No pasaron agosto

Camara de Diputados Salario Minimo

Vuelve la política, se acaba el cotillón. Y con ello la ciudadanía entrará al baile imponiendo su agenda, a partir del juicio que se forme sobre las propuestas, la credibilidad de intenciones de sus actores y de las potenciales mejoras en su calidad de vida que proyecte.


Como en la vida, en la arena política hubo varios que no pasaron agosto. No sólo fueron bajas en el gabinete presidencial, también asistimos al fin de la luna de miel entre gobierno y la ciudadanía y al fin del sueño piñerista de ser el articulador de la segunda transición, gatillada por el error en el nombramiento de un ministro de cultura. Se acabó el tiempo de la política de cotillón, aquella basada más en sumar likes en redes sociales y en challas mediáticas que en proyectos políticos de largo plazo.

Sin duda, el extravío de la agenda que supusieron para el gobierno los dislates ministeriales y las expectativas económicas a la baja alertaron a la Moneda sobre el término de la pos campaña, tiempo caracterizado por mesas de diálogo no legislativas –sequía, lo bautizaron en la oposición- y por una acción política con más vocación de espectáculo que de puesta en marcha de un programa de gobierno.

Se agota el tiempo de la celebración del triunfo electoral, sostenido por el alto apoyo ciudadano de los primeros 4 meses de gobierno y animado por banderazos inaugurando noches de redadas y cámaras acompañando expulsiones de inmigrantes.

Procesando la abrupta caída en las encuestas del quinto mes, es tiempo de desmotar el decorado de naranjas que transformaron el palacio en escenografía y dar paso con la propuesta de reforma o modernización tributaria al inicio programático del segundo gobierno de Sebastián Piñera.

Se acaba la challa y empieza la política en serio. La reforma tributaria aparece como la piedra angular, fundamento y eje central sobre el cual se articula ideológicamente el nuevo mandato piñerista. Es con esta reforma y la visión de sociedad que conlleva desde donde reemerge la ambición de un relato gubernamental que dé sentido, aglutine a la derecha y se transforme en la plataforma desde la cual proyectar al gobierno.

Al respecto, el ejecutivo ha explicitado sus cartas. Ha dejado claro que esta reforma impositiva es imprescindible tanto para recuperar y hacer sostenible el crecimiento económico como para disminuir el desempleo, ambos extraviados en la visión palaciega por una mala reforma -también tributaria- del gobierno anterior.

De hecho, aun cuando el oficialismo a través del ministro de hacienda insiste que la reforma es económica antes que política, la propuesta y el discurso se plantean por oposición a la realizada por Michelle Bachelet. Es evidente la intención de instalar una confrontación ideológica con la centro izquierda y la oposición en general. Una discusión política antes que económica en torno al modelo de desarrollo.

En simple, si la reforma anterior buscó fortalecer la función redistributiva del Estado y su rol en la provisión de derechos sociales, elevando los impuestos a las empresas y los sectores de más recursos, la de Chile Vamos apuesta a revalorizar el mercado como fuente de generación de riqueza e instalar a los agentes económicos como ejes centrales del desarrollo. Consistentemente con lo anterior, e inversamente a la de 2014, propone bajar los impuestos a los ingresos del capital.

Esa es la gran apuesta del gobierno y su expectativa es que, de la mano de la recuperación económica, la ciudadanía se vaya convenciendo que el rol del Estado como proveedor de derechos es ineficaz comparado con la riqueza que genera un mercado menos regulado y con incentivos impositivos a la inversión. Si a lo que se accede es a bienes de consumo o a derechos sociales, no es lo esencial. La aspiración gubernamental es que se evalúe la política social y la distribución de ingresos por resultados, por la lógica de los grandes números, antes que por la de principios inspiradores, por bienintencionados que parezcan.

Como si fueran polos irreconciliables, la dinámica política y comunicacional entre gobierno y oposición instalará las tensiones clásicas entre los roles del mercado y el Estado, la conceptualización de la "justicia tributaria" y la redistribución de la riqueza en competencia con el crecimiento. En corto tiempo, polarización de posturas mediante, volveremos cual péndulo a la discusión del modelo de desarrollo al que aspiramos como sociedad.

Vuelve la política, se acaba el cotillón. Y con ello la ciudadanía entrará al baile imponiendo su agenda, a partir del juicio que se forme sobre las propuestas, la credibilidad de intenciones de sus actores y de las potenciales mejoras en su calidad de vida que proyecte.

Ciudadanía veleidosa, que partió apoyando la reforma tributaria del anterior gobierno con más fuerza que el respaldo que muestra hacia el actual proyecto y que, sin embargo, rápidamente le quitó el piso. Ciudadanía que terminó desaprobando la reforma tributaria de Bachelet sin dejar de creer en la necesidad de aumentar los impuestos a los más ricos.

Al final de cuentas, cuando empieza la política, el gobierno propone, la oposición contrapone y la ciudadanía dispone.

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