Lavín, el progresista

Joaquín Lavín
Joaquín Lavín

Mientras el mundo de centroizquierda hace silencio admirado, entendiendo la profundidad y el posible impacto de su movimiento, parecen ir quedando en la bodega sombría los otros Lavines coleccionables que nos ha ido regalando la historia.


En medio de la polémica generada por la decisión del alcalde de Las Condes de emplazar viviendas sociales en la rotonda Atenas y las protestas de los vecinos, que ven con horror cómo un "bolsón" de pobres puede venir a desmejorar el barrio y bajar su plusvalía, el progresismo ha tenido que poner el foco en Joaquín Lavín y reconocer su impulso de corte social.

Las redes sociales se debaten entre las felicitaciones al edil y la defensa ardiente de los vecinos que –proclaman– no están siendo clasistas sino algo diferente (aunque desde fuera se ve muy igual). Los memes que lo empatan con Allende corren y los más osados dicen que la lucha de clases hoy se libra en Las Condes.

Hay que reconocer a Lavín la valentía de forzar decisiones en su comuna, incluso las incómodas. Su temple a la hora de poner el acento en políticas que buscan mejorar la convivencia y democratizar la ciudad. Una determinación que no solo se ve en el impulso "jaduista" que está dando a Las Condes, sino también en decisiones como erradicar el acoso callejero, multas de por medio.

Están quienes creen que es populismo puro y duro, pero es un error. Populismo fueron las piscinas del Mapocho en Santiago, el bombardeo a las nubes, los botones de pánico en el paseo Ahumada. Populismo era proclamarse apolítico a la sombra de la UDI. Hoy, Lavín representa algo menos trivial y más valioso que esas iluminaciones de un día. Ha dejado de lado lo políticamente correcto y parece dispuesto a perder algunos votos en el área chica – la comuna – con tal de consolidar su nuevo perfil transversal que, dado el caso, podría granjearle dividendos importantes en el área grande (aun si no sabemos qué tan grande es en sus proyecciones). Lavín está dispuesto a ir al conflicto – respetuoso, dialogante, casi complaciente – con tal de hacer de su feudo comunal una carta de presentación nacional que dice "yo entendí".

Porque Lavín entendió. Entendió que, con una ciudadanía hastiada de unos y de otros, cansada de consignas y exigente de actos, no valen más las bengalas. Que hay que implicarse en cambios relevantes si se quiere atraer la atención de la enorme mayoría abúlica y políticamente dispersa. Entendió que el negocio no es la minoría que vota, sino los millones que no lo hacen y que están dispuestos a ir por quien les muestre un liderazgo que escucha y que hace lo que es de mínimo sentido común hacer en un país desigual.

En un momento en el que las mujeres marchan en las calles y se toman las universidades para exigir respeto, él marcha con ellas desde su comuna. En un momento en el que la desigualdad y la incomunicación entre estratos sociales es una espina en la democracia, él invita un block de pobres a Las Condes.

En un momento en el que la clase política parece perpleja, y cuesta distinguir en las filas tradicionales los liderazgos que vendrán, Lavín, reinventándose, vuelve a encarnar al "nuevo político". Dos décadas después de su primera embestida, ha encontrado otra veta para su liderazgo. Cuesta creer que sea ambición pura y simple la que lo lleve a comprender la magnitud del cambio de época y adecuarse a ella: hay un tipo de político persistente que no aparece en los manuales de liderazgo ni en las taxonomías de Max Weber.

Un liderazgo que se nutre con la intuición y el buen desempeño, pero que sobre todo se asila en nuestra capacidad de amnesia.

Porque mientras el mundo de centroizquierda hace silencio admirado, entendiendo la profundidad y el posible impacto de su movimiento, parecen ir quedando en la bodega sombría los otros Lavines coleccionables que nos ha ido regalando la historia. Porque el Lavín de la Rotonda Atenas es la contracara del de Chacarillas, que juró lealtad al dictador que dejaría un 40% de pobres en Chile al irse. Porque el Lavín feminista es la contracara del que hace mucho aclaró que, de ser presidente "conmigo no va a haber aborto, ni matrimonio homosexual." Porque el Lavín transparente que se opone a las malas prácticas es el acusado por su yerno de pedirle facturas falsas para escamotear la ley electoral.

Así, medidas más, recuerdos menos, el alcalde goza los beneficios de un nuevo rostro, mientras su faceta más conservadora puede sonreír tranquila, protegida bajo las barbas de un set de políticas progresistas.

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