Tiempo de reflexión

Presidente de la Republica con los presidentes de los distintos

El necesario desafío de escuchar requiere un proceso participativo pero institucionalizado a través de diálogos abiertos, estructurados y con interlocutores claros de la sociedad civil, tal como exitosamente lo hizo Macron en Francia.


Ante la crisis –porque lo que hemos vivido es una que marca un antes y un después- es simplista decir que todo era previsible o erigirse en infalible conocedor de su causa y solución. Eso banaliza un problema complejo cuyo sello es ser multidimensional, incluyendo una dimensión temporal que impide predecir estallidos como el ocurrido (basta pensar en Francia o Ecuador, con realidades diametralmente distintas a la nuestra). Si realmente queremos entender las causas y aportar a soluciones, es necesaria la humildad de estar dispuestos a abandonar prejuicios y certezas, a cambio de reflexionar, con altura de miras, generosidad y sin oportunismos.

La reflexión parte por distinguir las reivindicaciones sociales de los gravísimos actos de vandalismo, violencia y destrucción. La impactante magnitud de los daños y saqueos contamina la discusión. Es tentador creer que la fuerza del reclamo ciudadano es sinónimo de la destrucción que muestran las imágenes. No es así. Los grupos anti sistema, encapuchados y lumpen se esconden cobardemente detrás de las reclamaciones de la ciudadanía. Son parásitos sociales.

Por lo mismo, la reflexión implica condenar y sancionar sin ambigüedades la violencia y la destrucción (así lo hizo Macron en Francia), así como no caer en insulsas interpretaciones de la desobediencia civil. El punto es importante. Una constante de los últimos años es que la violencia se ha ido transformando en la opción por defecto a la hora de reivindicar intereses. La destrucción del Instituto Nacional (que escaló avalada por similares argumentos de legitimidad a los que se siguen escuchando hoy), la violencia universitaria, los portuarios en Valparaíso o los camioneros cortando carreteras, son apenas algunos ejemplos. Que la legitimidad de las causas no equivale a la legitimidad de los medios debiera ser parte de la reflexión y acuerdo más básico sobre nuestra convivencia social.

La reflexión sigue con un genuino esfuerzo por escuchar y entender las causas íntimas del descontento.

Desconocerlo es tapar el sol con un dedo. El facilismo explicativo tampoco ayuda. Plantear que esto no es más que algo orquestado por la extrema izquierda es escudarse en fútiles teorías conspirativas. Por otra parte, culpar sin más al "neoliberalismo", es también una banalización del debate. El necesario desafío de escuchar requiere un proceso participativo pero institucionalizado a través de diálogos abiertos, estructurados y con interlocutores claros de la sociedad civil, tal como exitosamente lo hizo Macron en Francia. Quedarnos en la mera "la voz del pueblo" no solo sería una inoperante vaguedad, sino que también importaría el riesgo del populismo que siempre reclama ser su iluminado vocero.

La reflexión, por último, debe aspirar a transformar esta crisis en oportunidad. Ello solo es posible con generosidad, estatura republicana y un dialogo de buena fe que aúne visiones en aras de grandes acuerdos de largo plazo para un desarrollo integral e inclusivo. Hoy Chile lo necesita más que nunca.

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