La guerra de Piñera

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El Presidente Piñera, junto al ministro del Interior, Andrés Chadwick, y el general Soto, el viernes en la cuarta ronda policial.

Basta con mirar a nuestros vecinos de la región y encontraremos una serie de ejemplos sobre guerras que han resultado catastróficas.


Desde que volvió al poder, el Presidente del segundo país más seguro del continente, no ha parado de anunciar guerras. Contra la delincuencia, las drogas, los portonazos, y ahora, hasta contra los rayados y las incivilidades. Si bien gran parte de estos llamados llegan a sonar ridículos, han ido acompañados de anuncios y estrategias concretas que sí nos deberían preocupar. La electoralmente efectiva "mano dura" está hoy acompañada de articulaciones ciegamente represivas, el castigo penal como corrector de conductas y políticas que al final del día, por medio incluso de la vulneración de derechos y garantías, terminarán por generar más violencia y, en consecuencia, un Chile menos seguro.

Basta con mirar a nuestros vecinos de la región y encontraremos una serie de ejemplos sobre guerras que han resultado catastróficas. México inició su propia guerra como forma de terminar con el narcotráfico. No solo fracasó, sino que hoy más de 200 mil personas han muerto. Solo el 2017, una persona fue asesinada cada 20 minutos. Brasil ha sido también testigo de la guerra que llevó militares a las favelas y donde cada vez que los militares se fueron, aumentaron los delitos violentos en las áreas intervenidas. Ya que nuestros niveles de seguridad son incomparables con los de nuestros vecinos, buscamos parecernos en los errores.

El jueves 12 de julio, en el lanzamiento del proyecto de ley que busca corregir conductas antisociales por medio de más castigo, el Presidente abusó nuevamente de la retórica. Incluso, y para graficar cómo esta motiva sus acciones en seguridad, recordó que los operativos y redadas que ha liderado, han logrado detener más de "17 mil sospechosos". Grave en lo discursivo, ya que la detención por sospecha fue derogada en 1998. Si bien una fracción menor de estos detenidos lo fue en flagrancia o por tener una orden pendiente, hablar de "sospechosos" grafica una motivación peligrosa. Esta ayuda a explicar por qué estas redadas han sido principalmente mediáticas y han sido en comunas donde viven los que menos tienen. Para estos operativos no hay metas ni indicadores de impacto. Solo indicadores de gestión policial, o sea, números de detenidos. Y como el gobierno se ha negado a dar a conocer los indicadores de éxito y los resultados, solo podemos apoyarnos en la evidencia internacional para argumentar que estas acciones terminan por generar más violencia e incluso violaciones a los derechos humanos.

Otra medida operativa de esta guerra, es la propuesta de bajar la edad de responsabilidad penal adolescente. Argentina, Perú, Brasil y Uruguay lo han intentado, pero afortunadamente no lo han logrado. México sí. Lo que esto consigue, es generar una asociación tremendamente eficiente para la delincuencia. Ingresar un niño al sistema penal, es principalmente ingresarlo a un ciclo delictivo por 30 o 40 años. Nuevos eslabones débiles que como mano de obra barata se transformarán en los soldados desechables del narcotráfico. Para qué hablar de la guerra contra las drogas. Seguir pensando que el miedo y el castigo evitarán el consumo de drogas y que la lucha frontal exterminará el narcotráfico, es de lleno ignorar toda la evidencia que desde 1920 viene emanando desde este continente y que, gracias a negarla, hoy nos ubicamos como el principal consumidor de drogas de la región. Medidas como acortar las luces rojas de los semáforos no merecen mucho análisis, pero sí vale la pena mencionarlas para no dejar de lado la cara populista de estas guerras. Si no hay problemas, los inventamos.

Pero la delincuencia se puede reducir. Los problemas sociales requieren de políticas sociales y culturales. Podemos seguir avanzando en lograr mayor igualdad, educación y oportunidades. La prevención, especialmente en niños y familias, ha demostrado en una serie de países reducciones sustantivas en violencia juvenil y arrestos. El trabajo con jóvenes y comunidades ha restaurado en muchos casos la paz social. Pero para eso, debemos terminar con las guerras y entender la paz, la prevención, la inclusión y el desarrollo como las únicas herramientas efectivas. Ya no estamos en campaña, es hora de ponerse a trabajar en serio.

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