José Zalaquett, un idealista sin ilusiones

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En la última conversación, cuando ya le costaba mucho trabajo hilvanar las palabras, nos alcanzó a decir: “Hay tres cosas que nunca van a dejar de tener valor: los niños, que son la reencarnación constante de la esperanza de renovación; la naturaleza, que es lo que hay; y el arte, que es lo mejor de lo que el ser humano, en todas sus manifestaciones, ha podido realizar..."


El reconocimiento a su figura ha sido tan apabullante y unánime que daremos por sabida su leyenda en materia de Derechos Humanos, desde los inicios de la dictadura hasta la Comisión Interamericana, pasando por Amnistía Internacional y el Informe Rettig. Lo mismo con su trayectoria académica en la Universidad de Chile, sus doctorados Honoris Causa, sus premios e incluso su estampa como crítico de arte. Las siguientes son algunas notas que podrían serle de interés a quienes quieran dar un paso más allá del currículum vitae, que provienen de mi experiencia como entrevistador de periodicidad quincenal, entre 2015 y 2016.

A diferencia de muchos, que con un octavo de esos méritos se sientan a esperar reconocimientos, si es que no están dedicados derechamente a trepar, el Pepe que yo conocí le había guapeado a tres cáncer y comenzaba a hacerlo con un incipiente y agresivo parkinson con el único objeto de seguir viviendo. Seguramente sentía, igual que el título de una de sus películas favoritas, lujuria por la vida. En la primera conversación nos habló con entusiasmo adolescente sobre su proyecto de clases MOOC –Massive, Open, Online Courses–, que le permitiría seguir difundiendo los Derechos Humanos aunque su movilidad se viera reducida: "Ya tenemos más de diez mil estudiantes, de 133 países distintos".

En esa primera conversación se encontró con una alumna y discípula, Constanza Toro, que le propuso ir acompañada de un ex alumno de hace quince años, a quien no recordaba. No solo no hizo diferencias entre nosotros, haciéndonos sentir amigos muy pronto, sino que fue infinitamente generoso con su conocimiento y su memoria, llegando pronto a honduras –su juicio sobre el vicario Precht, su hermano que falleció de SIDA y su detención en Cuatro Álamos por nombrar solo tres– para las que no permitió nunca apagar la grabadora. "Para que una publicación como esta valga la pena, hay que contar la firme". Esa era su convicción y sabemos lo porfiado que era con ellas.

En la última conversación, cuando ya le costaba mucho trabajo hilvanar las palabras, nos alcanzó a decir: "Hay tres cosas que nunca van a dejar de tener valor: los niños, que son la reencarnación constante de la esperanza de renovación; la naturaleza, que es lo que hay; y el arte, que es lo mejor de lo que el ser humano, en todas sus manifestaciones, ha podido realizar, y perdura pese a las mezquindades y maldades de este mundo".

La última vez que fuimos a verlo, hace pocos meses, Pepe ya estaba en cama y prácticamente inmóvil, pero comprobamos que nos había regalado una convicción íntima. Su compañera de vida Dianora nos contó que le mostraba fotos de mi hijo Aníbal, que nació entre el lanzamiento del libro y esa visita y hasta unas horas antes intentó que pudiera ir con él. En televisión prefería los documentales de animales a cualquier discusión política, y si pudimos apagarla fue porque le llevamos un catálogo con las obras de Paul Klee, su pintor favorito. Solo podía mover, con mucha dificultad, el dedo índice derecho. Íbamos pasando las páginas frente a sus ojos. Si conocía el cuadro, dejaba el dedo tal cual. Si no lo conocía, debía levantarlo. No olvidaré la alegría en su mirada cuando eso pasaba. "Encuentro que si uno no es curioso, está muerto", nos había dicho algunos años antes.

* Patricio Hidalgo Gorostegui es abogado y escritor. En 2017 publicó, junto a Constanza Toro, "Idealista sin ilusiones. Conversaciones con José Zalaquett".

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