Tres cuestiones de cierta contingencia

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No será prioridad nacional, pero si hay parlamentarios dispuestos a legislar sobre la brisca y el tacataca, cómo no va a haber uno que le ponga coto a la descarada impunidad con que las telefónicas y los bancos taladran nuestra cotidianidad y privacidad. Como llaman desde números que parecen privados, uno nunca sabe, y cae.


UNO

Termino esta columna y recibo el llamado –perfectamente habitual, ya rutinario, casi familiar– de un ejecutivo que me ofrece no solo un segundo número celular sin costo por tres meses sino también asociarlo a una nueva tarjeta de crédito. Como me formé en el charco mental cristiano, en vez de deshacerme en imprecaciones por la desquiciante insistencia con algo que ni remotamente quiero, no puedo dejar de ponerme en el lugar del telefonista, suponer que es él mismo quien me tiene que llamar todos los días, a menudo quedándose en silencio (los obligan a marcar más de un número a la vez y tomar al primero que conteste). Me imagino cómo debe sentirse él antes insultos como los que debe estar soltándole ahora mismo el o la compatriota con quien sí estableció contacto.

No será prioridad nacional, pero si hay parlamentarios dispuestos a legislar sobre la brisca y el tacataca, cómo no va a haber uno que le ponga coto a la descarada impunidad con que las telefónicas y los bancos taladran nuestra cotidianidad y privacidad. Como llaman desde números que parecen privados, uno nunca sabe, y cae. "No le contestes a desconocidos", dicen algunos, ¿pero y si fuera del colegio de los hijos, o por una herencia, o un amigo en aprietos?

DOS

Entre pumas y cóndores que se dejan caer en la cota mil, funerales pajarísticos viralizados hasta la náusea, alcaldesas que se auto-homenajean supinamente, parlamentarios que desafinan como piano viejo y los inconmensurables lapsus lingüísticos de la primera autoridad de la nación, ya no se sabe qué pensar. ¿Machetear las puertas patrias migratorias, dijo el Presidente? Uno se imagina a Jack Nicholson en El resplandor con un hacha abriéndose paso. Y no es una imagen-país que nos reconforte.

Dicho eso, señalado ese contexto de equívocos y bizarría informativa, pocas noticias hay tan impactantes como la del carabinero retenido en Toltén y llevado a la comisaría por dirigentes pesqueros en huelga para intercambiarlo por un pescador arrestado. Me recordó ese adagio que se repite en periodismo según el cual no es noticia que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro.

Capturado casi amistosamente según los videos, el carabinero parece caminar junto a sus captores con gesto de resignación, aunque yo creo que es de humillación, que es lo más lamentable de todo: que se aprovechen de un efectivo algo rellenito que seguro no pudo zafar. El hecho se podría leer desde Max Weber o Foucault, creo, ya que pone en tensión máxima los mecanismos de poder estatal y obediencia, y la sublevación y el pensamiento, que en este caso corre por cuenta del suboficial retenido: por eso es también perfectamente analizable desde la poética de Mario Levrero, pues cierta serenidad y sensatez, sumada a una pereza entre cínica y rendida, podrían estar tras su actitud. Por ello quizás lleva adelante sus pasos con algo de prestancia, como reconfortándose, ya que no queda otra, con lo que de conciliador tiene su obligada situación. Pensándolo bien, lo más adecuado sería procesar la noticia a la luz de Arquíloco de Paros, poeta que honró la rendición, el escape, el arte de aflojar: "Puse a salvo mi vida. ¿Qué me importa el escudo? / ¡Váyase al diantre! / Ahora adquiriré otro no peor".

TRES

Hay palabras que entran torcidas y quedan así, significando para siempre algo inexacto en la cabeza, por más que luego se acceda con el entendimiento a su real significado. Un ejemplo: desde niño asocio la palabra vecino única y exclusivamente con quien vive al lado, adyacente a una casa por la izquierda o la derecha. Ni la de atrás ni las subsiguientes ni las de enfrente corresponden para mí a la noción de vecino, reducida a quien pulula en el jardín de al lado.

Digo esto para graficar que hay errores que pese a la evidencia cuesta mucho quitarse de encima, y el ministro Chadwick parece ser uno. Como el carabinero retenido, como el telefonista invasivo, como quien maneja por siempre mal un concepto, el ministro encarna una impotencia o ineptitud que es media endémica de Chile y no hay mucho que hacerle, pero de todos modos no la podemos permitir en un ministro del Interior. Quizás, en esta vorágine de hechos inauditos, podría el Presidente aprovechar su metafórico machete para cortar al ministro y hacerle un entierro político tipo chimuelo.

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