Lenguas de víboras

Close Up Of Microphones Against Crowd
Microphones in focus against blurred background

Antiguamente el peso del delito de divulgar embustes era grave. Un poeta español del siglo XVII, don Francisco de Quevedo, cayó en la cárcel por mal hablado. Hoy, sin embargo, es casi imposible condenar a alguien por difamación, ya que es difícil probar a ciencia cierta las infamias dichas bajo cuerda.


Pocas armas son tan letales para destruir la reputación de alguien como los rumores. Los insidiosos escogen una víctima e infectan el ambiente que rodea al indicado, hasta que sale a la palestra condenado de antemano, sin que se sepa con exactitud por quién y cuándo fue elegido para estar en boca de todos.

Chile, desde siempre, ha sido tierra fértil para esparcir habladurías, no es casual que así sea. Las sociedades con pocos habitantes y escasa movilidad social padecen del mismo síntoma. El rumor es, en ese sentido, una manera de venganza de clase o de emparejar las diferencias entre unos y otros mostrando que todos tienen algo que ocultar. El cuento "Pelando a Rocío" de Alberto Fuguet es un documento literario excepcional para comprender esta afición. Varias crónicas de Pedro Lemebel trabajan con el cuchicheo y el mítico cahuín (término de origen mapuche).

En estos últimos años esta tendencia se ha convertido en nuestro país, no sólo en una manera de dañar y de reírse de los otros, sino que, además, en una forma de obtener ingresos. Cuánto se ha especulado en torno las destrezas como amante de Kenita Larraín, a propósito de su reciente biografía, La rubia de los ojos celestes. El libro viene a ser una contribución deliberada para posicionarla en la industria del pelambre de la que fue soberana. Sus apariciones pagadas en la televisión con el fin de aclarar lo que se dice de ella, son dramatizadas. Su arte consiste en desacreditar los misterios que sus cercanos revelan de su vida. De las confidencias que producen personajes de la farándula se alimentan los matinales y muchos programas de radios.

Los opinólogos viven muy bien de los rumores, claro que se lavan las manos con feliz cinismo a la hora de hacerse cargo de sus palabras venenosas. Advierten antes de difundir felonías que no develarán ni las fuentes, ni los nombres de los involucrados en el relato que refieren. El periodismo, la política, la economía y la justicia necesitan información certera, por lo tanto, no pueden ni deben quedarse exclusivamente con los datos oficiales. Tienen que abrir el espectro para escuchan lo no autorizado, lo que pocos conocen, lo oculto. Amparan así difamaciones y se inmiscuyen en lo privado sin escrúpulos. La búsqueda de la verdad implica investigar y remover las mentiras que están esparcidas.

Los politólogos han estudiado este fenómeno desde la antigüedad. El francés Jean-Nöel Kapferer –expresidente de la Fundación para el Estudio de la Información sobre los Rumores– ha llegado a conclusiones admirables al respecto. "El rumor –según él– vuela, se arrastra, serpentea, se desarrolla y corre. Físicamente es un animal sorprendente: veloz e inaprensible, no pertenece a ninguna familia conocida. El efecto que tiene sobre los hombres se parece a la hipnosis: fascina y subyuga, seduce y excita". A lo que añade la clasificación de su materia de investigación en tres categorías: el rumor rosa, que es aquel que toma el deseo por realidad. Aquellos bisbiseos que, por ejemplo, vinculan a una determinada persona con una tendencia sexual son típicos. Le sucedió –entre otros– a Elías Figueroa o Iván Zamorano. También está el rumor pesimista o negro, que expresa temor o ansiedad ante una hipotética catástrofe, como el supuesto terremoto que se dice está por venir en el norte. Y, finalmente, está el rumor perverso, que siembra la división y ataca a personas de la misma sociedad o grupo. Es el que padecen los personajes públicos cuando se ven implicados en algún ilícito.

Antiguamente el peso del delito de divulgar embustes era grave. Un poeta español del siglo XVII, don Francisco de Quevedo, cayó en la cárcel por mal hablado. Hoy, sin embargo, es casi imposible condenar a alguien por difamación, ya que es difícil probar a ciencia cierta las infamias dichas bajo cuerda. La historia de la superchería tiene héroes y villanos anónimos amparados en la impunidad. Es una narración en la que la cobardía y el resentimiento se mezclan con la pasión por descubrir lo secreto.

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