José Antonio Kast, ¿en la senda de Bolsonaro?

kast
José Antonio Kast, exdiputado y excandidato presidencial. Foto: Mario Téllez/Archivo

José Antonio Kast no ha creado la sociedad en la que vivimos, pero ha aprendido a escudriñarla y ha logrado instalar su discurso frontal en el debate público, convirtiendo el descontento existente en factor de polarización. Ha sabido leer el hastío y llevar sus respuestas extremas al tapete, revistiéndolas de sentido común.


El pasado domingo fueron las elecciones en primera vuelta de Brasil. Como resultado de ellas, Jair Bolsonaro aparece como el mejor aspectado para llegar a la presidencia de ese país.

Si alguien hubiera dicho, hace solo algunos años, con un Lula triunfante tras dos períodos y una Dilma llegando al poder, que algo así sería posible, probablemente se le habría desestimado totalmente. Pero la dinámica política y social es tan cambiante (líquida, según la moda) que lo que hasta hace poco parecía surrealista hoy es realidad y las cosas están como están: Bolsonaro obtuvo más del 46% de los votos (obligatorio en Brasil) y hoy asoma como el más probable candidato a presidir la mayor potencia de nuestra región, ante un mundo asombrado de este nuevo escalón que parece conquistar la extrema derecha populista.

La pregunta que cae de cajón, entonces, es si en Chile puede pasar algo similar. Si un Bolsonaro local es posible. Hay quienes dicen que algo así no ocurriría en Chile, que de alguna manera somos un país inmune al populismo, y que la corrupción no ha alcanzado, ni de cerca, esos niveles. También estamos quienes creemos que, matices más o menos, el surgimiento del Bolsonaro chileno, sí es posible. Desde luego, el candidato más obvio a cumplir ese papel José Antonio Kast, quien, junto con ensalzar al candidato brasilero ya viene jugando hace tiempo ese rol, y no con pocos réditos.

La reflexión anterior no viene de mirar datos de evaluación de imagen de personeros políticos o de intención de voto. Más bien son, precisamente, otros datos de encuestas, los que nos dan una idea de lo que está pasando en Chile.

Hace pocos días se cumplieron 30 años desde el triunfo del NO, un plebiscito determinante en la recuperación de la democracia. Ese hecho es rescatado hoy, por una gran mayoría de las personas, como una importantísima gesta del pasado: muy pocos discuten, 30 años después, lo necesario que era recuperar la democracia. Esa gesta, sin embargo, no guarda relación alguna con la adhesión a la democracia que hoy tenemos. Es más: 3 de cada 10 chilenos y chilenas estaría en disposición de avalar una dictadura si representara ventajas en algunos sentidos específicos (beneficios económicos, orden, entre otros). Por cierto, frente a la pregunta de cómo se han visto afectados desde el regreso a la democracia diversos grupos, la respuesta mayoritaria es que la democracia ha beneficiado a los políticos (72%) y a los ricos (62%) y, en cambio, ha perjudicado a la clase media (56%).

En otras palabras: tenemos hoy una ciudadanía profundamente disconforme con su democracia (un 72% de encuestados opina que la democracia enfrenta problemas y un 18% dice que definitivamente no vivimos una democracia), desconfiada de las élites políticas y dispuesta a adherir a nuevas respuestas o nuevas miradas. Esto no es otra cosa que caldo de cultivo para los populismos.

José Antonio Kast no ha creado la sociedad en la que vivimos, pero ha aprendido a escudriñarla y ha logrado instalar su discurso frontal en el debate público, convirtiendo el descontento existente en factor de polarización. Ha sabido leer el hastío y llevar sus respuestas extremas al tapete, revistiéndolas de sentido común.

La emergencia de Kast no nos habla de Kast, tal como el surgimiento de Bolsonaro no habla de Bolsonaro, sino de la sociedad en la que se inserta su liderazgo. Cada vez que se desmerece la adhesión a Kast como un sinsentido, cada vez que se vapulea como "fachos pobres" a quienes le siguen, la derecha social, democrática, y por cierto la centroizquierda, pierden terreno y oportunidad de abordar seriamente lo que hay tras la emergencia de estos liderazgos.

La falta de respuestas que canalicen y se hagan cargo del descontento ciudadano, de la impugnación que la ciudadanía hace a la elite política, social y económica por ser los principales beneficiarios de la democracia que ellos mismos gestionan, genera un desconcierto que es tierra fértil para populismos ideologizados. Populismos potenciales de diverso signo, en los que el enojo con el actual estado de cosas es germen para proponer "nuevos modos" de hacer las cosas. Modos políticamente incorrectos, pero transparentes, no impostados y con apariencia de efectividad.

En ese contexto, más vale estar atentos, pues el Estado de Derecho puede empezar a crujir.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.