La pomada de David Lynch

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El cineasta ha vuelto cool la meditación, pero sus charlas parecen un infomercial. Promueve una técnica patentada e impartida por una cuestionada organización.


"El sufrimiento se detiene". Es una de las tantas bondades de la meditación trascendental que describe David Lynch en un evento días atrás en el Teatro Italia de Providencia. Eso sí, no es en vivo. Habla por streaming desde su casa en California. La meditación trascendental es una técnica de relajación —patentada en los años 50 por el gurú indio Maharishi Mahesh Yogi— que consiste en sentarse a repetir mentalmente un mantra por 20 minutos dos veces al día. El público, que ve al director en una pantalla grande, le aplaude cada idea. También le hace preguntas. Alfredo Lewin modera. La dinámica funciona. Los pixeles no son un un mal sucedáneo. Tal vez sea éste el futuro de las charlas. Otros sintonizan online. Es decir, ven el streaming del streaming.

Organizado por el centro de innovación IF, en el evento hay complacencia con lo que divulga el director. Nadie parece consciente de la desconfianza y las críticas que varios artículos, libros o un documental han expresado sobre la meditación trascendental.

Lynch viene desde 2005 en esta cruzada, que lo ha convertido en el rostro más visible de la meditación trascendental, en el responsable de su renacer. Creó una fundación para enseñarla a chicos de escuelas públicas y otros grupos vulnerables con la que es exitoso recaudando fondos. A sus eventos van Paul McCartney, Jerry Seinfeld, Katy Perry y otras celebridades que practican y alaban esta práctica.

Aunque sus virtudes se exageran, sí es cierto que como técnica es fácil y gratificante. Es en lo que rodea a la meditación trascendental donde las aguas se enturbian. Y al director de Terciopelo azul y Twin Peaks no debiera extrañarle que se indague en el lado oscuro de las cosas.

Lo primero es lo de ser una técnica patentada. Únicamente se enseña en las sedes repartidas por el mundo de esta organización, la misma que fundó el Maharishi, fallecido en 2008. La técnica sólo se aprende pagando el costoso curso presencial. Tiene que enseñarse en persona, te dicen. No la puede enseñar alguien que no sean ellos. Tampoco pueden publicarse libros que la describan; los que hay son de ellos y son instrumentos de marketing para vender los cursos. Y a los que suben videos o posteos contando de qué se trata les les piden bajar el contenido.

Patentarla podrá ser perfectamente legal, pero extraño. No se hace en el mindfulness, el vipassana o la meditación budista. Y no es verdad que no pueda aprenderse sino es de manera presencial. Lo digo habiendo hecho el curso en Santiago. No es aprender violín. Es sencillo y lo fundamental se aprende en minutos. En el curso te hacen firmar que no le enseñarás a nadie esta técnica. No es una movida muy espiritual.

El precio es otro tema. La gente se pregunta, con razón, por qué es tan caro el curso (en Santiago cuesta cerca de 300 mil pesos, dura cuatro sesiones cortas). Lo que sostiene este sistema, en parte, es la mitología que rodea a los mantras. Un mantra es una palabra derivada del sanscrito que se usa, en este caso, para inducir un estado de calma. Aquí te lo entrega un profesor de terno y corbata diciéndote que es especial para ti, que él está entrenado para darte uno y que debes mantenerlo en secreto. Venden mantras, puede decirse. Pero ese secretismo, como otros aspectos, tiene lógica sólo en lo comercial. Da lo mismo qué sonido mental se use para meditar. Da lo mismo el idioma. No tiene un valor en sí. "Olvidé mi mantra", decía Jeff Goldblum preocupado en Annie Hall. Woody Allen se estaba riendo de esto.

Meditar con mantra es propio de muchas tradiciones espirituales. Está lleno de variantes y algunas son idénticas a la meditación trascendental. Pero sucede que no se les ha ocurrido patentar nada ni tienen embajadores como Oprah Winfrey o Moby.

Más dudosa es la historia de la organización y su dinámica interna. En el documental David Wants to Fly se desenmascara. Se ve a sus autoridades intimidando a sus críticos. Se cuenta cómo el Maharishi levantó un multimillonario imperio sin haber inventado nada nuevo. Aparecen ex-miembros hablando de que la organización es un culto. También profesores pagando cifras exorbitantes para ascender dentro de organización. Y alumnos siendo persuadidos para estudiar un curso más avanzado que el normal, uno que te enseña a levitar. Quedan como una mezcla entre Osho, la cienciología y El Secreto.

En los últimos años el movimiento de la meditación trascendental se ha sacudido de parte de eso. Ya no hay un gurú como el Maharishi. Repiten que esta es sólo una técnica, respaldada por la ciencia. Lynch es su nuevo rostro, una figura que inspira respeto, confianza, que sirve para atraer a otros famosos y público general.

Pero todavía hay mucho de vender la pomada. De promover un remedio que es producido exclusivamente por un laboratorio, haciéndole un marketing excesivo. Lynch dice en su videoconferencia que esta técnica no es contemplación, no es mindfulness, ni nada así. Que la meditación trascendental "verdaderamente" funciona (usa varias veces ese adverbio: verdaderamente). La implicancia es que otras no. Es un discurso de convencidos, casi religioso. De que este camino es el camino.

Termina su charla con esta idea: crear grandes grupos de meditadores (trascendentales, obvio) que bombeen felicidad al resto de la población. Habla literalmente de ondas mentales que viajan grandes distancias. Habla de poder infinito, de conciencia colectiva. "El cielo en la Tierra es totalmente posible", dice.

Lo ovacionan en Santiago, al otro lado de su pantalla.

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