El relato piñerista: más que un libreto

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Foto: Aton

A estas alturas son pocos quienes discuten que la falta de relato del primer gobierno de Sebastián Piñera le pasó cuenta, dejándolo a merced del movimiento estudiantil de la época y de las recriminaciones de sus propios aliados que no entendían cuál era su ideario en una perspectiva de más largo plazo.

Por lo mismo, era esperable que una persona astuta, inteligente y metódica como el actual mandatario aprendiera de sus errores y tomara cartas en el asunto. En este escenario, el intento desde sectores de la ex Nueva Mayoría por instalar nuevamente la falta de relato como nudo crítico, es –a lo menos- cándido, sino mera expresión de deseo.

Y es que el mandatario y su entorno cercano deben tener nítido el recuerdo de uno los principales errores de su anterior administración, como fue el vociferar anticipada e impulsivamente lo que pretendía proyectar en el tiempo, antes que ponerlo en práctica. Aún deben rondarles algunas frases que hasta hoy les pasan la cuenta, como que en 20 días de gobierno habían hecho más que la Concertación en 20 años; o que su gobierno había el hecho el mejor Censo de la historia, por nombrar algunas. Toda una fraseología que luego fue irónicamente desmentida por los hechos y, más grave aún, les impidió dar consistencia a lo que pretendían fuese el sello de ese gobierno: la excelencia del "management" empresarial puesta al servicio del Estado.

Cuatro años después, a un mes de instalado su segundo gobierno y encumbrado más de lo que el mismo hubiera esperado en las encuestas, es bastante evidente que Sebastián Piñera está dando señales de tener bien esbozado su proyecto estratégico. Más aún, particularmente él -a diferencia de varios de sus ministros- parece estarse ciñendo estrictamente al guion que dictamina la narrativa con que pretende pasar a la historia. Un relato que, en consonancia con lo aprendido, opera como trasfondo antes que como figura de la conducción gubernamental. Una propuesta connotativa antes que denotativa, que pretende irse significando en el tiempo como corolario del trabajo y los logros, más que por la sola declaración de la misma.

Y este relato, que la crítica ingenua de cierta oposición tiende a negar, se articula al menos en dos dimensiones que convergen en torno desarrollo social como aspiración de legado.

En primer lugar, un desarrollo social posibilitado por la ampliación de la libre competencia y basado en la capacidad del mercado y el empresariado de superar al Estado en cuanto proveedores de bienes y servicios con fines públicos, arrebatando de paso a la izquierda las banderas de la justicia social. Al respecto, es elocuentela designación de un connotado empresario como Alfredo Moreno en el Ministerio de Desarrollo Social, ministro que recientemente explicaba su asistencia a Cumbre de las Américas por "la importancia de ver cómo los empresarios pueden intervenir en materia de desarrollo".

En segundo término, la ambición de Piñera es que su apuesta por el desarrollo social basado en el crecimiento económico alcance amplio consenso y de paso lo entronice como el estadista al que siempre ha aspirado. Un Patricio Aylwin 2.0, como se ha dicho.

Sebastián Piñera quiere pasar a la historia como el primer presidente democrático de derecha que, consensos nacionales mediante, puso al crecimiento económico y al empresariado como motor y carrocería del desarrollo social chileno. Esa es la carta de navegación, el legado no declarado del actual gobierno cuya expectativa es que sea respaldado por la ciudadanía a través de las encuestas y confirmado electoralmente con la continuidad del proyecto a través de alguno de los cercanos al piñerismo.

Creer o querer creer que la estrategia piñerista está exenta de una mirada de largo plazo es tan ingenuo como ciego. Ceguera que podría acarrear graves consecuencias electorales a la ex Nueva Mayoría si no es capaz de contraponer al relato y al libreto gubernamental un proyecto alternativo.

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