Septiembre en agosto

PINOCHET

Más allá del sinsentido del Museo de la Democracia –verdadera piñericosa cuyo directorio podrían integrar Alipio Vera y otros portavoces de las buenas noticias–, Piñera ha sabido mostrar eso que siúticamente se llama credenciales democráticas al expresar su voto por el NO, al cerrar el penal Cordillera, al remover autoridades cuando ha sido menester ético y estético hacerlo.


Todas las mañanas abro el mail y tengo tres o cuatro correos míos. Me los envío la noche previa como recordatorios para que no se me pase una idea, un pago, un trámite, una frase, una culpa. No necesito contextualizar nada. Hay referencias, imágenes y hechos que hablan solos. La escritura, aun la más pedestre, existe para crear y recrear, para fijar y recordar, para no reincidir irreflexivamente. Si recados y recordatorios son formas de orientar la rutina, en un plano de mayor relevancia museos y memoriales son formas de orientar la historia, de inscribir el pasado en el presente para bien del futuro.

Hay distintos desmemoriados, desde el negador pinochetista hasta el simple olvidadizo de lo baladí, como ese que se manda mails a sí mismo o ese otro a quien la supresión de las bolsas plásticas –gran noticia para el ecosistema y el supermercado– lo complica pues sabe que llegará una y otra vez a la caja sin bolsas, y que las reciclables que deberá comprar se tomarán su casa y mermarán su chauchera. El distraído da lo mismo; el negador no, pero va en retirada, aunque parezca lo contrario.

Se van a cumplir 45 años del golpe. Por ello y por los autogoles que gusta de meterse este gobierno, el tema de la memoria arde: se impone la dignidad y perentoriedad del recuerdo activo de las sistemáticas atrocidades cometidas por la dictadura con el alto auspicio de la derecha política y financiera, parte de la cual sigue operativa y entreverada con la que podría llamarse Nueva Derecha, sino fuera porque justamente la primera la ensucia y diluye en el Oscuro Ser Pinochetista. Pronto será inevitable cortar todas las amarras.

Más allá del sinsentido del Museo de la Democracia –verdadera piñericosa cuyo directorio podrían integrar Alipio Vera y otros portavoces de las buenas noticias–, Piñera ha sabido mostrar eso que siúticamente se llama credenciales democráticas al expresar su voto por el NO, al cerrar el penal Cordillera, al remover autoridades cuando ha sido menester ético y estético hacerlo. Pero se pisa solo y se atrapa en su propia trampa, liberando puntapeuquinos mientras el pinochetismo regurgita en sus filas ya no a través de dinosaurios vinculados directamente a Pinochet –de los que, como Sergio Romero, ha sabido astutamente desembarazarse–, sino en ciertos tics y modos pinochetistas, como las vocerías de la ministra Pérez, que tienen un airecito a bando militar.

Pero mejor veamos el vaso medio lleno: la derecha ya no reclama que una parte del país se quedó pegada, sino que la memoria es incompleta. O sea, a nivel inconsciente al menos, ya no niega la pertinencia de la memoria ni la veracidad de lo recordado, sino la forma de tales o cuales recordatorios. Eso ya es dar por perdida la contienda, porque lo que le convenía no era una memoria otra sino el puro olvido. Por eso creo que, aunque parezca ultraresucitado, el pinochetismo tiene los días ultracontados. Por eso la salida de autoridades, por esos los balbuceos agónicos de un diputado Urrutia o la renovación a conveniencia de los chiquillos-chacarilla como Chadwick, por eso la reciente denominación de la Biblioteca de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile –con un 71% de los votos– con el nombre de la abogada Carmen Hertz. Para los 50 años del golpe, en fin, no debería quedar rastro vivo del pinochetismo, como no sea una que otra momia ya inocua.

Hablar de supermercados y memoria y Pinochet nos lleva a Nicolás Ibáñez. No me interesa comentar su reciente intervención pública sobre la memoria y la cultura, sino traer a colación la placa recordatoria de Pinochet que bajo su alero hubo por más de una década en el edificio corporativo de D&S, por entonces propiedad suya. Ese memorial no era infame porque no tuviera contexto o porque contara sólo una parte, sino porque recordaba y homenajeaba y obligaba a los empleados a tolerar la imagen enaltecida de un hombre que fue, sucesivamente, traidor, asesino, déspota, ladrón y viejo gallina. Walmart, que compró D&S y que nadie definiría como una empresa izquierdista, sacó la placa el 2010.

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