Paul: Entre mitos y comparaciones odiosas

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Detrás de su impresionante afinación, buena apariencia y sentido del humor, hubo y habrá contradicciones y dolores. Sus canciones, las de antes, las de ahora y las que vendrán, no son ni serán una mera fórmula de quien abusa de un oído probablemente absoluto. Aunque no lo parezca en sus apariciones, siempre se distancia de nosotros para protegerse de sus propios demonios, como le sucede a quien no le está permitido llorar.


Iré a ver a ver a Paul McCartney por quinta vez, ahora con mis hijos y mi mujer. La primera fue en 1993. Han pasado muchos años y, a propósito de su reciente biografía escrita por Philip Norman, le dedico tiempo a pensar en eso que supuestamente John era progresista, rebelde y quien realmente cambió la música, mientras Paul "solamente" tuvo buen gusto y una mediocre carrera solista. Ese mito que lo encasilla como alguien de buenas maneras y algo frívolo.

Fans y críticos enfrentan sus estilos de vida, carreras posteriores a la separación de The Beatles, aspecto, infancia y mujeres para llegar a esas conclusiones. Pero son definiciones que no reconocen las complejidades, pliegues, texturas, contradicciones y dolores de las canciones de Paul.

Las composiciones de Paul están lejos de ser meramente clásicas, poco jugadas o una pura fórmula. Es difícil no ver en Penny Lane verdaderos arranques lisérgico/surrealistas. O la huella de Helter Skelter que tuvo posteriormente en la música. O la tranquilidad nostálgica de quien recién se saca de encima una fuerte resaca o un síndrome de abstinencia en The Fool on the Hill. O un doloroso trastorno de melancolía en Eleanor Rigby, una verdadera oda a la soledad.

Su discografía posterior es, en muchos momentos, también deslumbrante. Me conmueve su disco Chaos and Creation in the Backyard (2005), producido por Nigel Godrich (colaborador de Radiohead y Beck).

Lo que digo me lo confirman los pasajes de su biografía sobre su infancia y adolescencia, esos momentos vitales que casi siempre moldean la vida, cuando no la determinan. Lo destaco porque es desde esa etapa de sus vidas que, en parte, quienes pretenden que elijamos entre uno u otro construyen este mito.

Así como John tuvo una horrible idea de su casi inexistente madre, para Paul perder la suya a los 14 años fue un golpe durísimo. Era una enfermera que nunca se enfermaba hasta que se enfermó de cáncer. Curiosamente murió de lo mismo que la hermosa señora que me llevó a mí y a un grupo de amigos a ver a Paul por primera vez, nosotros todavía en edad de ser cuidados.

Puede que no hayan sido igualmente rebeldes pero ambos vieron en las artes, tempranamente, la posibilidad de ir más allá de lo que observaban y oían. Paul ya en el colegio prefirió los idiomas modernos más que el latín y el griego y se empapó de artistas como Picasso, Dalí y Pasmore.

Detrás de su impresionante afinación, buena apariencia y sentido del humor, hubo y habrá contradicciones y dolores. Sus canciones, las de antes, las de ahora y las que vendrán, no son ni serán una mera fórmula de quien abusa de un oído probablemente absoluto. Aunque no lo parezca en sus apariciones, siempre se distancia de nosotros para protegerse de sus propios demonios, como le sucede a quien no le está permitido llorar.

Fue sólo cuando Norman entendió lo anterior que Paul lo perdonó por lo que antes escribió sobre él en la biografía de John y lo autorizó finalmente a escribir su biografía.

Norman tuvo que entender que cada uno tiene sus penas y las vive como puede.

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