Salir del capullo

...La Convención Constituyente puede terminar siendo el ícono de las frustraciones, si se queda en lo simbólico, o puede ser el epítome del cambio.


“No hay más nuestros que la gente íntegra”, repetía, hace muchos años, un queridísimo profesor. La frase buscaba relevar la necesidad de cuestionar nuestras pertenencias, cualquiera estas fueran. Recuerdo haber recibido el consejo con cierto estupor, sin comprender realmente lo que quería decir. Años después, ya en el mundo laboral, una gran mujer volvió sobre lo mismo, instalando como imperativo la necesidad de abrirse a ser persuadido y de desarrollar un sano escepticismo respecto de nuestras propias ideas.

Los dos me parecen hoy tan vigentes y su recuerdo se hace patente a raíz de la renuncia de Loreto Vidal a la Lista del Pueblo, argumentando que abandonaba el colectivo preservando su independencia. En su descargo sostiene que “mientras yo voy por el diálogo y la inclusión, incluso de sectores que ahora no tienen esa posibilidad, claramente no soy representativa de este grupo humano”.

No quiero entrar en el debate contingente, sino quedarme en el fondo. Cambiar la forma de hacer política puede quedarse en lo simbólico (que por cierto es también importante), pero la aspiración supone un cambio de fondo. Es simple hacer declaraciones y es aún más fácil exigirlo a los otros. Lo desafiante es hacerlo personal.

Desde ese paradigma la Convención Constituyente puede terminar siendo el ícono de las frustraciones si se queda en lo simbólico, o puede ser el epítome del cambio.

Hasta el momento quienes hemos sido espectadores (y acepto que puede ser un problema de perspectivas y del mundo ficticio generado por las coberturas y las redes sociales) no tenemos mucho de donde aferrarnos. La obertura ha estado marcada por un “así te quería ver” y desde esa tensión representantes de lado y lado se han sentido autorizados, incluso compelidos, a marcar el punto y la distancia. Hay algunos convencionales que parecen haber entendido que su misión era precisamente esa. Convertirse en stopper de lujo, esos que parecen muralla y no dejan un espacio abierto. El problema es que justamente por esa zona es por donde entra el diálogo. Por ese espacio ingresa la disposición a ser persuadido y nos vinculamos con quienes jamás creímos. No olvidemos que la discriminación está ligada al colectivo desde tiempos remotos, y los ataques se basan en el simple hecho de no aceptar las diferencias.

“Cuesta romper las fronteras, salir del capullo y comenzar a moverse sin la protección del colectivo que nos llevó hasta la Convención”, dice Patricia Politzer al describir las primeras semanas de funcionamiento. El desafío radica en la construcción de vínculos, esa atadura que no se logra desde el colectivo (aun cuando te sientas representado en el) y que resulta fundamental para la constitución de sociedades diversas. Aunque parezca paradójico, no nos acercamos cuando nos hacemos iguales; más bien lo contrario.

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