Muerte desde el cielo

Ministra de Transportes presenta nuevo monitoreo de transito con drones
FOTO:FRANCISCO FLORES SEGUEL/AGENCIAUNO

Han pasado 35 años y Relámpago Azul luce hoy mucho más actual y urgente que toda la tecno-chatarra televisiva que inspiró. Las calles y edificios están llenos de cámaras de vigilancia, el aire está surcado por drones y nadie se sorprende de que bancos donde jamás hemos abierto una cuenta tengan nuestra información personal en sus bases de datos.


Una de las maneras más arriesgadas de abrir una película es con texto escrito. Dado que se está operando en un medio audiovisual, poner letras estáticas en pantalla es una forma casi segura de aburrir al espectador. Pero no todos los textos de apertura son una mala idea. Entre los mejores que se puedan mencionar están desde luego la cortina de texto que describe el conflicto al inicio de La Guerra de las Galaxias (1977) y el ominoso párrafo que explica la naturaleza de los replicantes al comienzo de Blade Runner (1982).

Pero mi texto de apertura favorito en el cine sigue siendo la breve advertencia antes de los créditos de Relámpago Azul (1983). El texto dice: "La tecnología, armamento y sistemas de vigilancia retratados en esta película son reales y están siendo usados en Estados Unidos hoy en día".

Cuando uno veía de niño Relámpago Azul ese texto no podía ser más excitante. El futuro ya estaba aquí. La deslumbrante tecnología de las computadoras y los misiles teledirigidos era una realidad, no una ficción como los sables láser o el dedo brillante de E.T. Ese texto era tan impresionante que de hecho aparecía en la carátula del VHS del filme.

Pero el sentido real de esa apertura era muy diferente. No era una arenga o una promesa del esplendor digital. Era una advertencia: Esto que te vamos a mostrar podría suceder en tu barrio. Porque -he ahí todo el fondo del asunto- Relámpago Azul es una historia muy convincente (y muy actual) sobre la manera en que el control se disfraza de progreso y la violencia uniformada se disfraza de seguridad.

La historia gira en torno a Murphy (Roy Scheider), un veterano de Vietnam que ahora se gana la vida como piloto de la división aérea de la policía de Los Ángeles. Su talento para volar le convierte en el hombre indicado para testear un prototipo de nuevo vehículo policial: el Relámpago Azul, un helicóptero equipado con blindaje de guerra, micrófonos de alta sensibilidad, cámaras infrarrojas y una ametralladora capaz de partir un edificio en dos.

Murphy advierte de inmediato que el potencial destructivo del helicóptero supera con mucho sus beneficios a la hora de combatir el crimen. Sus jefes le informan que el objetivo final del aparato no es capturar ladrones ni carteristas, sino para operar en situaciones de "guerrilla urbana" y alzamientos populares.

Murphy entiende de primera mano lo que la tecnología de Relámpago Azul es capaz de hacerle a los seres humanos. Y además sospecha (y luego comprueba) que los civiles involucrados en la creación del proyecto están empujando la adquisición del aparato por parte de las policías de todo el país. Ellos están embarcados en uno de los negocios más lucrativos de la era moderna: a falta de zonas de guerra convencionales, se dedican a convertir en zonas de guerra urbana a ciudades a las que luego equipan con el armamento necesario para la "pacificación" de esas áreas.

Lo que viene es un giro inesperado incluso para los veteranos adictos al cine ochentero. Murphy se roba el helicóptero, pero no para iniciar una guerra privada contra sus enemigos. Lo hace para evitar que Relámpago Azul sea utilizado por la policía y para proteger en un largo periplo por Los Angeles a su ex mujer, quien lleva a un canal de televisión el video clandestino que incrimina a los creadores del helicóptero.

En el medio, desde luego, hay un par de batallas aéreas bastante espectaculares y muy bien ejecutadas (Relámpago Azul fue dirigida por John Badham, el responsable de filmes como Cortocircuito y Juegos de Guerra) pero el fondo de la historia es otro. Murphy no quiere conservar el control sobre el helicóptero. El no cree en esas boberías estilo "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad" porque la película (escrita y concebida para un público adulto) entiende que la lógica de equiparar poder con responsabilidad es lo que le da alas a la industria tecno-militar en primer lugar.

Murphy renuncia al poder, no porque le tema a la responsabilidad de pilotar Relámpago Azul, sino porque comprende que nadie debería tener el derecho de volar una fortaleza artillada sobre poblaciones civiles. Esa es la conclusión de su peripecia y ese es su verdadero acto de heroísmo.

Relámpago Azul fue una película muy comentada y discutida en su año. Se habló de una secuela, pero en realidad lo que vino fue una serie de imitaciones y remixes del concepto del super-vehículo blindado. Y ahí, en algún lugar de la cadena, las cosas se confundieron.

El Auto Fantástico, Lobo del Aire, la motocicleta de Cóndor, incluso los autos-transformables de la serie animada Mask, todos se basaban en el mismo principio, el de la tecnología militar aplicada a conflictos civiles. La miopía de la industria llegó a tal nivel que se hizo una serie basada en el personaje de Relámpago Azul, pero donde su decisión moral era borrada en aras de la doctrina Reagan: necesitas una super-nave porque el mundo está lleno de super-enemigos.

Sin embargo, en cada uno de esos productos, series o películas, el uso del poder tecnológico no era cuestionado. En tanto sirviera a un fin superior (algo siempre determinado por la conciencia del héroe/piloto) el arma futurista era un recurso legítimo incluso cuando se salía de los márgenes de la ley.

Es más, se esperaba que el super-vehículo blindado operara más allá de los límites legales. Casi siempre funcionaba al alero de una división secreta del gobierno o de una "fundación" civil de dudoso origen. La administración de semejante poder jamás podía estar sujeta a la fiscalización de la comunidad. Era demasiado definitiva, demasiado tajante, para someterse al voto popular o a los códigos de conducta de la policía regular.

Eran los '80 y cuando uno encendía la televisión en la tarde ese era el panorama: motocicletas y automóviles que desafiaban las leyes de la física y vehículos aéreos que traían la muerte desde el cielo. Han pasado 35 años y Relámpago Azul luce hoy mucho más actual y urgente que toda la tecno-chatarra televisiva que inspiró. Las calles y edificios están llenos de cámaras de vigilancia, el aire está surcado por drones y nadie se sorprende de que bancos donde jamás hemos abierto una cuenta tengan nuestra información personal en sus bases de datos.

Además, encima de todo, una ironía de ironías: Relámpago Azul está disponible en Netflix. Que es una plataforma muy entretenida de usar, pero que funciona como una caja negra en términos de administrar información. Netflix sabe sobre nuestros gustos y preferencias infinitamente más de lo que nosotros nunca sabremos acerca del funcionamiento de Netflix. A través de sus algoritmos, el sitio nos vigila. No necesita helicópteros blindados ni conspiraciones, porque esa vigilancia la aceptamos gustosos. Tan gustosos, que de hecho ayudamos a financiarla.

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