Selección, mérito y fortuna

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El Liceo Bicentenario de Puente Alto seleccionó por sorteo a cerca del 70% de sus nuevos alumnos, para adelantarse al sistema.

Privar a un alumno del máximo desarrollo de su talento, so pretexto de que se trata de un mero premio, es tratarlo con poca consideración. Como señala la filósofa Elizabeth Anderson, el desarrollo del talento es un bien intrínseco. Uno que no solo beneficia a quien lo tiene, sino que a la sociedad toda


"Admisión Justa" ha generado un intenso debate sobre el concepto de mérito y la selección por desempeño en liceos de excelencia. Sus detractores plantean que sería un premio a los más aventajados en función de características fortuitas, atentando contra la justicia y la inclusión. Un argumento no exento de complicaciones.

Siendo cierto que el desempeño es una combinación de mérito en el sentido de decisiones autónomas (como el esfuerzo) con cuestiones fortuitas (como el talento o el capital cultural), un primer problema es la dificultad de separar ambas cosas. Pero esa dificultad no es razón para renegar de la selección como si todo fuera fortuito y nada meritorio. Eso no solo resultaría poco respetuoso de la legítima expectativa humana de reconocimiento, sino que, al desincentivar el mérito, conduciría a una perniciosa profecía autocumplida.

El argumento de la fortuna es problemático también porque, en rigor, aplica a toda selección, no solo a la educacional. Así, por ejemplo, la selección de un eximio rector o de un distinguido experto en educación también debiera ser mirada con sospecha. Después de todo, sus valorados atributos tampoco serían completamente ajenos a la fortuna. Se dice, entonces que, tratándose de jóvenes en formación, el criterio es distinto. Pero lo cierto es que, en sociedades educacionalmente avanzadas e inclusivas (OCDE, por ejemplo), la selección académica es una práctica mucho más extendida que en Chile (Fontaine y Urzúa 2018).

Una tercera objeción, es que del hecho que ciertas ventajas sean fortuitas no se desprende necesariamente que deban ser extirpadas del desempeño.

Un caso obvio es el talento. Que sea fortuito, no implica que no sea central para experiencias vitales valiosas que merecen consideración. Privar a un alumno del máximo desarrollo de su talento, so pretexto de que se trata de un mero premio, es tratarlo con poca consideración. Como señala la filósofa Elizabeth Anderson, el desarrollo del talento es un bien intrínseco. Uno que no solo beneficia a quien lo tiene, sino que a la sociedad toda. ¿Por qué limitarlo? Apelando al llamado efecto par, se nos dice que el alumno talentoso es un "recurso" para el menos aventajado. Si la evidencia en favor del efecto par es discutible, también lo es la implicancia ética de considerar al alumno talentoso como medio y no como fin.

Un segundo ejemplo es el capital cultural transmitido por la familia. Aunque fortuito para el alumno (nadie escoge a su familia), en caso alguno significa que la familia deba ser invisibilizada. El esfuerzo y sacrificio que esta haga en favor de su hijo y de su mejor educación es digno de reconocimiento. ¿Con que cara le decimos que su esfuerzo no cuenta porque su hijo no la eligió? Castrar dicho reconocimiento, implica relegar a esos padres a un estatus de ciudadanos de segunda clase.

Se dice, por último, que la selección en liceos de excelencia atenta contra la inclusión socioeconómica. Pero son cosas distintas y perfectamente compatibles. Los liceos emblemáticos muestran que es posible combinar excelencia con realidades socioeconómicas disimiles. Así, estos liceos no solo se erigen como una potente palanca de movilidad, sino que también son fundamentales para la necesaria diversificación de la elite.

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