariales", "nostálgicas de un proyecto fracasado", etc.

Lo llamativo es que si a estos mismos acérrimos defensores del capitalismo criollo, uno les pide que nombren algún país que para ellos sería un ejemplo óptimo de libre mercado, te nombran (y esto me ha pasado varias veces) países como Singapur. Y claro, Singapur, que hasta hace pocas décadas era un país relativamente pobre, hoy no solo es de los más ricos del planeta, sino que además lidera todos los rankings de "libertad económica". La paradoja es que en este ícono capitalista –y esto está en Wikipedia, o sea tampoco es ciencia oculta- las personas, por ejemplo, no eligen donde poner sus cotizaciones o la de sus empleadores (que en los 80, combinadas, llegaron a ser equivalentes al 50% del sueldo), sino que están "obligadas" a ponerlas en un ente estatal, el que no solo se encarga de entregar pensiones (con un retorno asegurado), sino que además cubre programas de vivienda y salud.

Pero la paradoja no se detiene ahí, ya que en esta meca de la libertad económica que es Singapur, los fondos soberanos (administrados también por "entes" estatales), no se limitan a estar invertidos en el exterior (con rentabilidades paupérrimas como ocurre acá), sino que participan activamente de la economía interna invirtiendo en sectores estratégicos como telecomunicaciones, aerolíneas o bienes raíces. De esta manera el estado además mantiene control del principal activo nacional: su puerto (el segundo más grande del mundo). Porque por alguna razón en este paraíso "pro mercado" a los que diseñaban el modelo económico jamás se le ocurrió privatizarlo (quizás ya que gracias a sus rentas pudieron financiar gran parte del programa industrial inicial). Ya, pero por lo menos allá a nadie se le ocurriría regular los precios de los arriendos, dirán ustedes. Y claro, si el 80% de las personas vive en viviendas construidas por el estado, regular precios de arriendos quizás no sea un tema urgente. ¿Las sanitarias? Sí, también son públicas.

En fin, pareciera ser que en Singapur aplicaron la que al final puede ser la posición ideológica más sofisticada: el pragmatismo. De lejos al menos, da la impresión que no fetichizan ni lo público ni lo privado, su fetiche es lo que funciona (poco antes de que empezara nuestro "milagro económico", Singapur y Chile tenían un ingreso per capita similar. Hoy Singapur triplica al chileno).

Pero para qué gastar tiempo en conocer y tratar de entender economías más sofisticadas si acá tuvimos nuestra propia "modernización capitalista", designada como tal por nuestro intellectualis máximus, que insistentemente nos recuerda que los que critican las (evidentes) falencias del proceso chileno, lo hacen porque en el fondo no entienden que no hay nada más moderno -y de paso liberador-, que poder endeudarse e ir al mall los domingos.

Y este es quizás uno de los mayores triunfos del neoliberalismo en Chile y una de las razones de por qué es culturalmente tan efectivo como herramienta de poder: logra neutralizar no solo la capacidad crítica de los que son (o debieran ser) escépticos del proceso capitalista, sino que también la agudeza de sus adherentes.

Uno de los principales síntomas de esta dinámica es justamente el hecho de que en Chile "neoliberalismo" y "capitalismo" pasaron a ser sinónimos, cuando en realidad no lo son. Porque es cierto que el neoliberalismo es una versión más del capitalismo, pero es sólo una de muchas, que además -de a poco nos estamos enterando- es de las más ineficientes. De hecho es raro que no provoque más ruido en Chile el dato que si uno hace la suma de todos los países que han logrado salir del subdesarrollo aplicando políticas neoliberales, el resultado es: CERO.

Uno esperaría que solo este último antecedente generara alguna fisura en la fe de nuestros capitalistas furiosos. Pero si uno lo comenta, la reacción es similar a acercarse a uno de esos evangélicos que gritan en la Plaza de Armas para decirle: "disculpe, ¿sabía usted que toda la evidencia indica que sus creencias están fundadas en pura superstición?". Lo problemático es que ese personaje que grita en la plaza al parecer no dista tanto de muchos de nuestros comentaristas y líderes de opinión.

En fin, puede que traspasar la administración de las pensiones al estado sea la peor decisión imaginable, que el país se arruine a los cinco minutos de implementada la ley, y que nos tengamos que ir a vivir a Miami (la experiencia internacional indicaría que este no debiera ser el caso). Pero en cualquier escenario, no parece muy sensato o productivo seguir describiendo este tipo de medidas como de "izquierda" o "anti-empresariales", y menos postular (a menos que seguir demostrando ignorancia no sea un problema) que en sí mismas estas políticas van en contra de la pureza del capitalismo.

Evidentemente hay mucha gente muy preocupada que cree que la principal amenaza al capitalismo en Chile es el Frente Amplio, o "el ente" que se viene, pero todo indica que la mayor amenaza para el capitalismo (en su versión más sofisticada) en realidad no son otros que los que dicen defenderlo, entre otras razones porque da la impresión que nunca lo terminaron de entender.

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